¡
Cuánto tiempo.. ! Y recuerdos...
Si hubiera apostado entonces, a que nunca más retornaría allí, hubiera perdido.
¡Y eso que el riesgo era remoto! —¡estás loco!— hubiera sentenciado.
Sin más, me hubieran “desplumado”. Cuando se es joven, ya se sabe...
Por fin en Aizoáin, en el cuartel de Infantería General Mola. Han pasado veintisiete años desde que atravesé la valla de acceso por última vez. Concretamente, en sentido contrario, y sin ninguna gana de volver la cabeza. Retorné a casa con prisa, pero conmocionado por volver a enfrentarme a la dureza de la vida civil. Incertidumbre en el trabajo, en la vida, el porvenir…
La rutina castrense es previsible, estricta, y severa; pero también segura.
Puedo decir que, aunque con unas ganas locas de abandonar aquello, marché con alguna lagrimilla cayendo, al reflexionar sobre lo que dejaba allí, y que pensaba no iba a volver a ver.
¡Ni ganas tenía entonces!.
Ahora, gracias a la dedicación de Juan Florencio y la ilusión de multitud de veteranos, incluidos "Mandos", hemos podido hacer realidad el proyecto germinado a lo largo de más de un año.
Provenientes de distantes lugares y diferentes reemplazos. Gente que no nos conocíamos físicamente, pero que habíamos compartido una realidad y trabajamos por un sueño. La red ha hecho posible el contacto.
Nunca hubiera sido igual si el responsable actual de nuestra antiguo cuartel, el Coronel Ángel Atarés, y último Capitán de nuestra Compañía, no hubiera sido picado por la misma ilusión que nosotros. Imagino que al tener las primeras noticias de nosotros, la sorpresa sería mayúscula. Después, la curiosidad por no saber lo que éramos capaces de sacar adelante, aunque conociendo lo que se forjaba en la Compañía…
Las facilidades que nos otorgó, hicieron posible en su mayor medida, la consecución del éxito logrado.
Así, propició revivir sensaciones olvidadas…
El Cabo de guardia ejerce de anfitrión, nos enseña la camareta donde dormiremos.
En una como esta, tuvimos catre y taquilla...aunque no nos permitían intimar demasiado con las comodidades.
La cama era un lujo prescindible. Como lamentaba “Truje”:
— cuando disfrutaba de una no podía dormir, demasiado blanda. Me había acostumbrado a descansar encima de la esterilla, en el duro suelo. Demasiadas incomodidades, demasiados días de maniobras. Mi espalda no olvidaba fácilmente.
En eso coincidíamos. Puedo asegurar que era una opinión bastante extendida.
Camino junto a Chus, también destinado en el mismo lugar que yo, en aquella época, pero cuatro años antes.
Las escaleras de acceso a nuestra antigua Compañía desembocan en un pasillo. Puertas a ambos lados situaban las oficinas de Plana y botiquín. En mi reemplazo, en 1987, dominio de César, Cabo sanitario. Brujo, druida, etc. Así lo llamábamos soldados y Mandos, en definitiva nuestro médico, nuestro amigo.
¿Quién no fue “curado” con la milagrosa medicina, el pacharán, dentro de su cubil?. Creo que todos los que pasamos por allí recordamos su amabilidad y sentido del humor. Un gran tipo.
Al final la sala de televisión. Un aula para lo que hiciera falta, con sillas. Sus reposabrazos son testigos de infinidad de caligrafías. Apuntes recogidos a toda velocidad y de cualquier manera, en la reglamentaria libreta. Allí recibimos las primeras nociones de técnicas variadas: nudos de escalada, instrucción del fusil de asalto, de cartografía, orientación, etc.
— ¡Cuántas veces estuvimos a punto de quedarnos sin fin de semana, por no mantener abiertos los ojos!
Y es que esas clases eran normalmente, por la tarde después de comer. Cuando la digestión retira flujo sanguíneo al cerebro y lo destina al procesado de los alimentos imprescindibles para su subsistencia.
En fin, un sopor brutal.
Me sitúo en el centro de la habitación y allí, intentando no perderme nada, he dado una vuelta entera .
Bueno, no la he completado...algo me llama la atención. Rechina.
— ¿Una boina de color rojo?, ¿dónde se ha visto eso?— según entras a la izqda., en medio de la pared, enmarcada. Un cristal la protege.
No la recordaba. Miro a mi veterano y sonríe:
— Sí yo te contara…
— ¡Cuenta, cuenta…— sabedor de que no podrá aguantar.
— Es un trofeo de guerra, bueno de guerrilla.
— ¿Es de vuestra época?— nunca había visto una unidad del Ejército con ese color. Ni la recordaba.
— Pues sí, es de entonces. La ganamos en unas maniobras con los paracaidistas franceses.
La historia empezaba a ser jugosa. Una cosa es que te la regalen por cortesía, y otra muy distinta que la “ganes”.
Los que hemos pasado por la Compañía sabemos que conseguir una boina cuesta lo indecible. Ese tipo de comentarios no los hacemos a la ligera.
Chus comienza a recordar:
— Corría el mes de Junio de 1983. El reemplazo 2º/83 comenzaba a sentirse relativamente cómodo.
Iba pasando nuestro periodo de Servicio Militar Obligatorio, la “mili”, de aventura en aventura. Casi podríamos decir que empezábamos a disfrutar, desde el punto de vista de un soldado reclutado a la fuerza, en una leva obligatoria.
Nuestros veteranos acechaban, aunque se mantenían a la expectativa. Ya no éramos unos mirlos y tampoco tan fácil "putearnos". Manteníamos un nivel de alerta elevado. Aunque éramos unos conejos despistados, y a veces amontonados, como nos calificaban.
De vez en cuando, el inevitable “pelote”, nuestro particular pelotón de castigo, nos convocaba a una comunión con la vetusta tierra del Viejo Reyno..
Provistos de pico y pala debíamos excavar un hoyo suficiente para que nos sirviera de cubierta en caso de necesidad, además con una anchura tal que rozaba el escándalo. Vamos, casi una sepultura. Desgraciadamente me convertí en un experto accidental, al que de una forma u otra, y más habitualmente de lo que quisiera, le tocaba ejercer de ingeniero zapador . ¡La cantidad de zanjas que llegamos a hacer, y más tarde rellenar!
Bueno, es que a pesar de ser casi nuevos, tampoco éramos unos santos y quieras que no, “a cualquier dama se le escapa un pedito…”.
Discurría el mes de junio de 1983.
Corrían rumores de unos ejercicios militares a gran escala. Nosotros expectantes. Éramos recién llegados a la Compañía y veíamos a los Mandos alterados. No era normal. Nos convocan en la sala de televisión.
El Teniente De Turiso toma la palabra:
— Podéis sentaros. Estamos aquí para comentar una novedad — obedecemos.
— Vamos a realizar unas maniobras conjuntas internacionales. Serán a nivel de Batallón.
Estarán los paracaidistas franceses, fusileros y nosotros. Todo esto aderezado con los "pepinos" de nuestra gloriosa artillería. Unidades de toda España se darán cita aquí. Y dispondrán de sus medios más modernos. Así que estaremos en el ojo de todo el mundo. Habrá que andarse con pies de plomo. El Alto Mando ha considerado que nuestro papel en esta misión será el de guerrilla hostil.
Existen unas reglas de enfrentamiento que serán entregadas por escrito a los responsables.
Son más o menos las de siempre:
— Nunca y en ningún caso se utilizará fuego real. En las situaciones de enfrentamiento directo e inmediato se usarán pitidos para señalar el disparo. Como bien sabéis nuestro CETME tiene la posibilidad de, moviendo su aleta selectora, elegir el tipo de disparo a efectuar: tiro a tiro o ráfaga. Los pitidos serán usados en la misma medida, para que el contrincante al que disparéis, sepa que ha sido disparado e impactado.
— “Un poco ridículo”— pienso. Un veterano parece leerme la mente y me ilumina por lo “bajines”:
— No usamos ya la munición de fogueo. El cartucho tenía un proyectil de madera. Si te daban de cerca dolía de "cojones" y además quemaba cosa fina,— comentaba entre susurros — no quieren que ocurran accidentes como el de un "bisabuelo" nuestro, al que le dieron en la cara y tuvo una avería de tres pares de narices. ¡Imagínate para arrestarlos!
Mi cara de pardillo interesado cambió de expresión:
— ¿Arrestar unos cartuchos de madera?
— ¡Sí, aquí os iréis dando cuenta que cuando pasa algo, siempre hay un responsable! En ese saco entra cualquier ser, persona o cosa — explicaba.
Tenía razón como siempre. Con el tiempo conocí diferentes objetos arrestados. Por ejemplo el gallinero de la pista americana: una sucesión de vigas de hormigón colocadas transversalmente a diferentes alturas y distanciadas entre sí. Era un obstáculo temido por su alta probabilidad de desgraciarse, sobre todo cuando estaba húmedo. Debido a que alguien se lesionó gravemente en él, acabó arrestado. Fusileros y demás personal del regimiento no lo pasaban. Nosotros como de costumbre, no entrabamos en ninguna de las dos categorías: ni eramos fusileros ni personal del regimiento, por eso... ¡esquiadores...adelante!
E incluso en otro cuartel, el de Colmenar Viejo en Madrid, había una piscina arrestada. El motivo: haberse ahogado un recluta dentro de una taquilla. Como podéis entender, el soldado no se lanzó voluntariamente al agua dentro de un armario candado. Los que lo hicieron se pudrirían en algún penal militar, tipo al de Mahón, y estarían el resto de sus vidas arrepintiéndose de su felonía. ¡Hay cada imbécil!
Continuamos escuchando al Teniente:
— Una última aclaración. La he dejado para el final porque me produce cierta desazón — mira sus papeles. Los encuaderna golpeando contra la mesa. Levanta el rostro e intenta abarcar a todos.
Nos mira a los ojos:
— Las órdenes nos obligan a ser capturados por el enemigo, el cuál aplicará el protocolo de trato a prisionero — murmullos en la sala muestran el sentir, malestar generalizado.
El Mando sabe que esas órdenes no son bien recibidas por la tropa. A nadie le gusta jugar sabiendo que va a perder de antemano y encima le van a machacar.
— ¿Alguna duda? —
Sin preguntas. Todos sabemos que no hay que señalarse en estas circunstancias. Pasar inadvertido el mayor tiempo posible es la consigna, y si consigues licenciarte sin que tus superiores recuerden tu nombre, mejor que mejor. Somos conejos, pero no tontos.
— Bien, podéis pasar por el almacén de material donde el Brigada os hará entrega de un silbato. ¡No malgastéis munición!
—“¡pero que gracia tiene mi niño, ozú!”— pensamos unos cuantos.
— Este ejercicio será evaluado al más alto nivel, así que poneos las pilas. No quiero que nos llamen la atención por nada, ni por nadie. No la caguemos por incompetentes. Y vosotros, los nuevos... ¡AL LORO!
Recordad que si fallamos lo pagaremos caro. Aparte de ser el hazme reír del batallón. ¡Cómo algo no funcione por vuestra culpa, garantizo que os arrepentireis! ¡¡ROMPAN FILAS!!
Levantamos nuestros traseros de las sillas y vamos haciendo corrillos en los que comentamos las palabras del Teniente.
Rober, Ricardo, Salvador, Enrique, Paco…compañeros del mismo reemplazo, el segundo de 1983.
Los del mes de marzo estamos excitados. Es nuestra primera maniobra ¡y nos llevan a una de este nivel!
Vamos advirtiendo que esta Compañía no es como las otras, es como la llaman nuestros Mandos:
Al día siguiente ya estábamos metidos en el ajo.
Íbamos en el primer pelotón de la Segunda Sección, y al mando el Sargento Arguisjuela.
Bueno, nosotros lo llamábamos “Larguisjuela” por lo grande y largo que era, Los otros compañeros habían sido repartidos en varios grupos y nos dividieron para dificultar la localización. Incluso llevábamos un intérprete, un muchacho nuevo como yo, apodado “franchute” por nosotros, y apellidado Ontanilla. En la vida civil había adquirido los conocimientos necesarios para desenvolverse en el idioma vecino.
Nos habían hecho pintarnos la cara y camuflarnos de la mejor manera posible. Eso incluía el uso de corcho quemado, ramas, hojas, barro, etc. Cualquier cosa adecuada para pasar desapercibidos en la naturaleza. También llevábamos la boina. Nos la habían entregado porque en unas maniobras de ese postín no podía acudir más que lo mejor de lo mejor — ¡si nos conocieran a nosotros…! — Teníamos que merecerla, porque participar con la gorra de Infantería podía significar una deshonra para la Unidad.
Los nuevos íbamos acojonados con tal despliegue de medios y personal. Se debían notar bajo las ramitas y el fiero aspecto con la pintura de guerra, los ojitos de conejos asustados.
La Artillería bombardeaba cerca de nuestras posiciones y limitaba la posibilidad de movimiento, algo vital para una guerrilla. Luchando en minoría deberíamos de aprovechar las virtudes de rapidez y movilidad, utilizando el terreno para ello.
El Mando francés disponía de un helicóptero de observación que impedía cualquier salida a la descubierta. Los árboles se convirtieron en nuestro mejor aliado. Cada vez que intentábamos alejarnos de la protección que suponía la vegetación, el inconfundible ruido de las hélices nos obligaba a escondernos.
Sin posibilidad de cruzar ningún descampado.
Era la cuarta vez que lo hacíamos y de nuevo retirada. No pudo ser.
El Sargento Arguisjuela estaba que trinaba. Sacó un plano y nos hizo partícipes de su aplastante lógica militar:
— El helicóptero no nos deja salir. Nos tiene pillados por las pelotas. No podemos ponérselo a huevo. Hay que pensar algo.
Escuchábamos intentando deducir alguna estratagema que nos librara del cepo que suponía no poder abandonar el bosque cerrado.
— Ya está, debemos hacer algo que impida al helicóptero seguir jodiendonos.
— “¡Ya!, ¿pero como?”— ninguno le ayuda o participa proponiendo alternativas.
— He estado comprobando las idas y venidas de nuestro “pajarito”, y siempre finaliza el recorrido tras aquel collado. En el mapa viene que ahí existe una planicie suficiente para que pueda aterrizar y despegar. Además dispone de comunicaciones por carretera.
¡Mirad por aquí! — nos lo señala en la cartografía.
Alucinamos de la capacidad de deducción de un Sargento del Ejército Español. Si todos nuestros superiores más inmediatos como él, tienen su misma preparación y deductiva, no nos extraña que este ejército haya sido el terror del mundo a lo largo de la historia.
La palabra del Sargento era respetada y admitida como una de las más sabias, prudente y acertada de nuestra Compañía. El respeto de los veteranos rozaba la veneración. Una verdadera máquina como no tardamos en comprobar.
A todo esto la radio no paraba de emitir informes de diferentes patrullas, en el sentido de que cumpliendo su cometido, habían sido capturadas por los “bravos” paracaidistas franceses.
Aprovechamos la línea de bosque para avanzar hasta que encontramos la vía comentada por nuestro Mando. Una senda minúscula y sin asfaltar.
— Sí, por aquí es — consulta de nuevo el mapa — Más tarde o más temprano aparecerá un vehículo. La única forma de librarnos del “moscón” es cortándole el suministro de combustible. Así podremos movernos con mayor libertad y darles un poquito de guerra a estos “franchutes” — explica.
— Por ahí seguro que le proporcionan el combustible para volar y que no pierda tiempo en el suelo. No veo otra posibilidad.
Desafiante suelta:
— ¡Vamos a emboscarlo!
Nuestra actitud debió de ser transparente para él:
— tranquilos, nos escondemos y quedamos quietos hasta oír el vehículo. Entonces daré la orden y nos haremos con él.
Lo decía y parecía sencillo. Claro, luego vienen los imponderables. Situaciones impredecibles e inesperadas que suelen hacer fracasar planes tan frágiles como el nuestro.
Dicho y hecho. Sepultados bajo el manto vegetal en los laterales de la senda, nos disponemos a esperar a nuestra víctima propiciatoria.
Casi no respiramos, de esa forma evitamos que se nos oiga. Además con nuestra munición en la boca, (el pito), cualquier resoplido puede advertir al enemigo. Hay que respirar por la nariz.
El CETME sujeto como sólo lo puede hacer un recluta: las manos pálidas de apretar el arma.
Pasa una hora. — “pues ya tarda” — pienso para mis adentros.
Transcurre la segunda hora. — “¡Joder que mierda! No aparece por ningún lado” — reflexiono.
Llega la tercera hora —”el Sargento se ha tirado un largo con los nuevos, pero me da a mí que se ha colado”— me permito juzgar al Mando.
La cuarta hora acota nuestras esperanzas. El crédito del Sargento está agotándose. Ya cada vez ponemos menos precauciones y no tenemos el cuidado del principio...
.—“¡Espera!” — oigo algo . El motor de un camión ronronea en la lejanía. Cada vez más cerca, cada vez más en nuestro poder.
— ¡ATENTOS!— el vozarrón del sargento rompe el encanto del que hemos disfrutado por espacio de más de cuatro horas.
Yo no sabía si coger el “chopo” o el silbato. Mis dedos agarrotados sobre el fusil de asalto, pedían a gritos acción. Así que la orden supuso un alivio.
— ¡¡AHORA!! — El pelotón fantasma brotó del infierno, de las entrañas de la tierra y rodeó el transporte. El sargento con la pistola en sus manos cortó el paso apuntando directamente al conductor.
Frenazo antológico.
— ¡¡¡PÍÍÍÍ, PÍÍÍÍ, PÍÍÍÍ, PÍÍÍÍ, PÍÍÍÍÍ!!! — parece que todos hemos puesto el selector de disparo en ráfaga. Acabamos con ellos en un santiamén. El vehículo enemigo fue tomado a puro pitido.
Otra estridente voz perfora mis oídos:
— ¡¡¡ARRETE LE CAMIÓÓÓNNN!! — Ontanilla desatado urge a los franceses.
Ahora me permito observar de cerca nuestras víctimas: son un cabo y dos soldados. Viajan en un camión cisterna — “¡cómo nos había adelantado Arguisjuela!”— recapacito asombrado.
También veo a mi superior y compañeros, llenos de restos vegetales y demás porquería utilizada para camuflarse durante el largo periodo de espera. Con las caras pintadas y tal cantidad de mugre es casi imposible identificar a nadie del pelotón. ¡No me extraña que se acojonaran los gabachos cuando aparecimos de improviso! ¡Parecíamos seres de ultratumba!
Los fieros rostros seguramente ayudarían a aflojar en algún momento sus esfínteres. Me imagino que en colaboración con el “hierro” del Sargento. Una “Star”, “made in Eibar”, nueve milímetros, fiable como él y negra como el futuro de nuestros paracaidistas.
Las víctimas no salían de su estupor. Esta actitud fue aprovechada por el sargento para deslizarse por el lateral del vehículo y subir al pescante del lado del conductor. Desde el peldaño y sin dejar de apuntar con su arma reglamentaria, consiguió que le diera las llaves del mismo, mientras mediante gestos indicaba que bajaran.
Agarrado al espejo retrovisor con una mano, mostrando ante la nariz respingona del francés el “nueve largo” no le dejó opción alguna.
Cuando el cañón de un arma se convierte en prolongación de tu apéndice nasal, y resulta imposible enfocarlo con los ojos, su extrema proximidad no deja pensar. Sólo te queda la alternativa de la rendición, bueno... esa y la de mojar los pantalones.
Conseguimos que abandonen el vehículo y pongan sus manos enlazadas detrás de la cabeza.
Creo que hasta ese momento habían perdido su capacidad de reacción, pero al ver que estábamos organizados y seguíamos las órdenes de nuestro sargento, se fueron arriba.
— ¡Ponedlos de rodillas en la cuneta, y que no bajen las manos!— increíble lo rápido que puede hablar un francés cabreado, ¡y menudo rebote llevaban estos!
— Mi Sargento, dicen que esto está fuera de norma o de regla, o algo así — informaba nuestro compañero.
— Diles que sí, que tienen razón, pero que tienen que hacer lo que les digamos— le instruía Arguisjuela. Este nos observaba. Se daba cuenta de que estábamos eufóricos por el eficaz golpe de mano que, de manera impecable, habíamos ejecutado. ¡No se nos hubiera resistido nadie! Creo que en aquel momento, seguro que se sintió orgulloso de sus soldados.
— ¡Rápido, atadlos!— urgía.
— ¡Mi Sargento, que no hacen más que protestar, nos están poniendo la cabeza como un bombo!— me quejo.
— ¡Esto no es un juego, aunque quieran hacérnoslo creer! Son unas maniobras militares y ellos son nuestros prisioneros, así que obren en consecuencia: hagan lo que crean conveniente y necesario para cumplir su propósito.
— Ellos están en su derecho de hacer todo lo posible para ponérselo difícil. Aunque para eso, ya saben lo que hay que hacer. ¡Los quiero bien “ataditos” ya!
Parece que las tornas han cambiado. Ahora somos los que tenemos la sartén por el mango.
El cabo francés indignado no para de protestar airadamente. Levanta la voz e incluso llega a bracear. ¡Error!
Le cae la primera “ostia” en la parte de atrás de su estirado cuello. Un veterano se encargó de explicárselo de la forma adecuada. ¡Y a fe que lo entendió, en verdad hay idiomas que son universales!.
La calada boina roja despegó y planeó hasta el infame suelo.
Un compañero la recoge — tráela, será nuestro trofeo — el sargento habla, mientras se introduce en el vehículo para registrarlo. Sale del interior enarbolando otras dos boinas como botín.
Dejamos a los franchutes atados e inmovilizados. Aunque a uno de ellos lo amarramos de forma que pudiera soltarse un poco más tarde.
— Creo que con esto que hemos hecho, inclinamos la balanza del combate. Debemos poner a buen recaudo nuestra valiosa presa, vamos a entregarlo — resume el Sargento.
Rober se encargó de conducir el camión para ponerlo a buen recaudo.
Habíamos conseguido lo imposible: hacer bajar el helicóptero e imposibilitarlo. Lo oímos atravesar la loma y aterrizar. Sin combustible, no volvió a volar, ¡kaput!
Me imagino que el resto de pelotones libres nos lo agradecieron.
De hecho, aparecieron otros camaradas en la lejanía, ocultos en la espesura. Sombras atravesaron el claro y las líneas enemigas, desapareciendo en el bosque.
Con esa actuación, finalizó nuestra gloriosa participación en las maniobras, tras dejar el camión cisterna en el centro de coordinación del ejercicio y disfrutar de las boquiabiertas caras de los Mandos extranjeros al bajar de la cabina. Estos si que se quedaron sin palabras.
¡Y sobre todo, lo que no entendían era que nos hubiéramos pasado las normas por el forro de los c…!
Una vez llegados al lugar, el Sargento nos hizo formar y dio novedades al Capitán de nuestra Compañía.
— ¡Capitán, acompáñenos! — Altos Mandos, responsables de las maniobras lo citan en la tienda de campaña donde se encontraba el centro de Mando y Control, coordinador del ejercicio.
Nosotros nos mantuvimos en formación, recomendados por el sargento. Parecía preocupado por las consecuencias que tuviera una actuación, que los Jefes al parecer, opinaban había sido precipitada e irreflexiva.
Viene el Capitán — ¡Sargento, entre usted! — abandona la posición y el pelotón.
Tardó aproximadamente cinco minutos. Nosotros el culito bien prieto.
Como siempre, las cosas en el Ejército se solucionan de forma rápida y efectiva.
Regresan nuestros Mandos inmediatos y se integran en la formación. El Capitán, como responsable da las últimas novedades, solicitando instrucciones.
— ¡Rompan filas!— ordena un Alto Mando, creo que un Coronel , aunque no estoy muy seguro de que su rango sea ese.
Entonces intentamos desaparecer, instinto de supervivencia —pero...¿dónde vais?— el Sargento nos reúne en un discreto lugar, bajo un apartado roble y detalla:
— ¡No os podéis imaginar la suerte que hemos tenido! Han estado hablando entre ellos, luego llamaron al Capitán y le pidieron explicaciones de lo sucedido. Él me ha citado para que las dé yo, porque desconocía el motivo de que no hubiéramos respetado las reglas de confrontación.
— ¿Y qué ha dicho Vd., mi Sargento?
— Pues que voy a decir, que en el fragor de la batalla, en mitad del ejercicio tomé la decisión más adecuada a mi entender, tras un sereno análisis de todos los factores que influían en la resolución de nuestra misión, como soldados del Ejército Español.— ni parpadeamos.
— Y que una vez valorados los medios propios y los del enemigo, así como las posibilidades de mi tropa, improviso, tomo la iniciativa y decido inmovilizar el helicóptero para posibilitar nuestra progresión y la de todos nuestros camaradas así como para mayor gloria de mi Patria.
”¡Joder, y lo ha soltado de carrerilla, cómo si lo hubiera estado ensayando toda la mañana!, aunque bien pensado, seguro que sabía lo que le esperaba y ha ido cavilando la forma de justificar nuestro acto de guerra”.
Si puede, el Sargento no deja nada a la improvisación, y normalmente opta por la mejor opción. Incluso en imprevistos, su elección suele ser óptima.
— ¿Y qué le han dicho entonces?— preguntamos.
— Me han hecho salir y han hablado con el Capitán. Él me ha invitado de nuevo a entrar. Entonces un General ha hablado:
— Sargento, en primer lugar Vd. no ha respetado las normas de enfrentamiento convenidas por todas las partes, por ello merece ser castigado. En segundo lugar, ha desobedecido una orden directa, lo cual conlleva una pena severa. He estado hablando con su Capitán y lo ha descrito como un soldado ejemplar. Asimismo hemos comprobado por la resolución del incidente, que sus hombres se portaron con el valor exigido a militares de cualquier país. Han ido más allá de lo requerido; haciendo muestra de la reconocida iniciativa de un soldado de su unidad.
Tras deliberar, he llegado a la siguiente conclusión:
— Para nosotros tampoco es plato de buen gusto dejar a los franceses hacer lo que quieran, y mira por donde que unos modestos soldados de reemplazo, nos han tenido que recordar los valores inherentes a un guerrillero: capacidad de infiltración, improvisación, valor, y ...victoria
Hemos compartido cada decisión suya. Anhelamos ese tipo de actuaciones, nos identificamos con todos y cada uno de los componentes de su patrulla. Estamos orgullosos y desearíamos haberlo vivido con vds. Como comprenderá, así, no podemos castigarle.
No nos queda más que eximirle de toda culpa dado que su pelotón ha sido el único capaz de hacerles hincar la rodilla en tierra a estos “gabachos”. También le instamos a que en lo sucesivo se limite a cumplir sus órdenes, al menos en los ejercicios de maniobras.
Los franceses han admitido su acción y la califican como sorprendente e inesperada. Pero coinciden en que en tiempo de guerra todo vale. Les han mostrado errores que en otras circunstancias hubieran costado vidas. Por eso les agradecen su entrega y reconocen su acierto. Por último, felicite a su pelotón por el golpe de mano y la captura de esos preciados trofeos.
Esto le faculta a poder exponerlos en su Compañía a mayor honra del Ejército Español.
Como comprenderéis, después de la cera que nos habían dado, no nos cabía una pajita por el culo.
Desde entonces, nuestra forma de mirar al Sargento cambió.
“GUERRILLERO”
Cuerpo cenceño y ágil, tez morena.
A la espalda el morral, camina y lleva
el certero fusil con mano fuerte.
Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el camino serena,
la limpia claridad de su alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.
No hay a su pie risco vedado,
sueño no ha menester,
quejas no quiere,
donde le ordenan va, jamás cansado,
ni el bien le asombra,
ni el desden le hiere.
Temido, valeroso y abnegado.
Obedece, pelea, triunfa o muere.
FIN
Protagonistas:
|
Chus |
|
Ricardo y Roberto |
|
Chus, Rober, Javi y Ricardo, segundo reemplazo de 1983. |
Y alguno más...
Este texto emana de los recuerdos de veteranos protagonistas del incidente en aquellas maniobras. La totalidad de los detalles están ceñidos a la realidad, en su mayor medida. He tenido que permitirme alguna licencia literaria para justificar y honrar la actuación de unos soldados de reemplazo obligatorio, y de los mandos que los guiaron y ampararon en sus acciones. La actuación del sargento y los soldados viene a ser una interpretación particular.
Reconozco que las palabras de los Jefes no son textuales, pero he intentado reflejar el sentir de los actores de aquel golpe de mano. Aunque no deja de ser una ficción en su parte final, y creo no molestar a nadie.
Todos estuvimos en similares maniobras en las que militamos como guerrilleros. Puede ser que el grado de penosidad en esta operación no haya sido el extremo al que estábamos acostumbrados, pero quedaron patentes los principios que nos guían.
Golpes de mano, ataques a posiciones, toma de búnkeres, voladura de puentes y objetivos similares…
Por el día o la noche. Buscando ventajas y superando inconvenientes. Barro, nieve, hielo, sueño, humedad, frío, calor…
En cualquier circunstancia o condición, variedad de prácticas y siempre con algo en común: ser guerrilleros.
Espero que lo leído haya sido agradable; compartas unos minutos de distracción y recuerdos con mis compañeros y conmigo. Si he logrado hacerte recordar, o sonreír…¡mejor que mejor!.
Dedicado a los esquiadores que acudieron al primer encuentro, donde pusimos cara y corazón a los amigos. Y sobre todo a los que no pudieron estar, para que tengan en cuenta que ya estamos trabajando en el segundo y, como no puede ser de otra manera…
¡OS ESPERAMOS!
Fdo.: Kepa San Blas
Veterano de la Compañía de Esquiadores Escaladores 51/LI.
En Bilbao a 20 de Noviembre de 2014.