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2 may 2020

Supervivencia en la Selva de Irati - II




LARRAU


LAS MARCHAS

Al día siguiente temprano, después de desayunar vinieron a buscarnos los camiones. En varias horas de interminable traqueteo, llegamos a las estribaciones del Pirineo Navarro y salimos de la carretera convencional.  Circulábamos por pistas y caminos de pastores, en los que a duras penas entraba un "URO", nuestro transporte colectivo. El conductor metió la reductora, la tracción todo terreno, para agarrarse al suelo. Empezaba a ser un camino exigente.

El paisaje cambió, dejando paso a la infinita gama de colores de las hojas en otoño, desplegadas por ese privilegiado paraíso. Grandes bosques e insondables precipicios traían a la mente el mortal accidente que tuvo un compañero. En el piso de arriba de la Compañía dormían conductores de camiones del Regimiento América 66, el inquilino de Aizoain. Uno de ellos falleció en accidente al despeñarse con un aljibe montaña abajo en fechas coetáneas.

Cuando transitas por sitios como ese te das cuenta de lo que en realidad somos. La majestuosidad del entorno nos hace diminutos y muestra que puede cambiar la vida en décimas de segundo, sin consultarnos. De una forma u otra nos pone en nuestro lugar.

A duras penas aguantábamos sentados en el banco de hierro de la caja. Cada poco salíamos despedidos del asiento y debíamos agarrarnos a la barra metálica del toldo para no volar. Las mascotas, ni te cuento. Akerra atado con una cuerda ni se movía y los perros parecía que disfrutaban. Por fin paramos.


-¡TODO EL MUNDO ABAJO!- 

Gritaban los sargentos.



-¡ID DESCARGANDO LAS CAJAS! ¡NO TENEMOS TODO EL DÍA!

Desembarcamos embalajes con raciones de previsión, a continuación los transportes se fueron.  Metimos las cajas en la mochila y aseguramos el equipo. Cada paquete eran las provisiones de un soldado en un día completo: desayuno, comida y cena. Leche en polvo, cacao, chocolate, pan-galleta, latas de atún, caballa, patés, y algunos otros tesoros como un par de pliegos de papel higiénico, cerillas, pastillas para hacer potable el agua, y de caldo de carne, un hornillo fabricado con una hoja de lata plegable para calentar la carne argentina enlatada, y otras cosas de las que te acordabas cuando las necesitabas. La mayoría de los soldados no usaban ni la mitad, a nosotros se nos hacían imprescindibles.
Bueno, por lo menos llevábamos comida para un día.

Divididos por secciones, iniciamos la marcha. A la cabeza de la Segunda Sección, la nuestra, se encontraba el Teniente Gil, luego los Sargentos Segura y Callado. El Cabo 1º Cortes y los Cabos de reemplazo, y demás tropa.

Los grupos progresaban por diferentes itinerarios, los nuevos iban por otro lado, no recuerdo bien, creo que iban con el Teniente Ortiz, y los Sargentos Pascual, Lara, y Herranz.

Cada equipo portaba una radio de campaña, modelo PRC, de unos doce kgrs. de peso, sumado a lo que tuvieras que cargar. Era un extra que nadie quería, e ingrato.



Se marchaba a buen paso, aunque el tiempo comenzó a empeorar. Lo que en la zona baja era una lluvia intermitente, a 1500 m. de altura se convirtió en una cellisca impresionante. 

Ya llevábamos unas horas monte arriba y le hice el relevo a un compañero llevando la radio. Nunca se esperaba a que otro lo pidiera, e intentábamos repartirla, Cabos incluidos. De esa manera debía de caminar cerca del Teniente por si necesitara comunicarse. 

Comenzó a cerrarse la niebla, y daba la impresión de que algo no iba bien. El Teniente Gil paraba y consultaba con los Sargentos, sobre todo con Lara, que se había acercado. 

Parecía conocer la zona mejor, pero la ausencia de referentes no presagiaba salida. Y aquellas latitudes eran conocidas por sus numerosas y profundas simas.

En la montaña, el tiempo es en cierto modo imprevisible, y se debe de tomar con todo el respeto que merece. Puedes encontrarte en una situación de la que debas tomar decisiones en las que apuestes demasiado.


PERDIDOS

Arreció el viento y mutó ventisca.

A duras penas podíamos respirar, la nieve racheada laceraba el rostro, obligaba a bajar la cabeza. El Teniente Gil hizo el gesto que me acercara. Cogió el telefonillo de la radio e intentó contactar. Aunque repitió la operación en varias ocasiones, fue en vano, nadie contestaba sus requerimientos.



Se apartó para consultar el mapa. Entonces se acercó el Sargento Segura.

La nieve cubría el destacamento. Embozados en la "braga”, la bufanda tubular, y el gorro de lana protegíamos parte del rostro.

-Estamos perdidos- y se llevó el dedo índice a los labios.

Ya me había dado cuenta, aunque le hice un gesto afirmativo.

Bueno, somos una presunta unidad de élite y si alguien está preparado para esto somos nosotros. La verdad, no me sentía en peligro, tampoco me faltaban fuerzas. Aunque no podía olvidar que en nuestro acuartelamiento, encima de la puerta del salón, hubiera un cuadro con fotografías de compañeros fallecidos de nuestra unidad, en una marcha similar.

Fue el 24 de Octubre de 1964.  Un destacamento de nuestra Compañía perdió cuatro componentes en una brutal tempestad. Las terribles condiciones atmosféricas  acabaron con la vida de aquellos compañeros. Descansad en paz, montañeros. Entre la Tierra y el Cielo.



Coincidían la fecha aproximada, y la zona: inmediaciones del monte Ori;  además el tiempo empezaba a tomar un cariz parecido.

Había que tomar decisiones ya; antes de que nos lo impidiera la tormenta. Si no lo hacíamos, la oscuridad se encargaría de hacerlo. 

La noche se cernía cerrando el abanico de posibilidades. El Teniente Gil optó por lo idóneo en esas circunstancias: comenzamos a bajar, a perder altura hasta que pudieron tomar alguna referencia. Aparecimos en zona francesa, en la misma muga. Nos separaban unos cientos de metros, aunque con ese tiempo fue bastante penoso. Desde allí accedimos al túnel de Larrau, justo al lado del monolito que recuerda a los compañeros fallecidos. 


-Id quitando el equipo, haremos noche aquí- dijo el Teniente Gil.

Lo pasamos bastante mal, sufrimos las inclemencias de un tiempo atroz, pero pudimos sobreponernos y superar las dificultades. Si nosotros ibamos jodidos, imaginad los nuevos.

Consultamos por si fuera necesario ir a buscarlos.

-Mi Teniente, ¿vamos a echarles un cable?

Se quedó mirando al monte y algo debió de ver.

-no es necesario- descartando el ofrecimiento con un gesto.

Si lo hubiéramos hecho, podría haberse considerado casi una ofensa. Sabíamos del orgullo de cada Sección, y del celo en su custodia.

La Montaña, con mayúsculas, impone cura de humildad;  en ella no caben excepciones, ni dudas. Hay ocasiones en las que hay que dar un paso adelante, y lo habíamos aprendido, a fuerza de experiencia y coraje.

Según iban llegando les ayudábamos a quitarse las mochilas. Para ese momento ya habíamos calentado Cola-Cao que fuimos repartiendo para reconfortarles. Palmadas de ánimo en la espalda de los recién llegados. Caras descompuestas. Intentamos quitarle hierro al asunto, a la manera esquiata:

-¿Un día jodido, eh?- le dije a Alfonso "Melly", un chaval de Reinosa, que enamorado del esquí se enroló en la Compañía. Fue Cabo, e incluso en su vida posterior monitor de esquí en las pistas de Alto Campoo.

Le alargué el cacillo caliente. Tras un sorbo, esbozó una sonrisa.

-Si llegamos tener que ir a buscaros... ¡os capan, fijo! - marcando con la mirada al Sargento Pascual.

Esta vez la risa fue clara.

Luego, cada cual cenó lo que quiso de su ración. Procuré prolongar las provisiones y cene de manera frugal, nunca se sabe.

Extendimos la esterilla y nos metimos en el saco de dormir. Otros montañeros no entendían por qué llevábamos dentro de la mochila la estera, rodeando el saco, ocupaba demasiado. Ese día quedó comprobado que sus propiedades aislantes e impermeables, mantuvieron el interior seco.

Uno pegado a otro, al modo de un triste reloj en el que cada desdichado era una aguja, las cabezas juntas en el centro y los pies marcando las horas. Nos protegimos con las mochilas. Latas de unos tres kilos volaban en el túnel por el descomunal vendaval. Los perros y el cabrón se tumbaron entre nosotros, cosa que agradecimos, compartiendo un caro calor.



El viento aulló toda la noche y dormimos lo que pudimos. Agotados, descansamos unas horas hasta el amanecer. La nieve había cegado parte de las entradas del túnel. Oímos ruido de motocicletas. Era la Guardia Civil. Una pareja en moto se habían acercado hasta la frontera, patrullando y buscando contrabandistas.  Nos habían encontrado. 

-¿Pero, quienes sois vosotros y qué hacéis aquí?- se acercó el Sargento Lara, les informó. 

El Guardia se quedó mirando, compadeciéndonos. Tal como llegaron desaparecieron.

Desayunamos y fuimos recuperando del día anterior.

-En quince minutos salimos con todo el equipo. Prepárense- indicó el Teniente Gil.

Nos despedimos del acogedor túnel de Larrau con agradecimiento, por la confortable estancia que nos había deparado.

Tampoco sería la última vez que cobijaría nuestro maltrecho pellejo.




...Continuara la próxima semana.


Un fuerte abrazo.

En Bilbao, a 25 de Abril de 2020

Kepa San Blas,  veterano de la Cía. EE.EE 51/LI.



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