...o, lo que nunca debió ocurrir
¿Papá , qué es esto?. Dice
mi hija cogiendo un paquete oculto en el fondo de la caja de cartón.
Aquel que disfrute de una
familia es consciente que tiene que hacer sitio en su hogar.
Renunciar a espacio vital
para ser llenado por seres pequeños, egoístas y maravillosos.
Seguro que puedes tirar
algo, esas cosas inútiles que guardas
tanto tiempo. Maquina mi mujer. Una vez más mi mirada, en erupción, hace medir
sus palabras.
La cuidadosa forma en que
está envuelto, en una bonita tela, despierta expectativas. Dentro otra caja,
esta vez de latón, llama la atención
más todavía. La niña no puede resistirse.
Yo me arrimo.
Cuando la abre doy un
respingo. ¡Mi Boina!. No me explico como la ha encontrado. Desde que entré en
ese grupo de locos nostálgicos, de compañeros de armas y de experiencias,
veteranos necesitados de compartir, he intentado localizarla, pero ha sido
imposible. ¡Y mira que he revuelto!.
Estamos limpiando el
trastero.
Es una boina, mira me la
pongo.
¡Qué chula!. ¡Déjame a mí!. Sin concesiones a la veneración que me impone,
la viste como un juguete más.
Miro a mi hija con ella
puesta y no puedo más que pensar ¡cómo pasa el tiempo!. Se queman etapas, nos
consumen.
¿Qué tiene ahí?. Algo se le cae. El distintivo de Esquiadores. ¿Qué es esto?. Se refiere a lo que
llamábamos el cangrejo. Ni me acuerdo cuando lo envolví en ella.
¡PARA!, ¡qué lo vas a romper!!. Intento
impedir el sacrilegio.
Aún teniéndolo yo en la
mano, pierde todo interés cuando ve otra cosa que parece reconocer.
Mira, como lo que tengo
para ir al cole. No veo lo que ha cogido hasta que no se gira con ello.
¡Ves, otra porquería! ¿Para
qué quieres eso?
Cuando advierto lo que es se lo quito rápidamente.
Tíralo de una vez, ¿no ves que se va a llenar
de suciedad la niña?
Es de lana, y parece
bastante ajado. De color verde. ¿Verde militar?. Espera...
Entonces lo reconozco.
La niña parece estar ocupada
entre los embalajes, donde ha descubierto una muñeca vieja.
Se queda mirándola y la adopta. Tiene para rato.
Se queda mirándola y la adopta. Tiene para rato.
Mientras tanto miro la
prenda y afloran los recuerdos. Absorto, no presto atención a mi mujer que me
llama varias veces, al final se acerca.
Me conoce demasiado para no
advertir que algo me ha sucedido.
¿Qué te pasa? Levanto la
cabeza y la miro. No puedo creerlo. ¡Está aquí, en mis manos!
¿Qué tienes?, ¿qué es ese
trapo? Mantengo mi vista en sus ojos. Creo que la asusto.
Viene hacia mí y me agarra
del brazo. Empieza a apreciar que la razón del cambio en mi actitud está frente
a ella, en mis manos.
No se atreve a quitármelo,
ni quiere romper el silencio. Sus ojos
me interrogan.
Finalmente vuelvo al
presente y la informo :
Es un pasamontañas. De mi
época en la "mili". No recuerdo quién me lo dio. Parece más aliviada, pero no
suficiente para calmarla. Demasiado numerito para un trapo viejo de aquellos
tiempos tan lejanos.
¿Así llevabas, con esa
raya blanca?
No, no era mio, era de algún...Guardia Civil.
¿Ehhh?, ¿Y como llegó a ti?
Es una triste y larga historia. Ya te la
contaré luego. Ahora no me apetece.
Error. Si pensaba que así iba a apartar a mi mujer de la huella, no he podido estimular su curiosidad mejor. El subconsciente ha desmentido mi primera elección. Pensaba que era mejor dejarlo correr. Demasiado dolor. Los recuerdos, algunas veces me vienen y cuesta olvidar.
Error. Si pensaba que así iba a apartar a mi mujer de la huella, no he podido estimular su curiosidad mejor. El subconsciente ha desmentido mi primera elección. Pensaba que era mejor dejarlo correr. Demasiado dolor. Los recuerdos, algunas veces me vienen y cuesta olvidar.
Ella, mostrando el tacto que
algunas veces me falta, aguanta. Aunque
su rostro expresa :
No te preocupes, en otro
momento. Ya me lo contarás, pero...¡lo harás!
Decidimos acabar la saca de
zarrios y volvemos al piso. Mientras organiza los futuros inquilinos del
desván, hago la cena. Apila libros, ropa y enseres para cambiarlos de sitio. Serán retirados de la vida
cotidiana, para intentar colocárselos a alguien a quien le sirvan mejor.
Mientras comemos, apenas
intercambiamos palabras.
¡No la cojas con la mano!.Reprendo.
¡Pero es que la patatita no
sabe igual!, argumenta la criatura. ¡Cuántas veces he hecho lo mismo!. No para,
y yo sin ánimo de impedírselo.
¡Ha dicho papá que así
no!. Mamá intenta imponer un poco de disciplina. Lo hace pero me mira interrogante. No está acostumbrada a
que ceda tan rápido ante la pequeña tirana.
Acabamos. Ayudo a recoger.
Entre todos es mejor, más fácil y rápido. Así nos da tiempo a sentarnos un
poco en el salón. Igual hasta podemos ver una película después de encamar a la
niña
Un beso, papá. ¡Amaa ,
otro beso!. Aparece hasta con el vaso de agua de rigor.
¡Venga enana, a dormir que
mañana tienes que ir al colegio con tus amiguitos!
Otro beso!. Intenta cogernos
la sobaquera, pero la experiencia es un grado.
¡Se acabó!, hasta mañana.
Luz apagada, puerta entornada.
Nos sentamos delante de la
televisión, entonces me fusila con esos ojos y pregunta:
¿Me vas a contar lo del pasamontañas?. ¡Cuéntame!.
Sabe que algo extraordinario sucedió para que después de tantos años todavía me haga reflexionar.
Sabe que algo extraordinario sucedió para que después de tantos años todavía me haga reflexionar.
Rompo a hablar.
Estábamos en Belagua, Navarra, en el nuevo refugio. Los días pasaban monótonos. Las marchas "foqueando" a las mañanas servían para liberarnos de la mordaza que suponían las odiosas
guardias. Por lo demás era bastante llevadero.
¿Qué es "foqueando"? Empieza a
sentir curiosidad.
Es pegar unas pieles de foca en la parte abajo de los
esquís e ir haciendo como esquí de fondo.
¿Usabais pieles de foca? Imaginad la cara...
Eran sintéticas. Tienen
pelo que al estar orientado hacia un lado permite el deslizamiento, pero en
sentido contrario agarran en la nieve como un velcro. Permiten llegar casi a
cualquier lugar sin bajarte de las tablas.
Después puedes descender esquiando.
Se adhieren con un pegamento que llevan incorporado al dorso. Es
importante que estén secos tanto el
adhesivo como la superficie donde se pega, si no se desprenden y no sirven.
Parecía satisfecha y
... ¡aliviada!
Continué:
Toda la semana habíamos tenido un tiempo de
perros. Dura en lo climatológico y en lo
físico. Nada fuera de lo habitual en Belagua:
patrullas, servicios y frío, pero
mucho frío.
Estábamos estrenando
alojamiento y a mi reemplazo le quedaba un telediario, así que lo llevábamos
bien.
Los "conejos" ya
eran muy veteranos y los “bisagras” habíamos aprendido a "volar bajo el
radar". Antes de acabar el edificio, dormimos en los establos primitivos mientras hacíamos custodia. Pero ahora, comparado con las anteriores estancias en la cuadra del
refugio...estábamos de cine.
Ese día amaneció con un sol
de justicia. Pegó fuerte hasta media tarde. Salimos por la mañana con el Teniente De Turiso y el Sargento Arguisjuela e hicimos una marcha suave, en plan relax.
Esquiamos y volvimos a comer.
Esquiamos y volvimos a comer.
Recuerdo que acabábamos de
llegar. Dejamos el material en el guarda esquís y la ropa en los secaderos.
El potaje hervía en las
marmitas invitando a saborear un rancho conseguido. El sabroso aroma entra por
la nariz y hace gruñir las tripas. Nos damos prisa, el hambre espabila. Al sentarnos empieza a haber
movimiento en el comedor de oficiales. Idas y venidas.
Seriedad. Se respira inquietud.
Salieron el Teniente De Turiso y el Sargento
Arguisjuela. Vinieron hacia nosotros . ¡Ni dieron tiempo a meter las cucharas en
el plato!.
Comenzaron a nombrar los agraciados. La lista estaba
cogida con pinzas. Una semana muy dura, había bastantes rebajados.
Paco Aragón tenía unos boquetes en los pies que asustaban. Terribles rozaduras en los
talones imponían las chancletas como calzado obligatorio para poder cicatrizar. ¡Las malditas botas San
Marko! ¡Cómo mordían las fijaciones en la carne!.
Ordenaron bajar al guarda esquís...ya sabemos…¡¡A LA PUTA
CARRERA!!
Empezábamos a reconocer que
algo extraordinario estaba en curso.
Aunque en la Compañía….
No tuvimos opción, ni duda.
Pusimos la indumentaria mojada y a toda velocidad. Botines y guantes volvieron
a empapar nuestras extremidades. Se dieron órdenes de no llevar armamento, sólo
en cabeza y cola del destacamento. Algo insólito.
A mi se me olvidaron las gafas de sol; cogí una
conjuntivitis de elefante y ,desde entonces, las uso aunque no haga demasiado
sol. Ahora ya sabes porque tengo la vista delicada. Me molesta aunque casi no
brille. Es un peaje que tuve que pagar. Y he tenido suerte. En circunstancias
tan extremas podía haber sido peor.
Continué con el relato:
Hasta que no estuvimos
formados con el equipo frente a las dependencias, bajo la Bandera, no supimos
el alcance de la alarma:
¡Un alud! Parece una cosa
rara, pero con las nevadas que habían caído.... No había sitio para el bloqueo
ni el shock.
Sabíamos que el tiempo cobra
en vidas.
Una gigantesca avalancha había atrapado a un grupo de
excursionistas. Uno de ellos había escapado hasta el refugio civil y fue
trasladado hasta el destacamento de la Guardia Civil de Isaba. Allí puso en
conocimiento los hechos. Algo más de una hora había tardado en dar la voz de
alarma.
Toneladas de nieve habían
cubierto a la agrupación haciendo
desaparecer a casi la totalidad de sus miembros.
Mi mujer empezaba a quedarse
sin palabras (cosa rara en ella). Miraba como si no me conociera.
Seguí narrando:
Acabábamos de llegar y ya
estábamos enfilando la montaña a toda velocidad. Nadie abrió la boca para decir
nada. Habíamos recibido unas instrucciones y sabíamos que podíamos ser la única
esperanza de las víctimas. Ya vendrá después la incertidumbre.
Lo primero es lo urgente, y
estábamos fuertemente entrenados para ello.
Salimos dos pelotones (creo
que no completábamos una Sección). Al mando iba el Teniente De Turiso y el Sargento.
Arguisjuela.
¡Hacia lo desconocido, en
manos de unos Mandos que no disponían, por la desorientación de la única
víctima que logró salir por su propio
pie, de datos imprescindibles para no acabar mal!.
Al principio nos mandaron hacia el Noroeste. Por
lo visto uno de los chavales salió andando y llegó al refugio civil y de allí
lo bajaron al pueblo. No tenía muy claro donde había sido así que íbamos un poco
a ciegas. Avanzábamos "foqueando". A cada poco parada y radio.
El superviviente estaba
describiendo a los Guardias la ubicación del accidente. Ellos, a través de
nuestros equipos de comunicación, guiaban.
La cara de mi pareja
empezaba a expresar incertidumbre:.
Al principio nos mandaron
en dirección a Lakartxela y el portillo de Binbalet. Demasiado al Norte... al quinto pino. Allí nos comunicaron que íbamos mal. Cuando
llegamos a donde se suponía que tenían que estar, no encontramos nada. Más
radio, cabreo de oficiales.
Estábamos desviadísimos.
Continuamos hasta el collado
de Ginbeleta. Para nada.
Entramos por arriba del
todo, con el Sargento. Arguisjuela. Iba cabreado porque nos habían obligado a hacer
un montón de kilómetros de más y decía: No vamos a perder
altura, porque como se hayan equivocado otra vez nos va a tocar subir todo lo
que bajamos. Nosotros por si acaso...pegaditos a él...
Finalmente el Sargento cogió el
mapa y marcó un punto bastante al Sur:
Tiene que ser aquí mi
Teniente. Y como profesional de la
montaña, acertó.
Tuvimos que cortar por el
barranco de Arrakagoiti, hacia el sur ¿Y cómo?, pues por el medio, fuera de cualquier invisible senda, ¡el tiempo corría
en contra!.
Nos enriscamos. Tuvimos que
poner crampones y bajar una pala mixta de roca y hielo que…¡te los ponía de
corbata! ¡Con las tablas y los bastones atrás!
Creo que fue el día mas duro
de toda la "mili"...y puede que de mi vida.
Tardamos casi dos horas más
en llegar por una ruta endiablada, umbría. Como suele ser habitual en esas
condiciones, traicionero hielo en abundancia limitaba nuestra progresión.
Entramos desde la parte
derecha del bosque, nos desplegamos a distintas alturas, algunos hasta se
perdieron. íbamos entre árboles foqueando y, casi sin darnos cuenta tras un
bosque, lo vimos.
Apareció entre las
coníferas, por la parte alta del monte. Estaba la nieve manchada de ¿rojo?.
Parecía... Y lo era. Abundante sangre. Nunca hubiera pensado ver eso en un
teatro similar. Imaginas blancura infinita, un maremagnum. Pierdes la
perspectiva y tienes que reponerte para volver a enfocar tu objetivo. Olvidamos
el aturdimiento provocado por semejante contraste.
En ese tramo final nos
habíamos dividido por patrullas, nosotros íbamos muy arriba. El tubo de alud
era como un cortafuegos. De unos quince
metros de anchura y medio kilómetro de
longitud aprox. No se veían apenas árboles. Y con un gran fondo en forma de
saco abajo, donde se desbordaba y detenía.
Habíamos llegado los
primeros. Y los únicos. Iniciamos las labores de rescate por arriba. Aplicamos
mecánicamente lo aprendido y entrenado.
Localicé al primero de
ellos. El rastro de sangre lo ubicaba en la nieve.
¡Ahí estaba el pobre
hombre!. Semienterrado, semiinconsciente y adormilado, tirando a azul. No hacía falta ser un lince
para reconocer la gravedad. Estaba en la parte alta del tubo, a unos 20 o 30 m
del corte en la placa que se veía bastante claro.
Estaba muy superficial, y
aparentemente había bajado golpeándose con los árboles (seguramente eso le
salvó ya que no se vió arrastrado hacia el fondo). Se veía mucha sangre.
Lo
sacamos. La fractura no era abierta aunque la pierna formaba un ángulo
inverosímil. Tenía varios cortes, uno profundo en la cabeza, y no había
hemorragia arterial aparente
Yo había recibido un curso
de primeros auxilios con Doc así que llevaba la camilla.
¿Doc? Pregunta mi mujer.
Así llamábamos a un compañero que había hecho medicina. Bueno,
no sé si la había acabado. Me parece que no.
Seguí contando:
Mientras armaba las parihuelas, con las tablas y
bastones (la de tres bastidores), dos compañeros se ocuparon de vendarlo e
introducirlo en mi saco de dormir. Cuando lo metieron gritó como si lo
estuvieran matando. Lo subimos a ellas. En aquella época no llevábamos férulas hinchables en el equipo de la patrulla. Fue a raíz de ese día que se
incorporaron, creo.
Una vez tumbado, lo inmovilizamos con varios anillos
convirtiéndolo en un bloque. Hablamos poco, solo lo necesario para el rescate.
Ellos equiparon el descenso y yo lo aseguré a la camilla, la anclé y me anillé
con el herido.
Ahí quedó tranquilo y ya no
se quejó más, de hecho mientras bajaba con él tenía miedo de que muriese porque
se iba adormilando. Le daba en la cara y me parece que lo llamé de todo para
espabilarlo cada pocos metros.
Varias manchas. Miro a mi
alrededor y los demás buscan desesperadamente supervivientes.
Lo que más nos preocupa era
evacuar rápido porque el tiempo empeora de manera brusca. Aquí puede desequilibrar la balanza hacia la parca.
Es increíble en esos
momentos lo rodado que sale todo, ni una voz sobre otra, rapidez y
eficacia...supongo que nos habían entrenado bien.
La bajada fue un poco
accidentada, Dimos varias vueltas. Cada poco le volvía a pegar un sopapo si
veía que se quedaba frito. Me lo inculcó el Doc en las soporíferas tardes
del cursillo, (por lo menos algo quedó).
Uno de los recuerdos más
nítidos es que una vez sacado el herido, asegurado y montado el descenso (iba
en camilla sobre mis tablas), fuimos bajando por el mismo desprendimiento.
Creo que era la excitación o
el miedo, da igual, pero a voz en grito:
¡TENSA...CUERDA...TENSA...CUERDA!...y de pronto veo a mi lado al Sargento. Arguisjuela que me mira con cara de pegarme un tiro y me dice:
¡¡¡Estrada...tonto de los
cojones!!!...¡¡cómo sigas gritando vamos a acabar todos como ese!!... El
riesgo de avalancha no había pasado y ni siquiera era consciente de ello.
Así que de ahí para abajo susurraba:
Tensa...cuerda, tensa...Arriba ni me oían y bajamos dando más vueltas de campana que un Simca 1000 con el freno de mano trabado en la autopista.
Más abajo vimos otra
patrulla con camilla haciendo lo mismo. Después llegaron civiles (supongo que
desde el refugio) a la parte de abajo. Ayudaron con las sondas.
Antes de que me pregunte se
lo explico:
Las sondas son unas varas
largas y finas utilizadas para localizar personas enterradas bajo la nieve.
Asiente agradecida.
La línea de sondeo avanzaba simultáneamente. Clavan despacio,
hasta el fondo. Miran a un lado y al otro, esperan que acaben los otros
rescatadores. En silencio, con la esperanza de escuchar o sentir un gesto de la
víctima. Un instante. Otro pasito. Al unísono. Clavada y sentidos
alerta. No se puede dejar ni un
centímetro sin revisar. Una tarea ingente, gigantesca y sin denuedo. Casi desesperada.
El Sargento Arguisjuela subió a
recoger las nuestras para los de abajo. Y a fe que funcionó:
Alfonso de Mesa junto con
varios compañeros encontraron y sacaron a otro herido.
Los últimos en llegar fueron los de la Guardia Civil y
sin equipo. Bueno, con una pala y una soga.
¡Menos mal.
Desde el la base del alud
llaneamos como 1 km. Al otro lado de un riachuelo estaban los Guardias. Me tuve
que meter en el agua con las botas de esquiar, y hacer de puente para las
camillas. Ni se movieron. Una vez al otro lado pasamos los heridos y
muertos a las de mano. El mío se lo entregamos a tres o cuatro km de la
carretera, a otra camilla ¡de mano! que traían y desde ahí ya evacuaron ellos.
Y es en ese momento cuando
parece que te viene todo el cansancio encima. Al "acabar" el rescate.
Vi a algunos compañeros intentando poner las
pieles de foca, secándolas con un mechero.
¡Misión imposible!.
Ya era de noche, empezaba a
nevar fuerte. Me puse a desmontar la camilla, quité las lonas, los bastones.
Había apretado tanto los bastidores que fuí incapaz de soltarlos, (estaban tan helados, como nuestras manos).
Así que me eché las dos
tablas con camilla incluida al hombro, metiendo la cabeza entre los dos
bastidores y comencé a andar detrás de la Guardia Civil. Hora y pico hasta la
carretera, en subida y con nevada ya intensa.
Medianoche en la carretera
de Isaba. Evacúan a los heridos, se llevan a los muertos. La Guardia Civil y
los paisanos desaparecen hacia el pueblo.
Quedamos los de siempre: los
primeros en llegar y los últimos en abandonar el lugar.
Esperamos los camiones. Ruido de comunicaciones. Radio. A la pastilla el Teniente DeTuriso.
¡¡¡JODER!!! Suelta el
primer taco del día. Desde las entrañas.
Arriba nieva muy fuerte desde hace rato y el Capitán no arriesga los camiones.
Arriba nieva muy fuerte desde hace rato y el Capitán no arriesga los camiones.
Echamos a andar carretera
arriba. Reventados por dentro y por fuera. Muy lentos. En silencio. Triste
senda.
Hacia la una de la
madrugada, más adelante oímos gritos:
¡¡Ehh!!¡¡Traed, ya lo
llevamos nosotros!! Eran los compañeros. Habían estado esperando en el refugio
mirando por la ventana hasta que nos vieron aparecer. Bajaron como medio km. a
recibirnos.
¡Ven!. Paco Aragón me cogió
prácticamente en volandas y me llevó al guarda esquís. Sí, el mismo que estaba
rebajado de botas había salido a buscarme en chancletas por la nieve, ¡¡con dos cojones!!.
Roberto recogió la mochila
del Teniente De Turiso que no tenía fuerzas ni para entregarla.
Cuando llegamos al refugio
la sensación era de no poder dar un paso más.
Por el camino nos iban
retirando el equipo. Me siento en el banco, me quitan las botas (literal)
y...sale de ellas un río de agua. ¡No las había vaciado!. ¡Me hice todo el
tramo final con kilo y pico en cada pié!.
Al llegar nos dieron una
especie de desayuno: un bocata, un colacao y galletas.
El Teniente. De Turiso me dijo:
Hoy te lo has currado
Estrada.
El Sargento Arguisjuela nos
felicitó a todos, el Capitán ni mu. Paco Aragón que estaba sirviendo a los
Mandos mientras rendían cuentas al Superior (y tomaban sus colacaos), salió a
informarnos:
¡Os están poniendo por las nubes!.
Alguno fue el fin de semana
siguiente al hospital a ver los heridos. Incluso quince días después, un
compañero se fracturó la pierna, y coincidió con alguno de ellos en el Centro
Hospitalario. Los padres, cuando se enteraron de que estaba allí un
participante en el rescate, agradecidos de corazón, fueron
a verlo a la habitación y compartiendo unos dulces comentaron:
Al cabo de unos días fuimos
conscientes de la realidad. No negaré el cabreo. Lo único que
mencionaron después, sobre nuestra participación en el rescate, fue media línea
al pié de un artículo del ABC y nada
más.
¡Cómo si no hubiéramos
estado allí!
Pero la prensa ya se sabe,
cuenta lo que le parece. Además en aquellos años el Ejército no era muy
popular, y en esa zona menos.
Como anécdota te diré que mi
saco nunca volvió... Me lo cobró el Brigada Carmona, de Plana Mayor, cuando me licencié. Así son aquí las
cosas.
Tras la narración, ella se mantiene en silencio:
Sinceramente, el
pasamontañas de la Guardia Civil, no sé cómo llegó a mis manos.
Tumbada en el sofá en
posición fetal, con su cabeza recostada en mis piernas. Escuchando atentamente
mi confesión.
Cuando acabo, sin decirme
nada, se alza, me da un beso en los labios y abraza durante un largo rato.
Después, noto el calor de su
aliento en mi cuello. Me susurra al oído:
No sabía nada. Nunca me lo
habías contado, ni que lo hubieras
pasado tan mal.
Respecto al pasamontañas,
espero que el Brigada Carmona, si se entera de esto, no venga a buscarte de
nuevo y te lo cobre también.
Epílogo:
El accidente se produjo
cuando una expedición de siete jóvenes del colegio La Salle de San
Sebastián iniciaron la subida al pico Lakartxela. de 1982 m, desde el refugio
civil, casi en la frontera con Francia.
Sobre las 10h 30´ aprox. un
formidable alud se tragó al grupo. A unos seis kilómetros
aprox. de Isaba, más concretamente en un barranco del paraje denominado
Arrakogoiti.
Parece ser que atravesaron
una lengua de nieve. Con su paso la fracturaron provocando el desprendimiento y
consecuente avalancha. Uno, prácticamente ileso, dio la voz de alarma en el
refugio civil de Isaba.
Las condiciones
climatológicas le impidieron llegar antes al socorro. Después, la
desorientación del auxiliado, impidió acelerar las labores de búsqueda y
rescate con la premura idónea para poder haber evitado algún fallecimiento. No
fue capaz de ubicar correctamente el lugar y los equipos anduvieron largo rato
sin encontrar el alud.
Finalmente hubo dos muertos
y un desaparecido. Un perro adiestrado, pastor alemán, lo señaló en un lugar de
imposible acceso. Fue encontrado al día siguiente a una profundidad de seis metros bajo la
nieve y engrosó la lista de muertos. Los otros cuatro tuvieron heridas de diversa
gravedad, como fracturas de cadera, fémur, etc...Traumatismos varios.
En total tres fallecidos y
cuatro heridos.
Nunca debió ocurrir.
Con las nevadas de los días
anteriores y el sol de aquel día, el riesgo de aludes era muy alto. En este
caso los chavales, de unos veintidós años aproximadamente, pecaron de inexperiencia o
imprudencia. La mala suerte tiene poca cabida a este nivel. Cortaron por el tubo y se deslizó toda la placa superior sobre la
de abajo (más dura).
Recuerdo que nos insistían
mucho en los riesgos de ese tipo de días soleados, y horas inadecuadas. Debido
a las diferencias de temperatura la nieve se compactaba en profundidad,
haciéndose hielo prácticamente. Luego nevaba.
El calor afectaba a la capa
superior comportándose de diferente manera, resbalando sobre la superficie
interior helada. La misma situación se creaba
cuando desprendía o cortaba una cornisa.
En primer lugar, comentar que todo lo contado en esta historia es rigurosamente cierto.
Solamente nos hemos
permitido algunas licencias literarias para poder enlazar y situar en la
historia los hechos.
Este relato emana de la
necesidad de exorcizar el recuerdo de un participante en el rescate.
Hablando entre los veteranos
del grupo, detectamos que uno de los nuestros estaba recopilando información
para explicar lo ocurrido. Intentaba dejar constancia escrita del hecho y vimos
que existía un vacío.
Mediante un diálogo entre
distintos partícipes directos y veteranos colaboradores hemos intentado
reflejar la realidad de unos Soldados de Reemplazo, arropados por sus Mandos
naturales y ubicados en unas
circunstancias extraordinarias.
Su preparación y sacrificio hicieron posible el
rescatar con vida a varias personas.
Recordemos que ni siquiera
habían comido y no tuvieron oportunidad de meter algo en el estómago hasta
cuando llegaron sobre la una de la madrugada. Tras una mañana de trabajo se acumuló un rescate “in extremis” a la
tarde, poniendo en jaque las posibilidades de encontrar supervivientes y su
propia resistencia física y mental. Una gesta, que en otros lares hubiera tenido
diferente consideración.
Luego como siempre, otros se
llevan la gloria. Pero no importa. Sabemos que la discreción es parte innata
de nuestra labor. Nunca nos hemos ocultado, y donde era requerida nuestra
presencia íbamos, aún a pesar de las dificultades que entrañaba nuestra tarea. Jamás preguntamos. Aquel que ha necesitado de nuestra ayuda, no hemos dudado.
Por otra parte sabemos de la
ingratitud que supone este empleo. Lo asumimos con resignación pero con la
cabeza alta y el orgullo intacto.
Que no se nos reconozcan
algunos méritos nos duele, pero sólo se soporta, porque estamos seguros de que
habrá gente, como los supervivientes del hecho y sus familias que saben que su
Ángel de la Guarda viste de verde y lleva ... BOINA.
Un fuerte abrazo a todos los
compañeros.
Especialmente a los que nos
han hecho partícipes de una actuación destacada de nuestra Compañía que
desconocíamos al detalle. Ellos son:
Enrique Tamargo, hoy dueño
del pasamontañas mencionado.
Alfonso de Mesa uno de los
que encontraron algún superviviente.
Rafa Copete que coincidió en el Hospital con varios heridos,
entre ellos del que se relata el rescate.
Roberto uno de los que junto
a Paco Aragón bajaron desde el refugio a ayudar sus camaradas.
Debo recordar al Teniente De
Turiso y el Sargento Arguisjuela, que con su comprobada
profesionalidad y ejemplo hicieron que estos Soldados junto con sus Mandos
fueran más allá del deber. No podemos ignorar que faltan compañeros no
nombrados. También para ellos nuestro recuerdo y admiración.
También queda un hueco en nuestra memoria para los
profesionales del Ejército Español, herederos de nuestra labor, que
siguen trabajando en situaciones similares a las descritas, aún en remotos
parajes (Mali, Afganistán, etc.) y otras condiciones, pero siempre con valor,
ejemplaridad y orgullo.
Y dejo para el final al
compañero Chus Estrada, uno de los que sacaron con vida al herido descrito. Es
de sus declaraciones de dónde ha aflorado este relato, el responsable de que
todo esto haya salido adelante por su memoria y empeño.
Gracias de parte de todos.
En Bilbao, a trece de Abril
de 2014.
Firmado : Kepa San Blas
Veterano de la Compañía de
Esquiadores Escaladores 51/LI
Abriendo huella…
Cualquier cosa que necesite ser modificada a vuestro entender, lo decís. Haremos lo posible para arreglarlo. Espero que os guste. Un abrazo.
No existen documentos gráficos del rescate, las fotografías que se muestran, la gran mayoría corresponden a ese Invierno de 1984 y muestran la zona de Belagua, tal como estaba en ese momento. Otras corresponden a otros lugares y épocas, pero sirven para ilustrar el trabajo y dureza en una unidad de esquiadores-escaladores.
Kepa San Blas ha escrito otros relatos en este blog: