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23 may 2020

Supervivencia en la Selva de Irati - V




CAPÍTULO V :


LA ERMITA.

La selva de Irati es un lugar especial. Precioso, sobre todo de día y en otoño. Hojas de imprevistos colores hacen que parezca imposible que sea algo natural. La paleta del Artista Supremo escala colores deslumbrantes. Verdes perennes y marrones, beiges, hasta ocres y rojos de los castaños.

Pero de noche y para sufrirlo, es muy hostil. Se trata de una concentración de masa arbórea inmensa y tupida. Robles, hayas, castaños, etc. hacen que la humedad y  oscuridad sean imperantes. En horas nocturnas baja bastante la temperatura, y si no tienes refugio, puedes ir buscándolo.

Por ahí anduvimos toda la noche y parte del día siguiente hasta que localizamos la ermita. A nuestra llegada, ya había algunos pelotones tirados en el suelo, buenas perspectivas. Nos presentamos al Sargento Callado y dimos novedades.

-Podéis descansar, por ahora parece que no hay actividad enemiga.

-¡A la orden, mi Sargento!- dicho y hecho. Sin deshacer las mochilas ni sacar nada, nos recostamos en la hierba. Tal y como se estaban desarrollando las circunstancias, no veíamos necesario hacerlo. Experiencias anteriores obligaban a ser cautos.


Estábamos tan agotados que casi de manera instantánea Tajes empezó a roncar. Su nariz torcida en alguna olvidada pelea, no le dejaba respirar bien.  Cuando quise compartir sonrisa cómplice, no había con quien hacerlo: los demás estaban con los ojos cerrados y en fase rem.

Vi que llegaban otros compañeros y fui relajando hasta precipitarme en un insondable abismo de sueño.


¡AL MONTE!

-¡¡¡PPPIIIIIII!!!...¡¡¡PPPIIIIIIII!!!...¡¡¡PPPIIIII!-

-¡Ehh, qué pasa? ¡No, otra vez ¡¡NO!! ¿Pero se puede ser más hijo de puta?- Tajes, ¡venga,levanta, ostia! Todos arriba, nos vamos volando. Mis compañeros colaboraron como mejor pudieron  y en breves instantes estábamos preparados para lo que hiciera falta.

El Sargento Segura me dio un sobre, contenía otras coordenadas.

Esta vez nuestro destino era el embalse de Irabia, hacia allí escapamos.


-Pero estos cabrones, ¿qué cojones se piensan? ¿Están locos o qué?- esa pregunta viniendo de cualquier otro no tenía relevancia, pero enunciada por Tajes, tenía su telita...

-Vamos a donde digan, en algún momento acabará esta puta mierda-contesté lo mejor que pude-¡callad de una puta vez, silencio!- Alguno doblará y veremos...

Caminamos en la oscuridad y fuimos bordeando el embalse. No vimos a ningún otro compañero, eso nos preocupaba.

La ruta llevaba hacia la presa. 

De lejos vimos las instalaciones de mantenimiento. Levanté el puño dando el alto.

-Voy a echar un vistazo- hay situaciones en las que no puedes pedir a nadie que haga cosas que tú no quieres. Como dijo no sé quién: "el ejemplo no es una forma de persuadir a alguien a que haga algo; es la única manera". ¡Y qué razón tiene!

Me acerqué con precaución y no vi nada que me alertara. -Vamos.

Salimos de la espesura y vimos unas rodadas en el barro. Un vehículo había pasado por encima de unas manzanas silvestres. 

Los tronchos pisados y alguna que pudimos recolectar del árbol fueron lo primero que comimos en días

Llegamos al destino. Vimos a otros pelotones que se acercaban. Quitamos las mochilas adheridas a la espalda y nos sentamos a tomar resuello.



Esa noche pernoctaríamos alli. Instalamos el vivac extendiendo los ponchos y atándolos para protegernos. Hizo un frio terrible.  Durante toda la noche estuvieron llegando grupos deslavazados y se acomodaron junto a nosotros.

Aprovechamos a descansar, mañana ya veremos...


RETORNO

Escuchamos un familiar ruido de motores. Es curioso cómo se agudizan los sentidos, percepciones que nunca pensabas haber desarrollado y que las circunstancias habían hecho brotar y afilarse.

Esta vez también venían un par de camiones, uno conducido por Jordi y el Land Rover. El Teniente Gil tomó la palabra:

-Esperaremos a todos e iremos montando en los vehículos. Esto se ha acabado y volveremos a casa, a Pamplona.

Cruzamos miradas estupefactos -¡Por Dios, ya ha acabado esta tortura!- pensamos.

-Id recogiendo todo y embarcaremos.

Otros pelotones iban llegando. Los Sargentos daban instrucciones y no se oía exclamación de felicidad alguna. Estábamos demasiado cansados, en cuerpo y espíritu. Si te ponías demasiado cómodo en el suelo, corrías el riesgo de quedarte dormido. ¡Cómo estábamos!…

Ayudamos unos a otros a subir y cargar el equipaje. Los bancos de hierro del camión debieron de parecerles a más de uno un colchón de plumas.

Los soldados fueron repartiéndose entre los camiones. A nuestro pelotón nos cogió el Brigada Rey-montad aquí, os llevo yo. Subí al asiento del copiloto. Mientras conducía, los compañeros sentados en el asiento trasero, en silencio, yo mudo.

-¿Un cigarro?- mostraba el paquete de Winston. Cogí uno y le consulté sin palabras. Hizo un gesto afirmativo y siguió conduciendo por la pista.

-¿Qué tal, qué os ha parecido esto? Ahora bien que ha acabado, no?- parecía el único con ganas de hablar. Giré la  cabeza y miré a los compañeros que viajaban en la parte de atrás. Se pasaron el tabaco y me cogieron el mechero del Brigada.

Daban pena, tanta como yo, seguro. Uniformes ajados, rostros descompuestos y sucios. Almas rotas y mirada de alimaña. Ya lo dijo Jordi en una ocasión:

-cuando íbamos a veros, dabais miedo. Teníais pinta de locos, mirada de enajenados.

-¿Qué ha acabado? Cuando esté en mi casa, sabré que ha acabado.- no pude decirlo más alto, ni más claro. Ninguno teníamos ganas de hablar y el Brigada se dio por enterado; y con la mirada fija en el camino, continuó por la senda.


DESAFIO

Anochecía y el traqueteo del vehículo mecía la miserable carga.

¡¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!- "joder, su puta madre".

De imprevisto surgieron fuertes pitidos. Mi conductor se giró-parece que tenías razón.-sentenció sosteniéndome la mirada y tirando del freno.

El Teniente Ortiz y varios Mandos más salieron de la espesura y cortaron el itinerario del convoy.

-¡VENGA, FUERA TODOS, EL ENEMIGO OS HA LOCALIZADO Y OS VA A FREIR.

-¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!!- arremolinados alrededor no paraban de ametrallarnos con el silbato.

-¡Coged lo vuestro y al monte, vamos!- bajamos del coche eyectados, y uno detrás de otro desaparecimos en la oscuridad.

-¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!

"Poco ha durado la felicidad, pero de una forma u otra, esto debe  acabar. No veo a la gente, sobre todo a los reclutas en condiciones de que dure mucho más".

-¡¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!

Se oían gritos en la oscuridad, soldados bajaron como pudieron de los camiones. Cada cual iba cargando sus miserias y seguía a los pocos responsables todavía cuerdos, en su afán de aguantar. Daban órdenes y grupos inconexos partían entre los árboles, se tropezaban unos con otros en la sombra, pero no había fuerzas para jurar.

Los vehículos continuaron la ruta y nos abandonaron. Otra vez tirados de nuevo, maldiciendo nuestro destino.

-¡¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!
-¡¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!
-¡¡¡PPPIIIIII!...¡PPPIIIIII!....¡PPPIIIIII!

Tras una serie final de silbidos, se hizo la quietud, sólo se oía el silencio. El viento nos rastreaba, nos sentía pero no nos ubicaba.

Una voz se impuso en la negrura:

-¡VAMOS, YA PUEDEN SALIR! ¡Y formen en la explanada!- el Teniente Ortiz sonaba indignado, como si hubiéramos hecho algo mal.

Esperamos a que se acercaran algunos para hacer caso. No nos fiábamos, nos lo habían inculcado a fuego.

Comenzaron a salir unos pocos y el resto no tardamos. Nos hicieron formar por pelotones, los encargados dimos novedades a los Sargentos y luego, todos firmes las transmitieron al máximo responsable de la Compañía en esa ocasión. El Capitán Solabre estaba en un curso de ascenso y había delegado el mando.

El Teniente Ortiz las recogió del Teniente Gil y se dirigió a nosotros.

Nos miraba, sin que supiéramos si era a alguno en particular, dado que tenía un defecto visual: era bizco. Entre la irredenta tropa, nombrado como el "Vizconde". Dio un par de pasos en mi dirección.

-¿Y usted Cabo, ¡UN PASO AL FRENTE!- elevó la voz en la noche.

-¿QUIÉN LE DIJO QUE NO HABÍA ACABADO?, ¿CÓMO LO SABÍA?,  ¿QUIÉN SE LO HA DICHO?- ¡"el Brigada Rey se había chivado!, bueno, no sé de qué me extraño. No tienen piedad y menos en estas movidas. Ya estamos con jugarretas..."

En la Compañía habíamos aprendido a respetar a cualquiera; a no fiarte de nada ni de nadie.
 
A admirar, con su ejemplo, a nuestros Mandos. Padecer vivencias como la relatada, te da un terrible golpe de humildad en la cara: todos somos iguales y cualquiera puede ayudarte, por muy miserable que creas a alguien, y sobre todo a valorar el honor y la palabra dada.

Cualquiera por pequeño que sea, está en posesión de una dignidad infinita, y si es un Veterano de la Compañía de Esquiadores, ni te cuento.

Si pensaba que me iba a acojonar, era un mal día. Su intento de amedrentarme no caló.

Estaba muerto de hambre, enfermo, con fiebre y lo que era mucho peor: indignado por el trato que habíamos recibido. Mi percepción de la realidad era acorde con lo cargado sobre nuestros huesos. No podía decir que "me la sudaba todo", pero casi nadie me había anticipado semejante coyuntura.

-Nadie, mi Teniente.

-¿Y qué me está diciendo, que lo supo usted sólo? ¿QUIERE QUE ME LO CREA?- alzó su vozarrón.

Lo solté sin pensarlo, no recapacité y de manera instintiva, tras explotar en mi torturado cerebro, fue vertido por mis labios:

-Me parecía que se preocupaban demasiado de nosotros, viniendo a buscarnos con los camiones, que nos tenían en demasiada consideración, cuando podían habernos mandado, como en otras ocasiones, volver por nuestra cuenta, mientras ustedes seguían en su refugio

-¿CÓMO QUÉ NOS PREOCUPAMOS DEMASIADO?- sorprendido del argumento.

-Bueno, no me ha entendido, además- y aquí vino lo gordo -todavía no soy capaz de comprender como nos han tratado y han permitido que tuviéramos munición real. Creo que se la están jugando.

-¿No cree que se está pasando, Cabo?-  esta vez bajó su tono de voz, como si fuera algo sólo para mis oídos. Aquí se encendieron las alertas de mi cabeza y reculé.

-¡A la orden, mi Teniente!

Hay que entender la situación, en medio de un bosque, a oscuras y en unas condiciones físicas y mentales deplorables. Intentando emular un conflicto armado de la manera, más real. Ese mérito no se lo voy a restar.

La fiebre y el hartazgo pusieron en mi boca palabras que en otras circunstancias no hubiera elegido; pero allí y en ese lugar me parecieron pertinentes.

El Teniente Ortiz pasó de mí y se dirigió a los demás:

-Deben seguir este camino hasta nuestro refugio. Allí podrán asearse y celebraremos el fin de estas maniobras. Los Veteranos harán entrega de la boina a los nuevos esquiadores, que se la han ganado. Espero que esta vez se den más prisa, si quieren que esto termine…



NUEVOS ESQUIATAS

Y con esto acabó la pesadilla.

Fuimos llegando a la casona de piedra. Tras asearnos un poco, nos convocaron en el último piso. Allí, en una habitación abuhardillada que ocupaba toda la superficie de la planta, vimos una larga mesa de madera con multitud de platos de comida. Y en lugar preferente, un recipiente con el brebaje de la Compañía, preparado por el Brigada según ancestrales y arcanas instrucciones, asistido por el Sargento Armero Olivares.

Los más veteranos conocíamos el rito. Nos fueron repartiendo: los nuevos en un extremo de la sala, nosotros en el otro.

El Brigada Rey fue sirviendo ponche en unos vasos repartidos por Jordi y alguno de los nuevos que había cogido ya el destino en Plana Mayor, de hecho me sorprendió verlo con la boina. Jordi me contó después que se la había entregado a otro antes.

El Teniente Ortiz levanto su vaso y se hizo el silencio:

-¡POR LA FINALIZACION DE ESTAS MANIOBRAS, POR LA BOINA, Y POR NUESTRA QUERIDA COMPAÑIA!- al unísono levantamos las copas y brindamos.

-¡POR LA COMPAÑÍA!

-Ahora los Veteranos os harán entrega de la Boina. Os la habéis ganado y siempre recordad lo que os ha costado-dirigiéndose a los caducos reclutas

Cada uno de nosotros fuimos hasta la mitad del salón con una boina, en ella prendido el "cangrejo"  de la unidad, y se la le dimos a un compañero nuevo que se acercaba desde el otro lado. Estrechamos las manos orgullosos de nuestros nuevos camaradas.

Los Sargentos Segura, Callado, Pascual, Herranz y Ruiz, junto con los Cabo 1º Cortés y  Crispín se mezclaban entre nosotros advirtiéndonos:

-No comáis demasiado. Hay que acostumbrar el estómago. Si no lo `pasareis mal. Los mirábamos y nos reíamos entre nosotros: esa era una orden de imposible cumplimiento.

Alzamos nuestros vasos y bebimos disfrutando el momento. Jordi se acercó y me dio una palmada en el hombro.

-¿Ha sido duro, eh?- le miro y casi se le borra la sonrisa, cuando le fulmino con la mirada; hasta que le abrazo y cogidos del hombro brindamos de nuevo.

-¡POR LA COMPAÑíA, POR NUESTROS NUEVOS ESQUIATAS Y POR TODOS LOS QUE LO HAN SIDO Y SERÁN!- gritó de nuevo el Teniente Ortiz.

-¡POR LA COMPAÑíA!- gritamos henchidos.


EPÍLOGO.

Hace tiempo que tenía en mente contar las experiencias vividas en Irati. Tras hablar con compañeros pude recabar algo más de información.

Para empezar pude ubicar temporalmente el relato a principios de noviembre de 1987, dado que Koldo tuvo que marchar en esas fechas. Nos recordó que tuvo que abandonar el campamento un par de días antes de acabar, porque su Aitite (Abuelo) había fallecido por entonces.

Hablé con Rojo, mi compañero de tienda consiguiendo más información. También ,logré  nuevas fotos de entonces, "Markina" las guardaba.

Fueron dos reemplazos de la Compañía de Esquiadores Escaladores de Pamplona los protagonistas.

Practicaron supervivencia con medios limitados. Una Sección de Reclutas consiguió hacerse con la boina, una dura prueba que demostraba el paso de novato a “esquiata” curtido, En aquel momento comenzaron a darse cuenta de la exigencia de la Unidad y  que desde entonces se les podía encomendar cualquier misión. 

La otra, la Segunda Sección/87 era de Veteranos, la mía. Lo que en un principio eran unas maniobras rutinarias se fueron complicando. No lo pasamos mucho mejor, aunque el umbral de sufrimiento al que habíamos sido sometidos en alguna otra ocasión, nos hacía soportar lo que nos echaran.

A la dureza del entorno, las estribaciones del Pirineo Navarro, se sumaron las inclemencias de un tiempo inusualmente malo. Era bastante anormal ver nieve en esas fechas, aunque a esas alturas nada es predecible. Al clima húmedo de Irati debíamos añadir unas temperaturas bajas para la época del año. Parecía que el invierno tenía prisa por adelantar la estación, por campar a sus anchas y enseñorearse de la zona.

Por otro lado, había recuerdos que quizás no fueran agradables de recordar para algunos, (entre los que me incluyo) por ello me hacía el remolón a la hora de expresarlo.

He intentado no faltar al respeto, y espero que no se sienta ofendido nadie. Lo que vivimos no tiene parangón en la vida normal, por ello debe de ser observado desde el prisma de un ejercicio militar extremo.

Aquellos momentos se quedaron grabados a fuego en la mente de los que los sufrimos. Tanto es así que después de más de treinta años todavía recordamos con una mezcla de orgullo y temor. Orgullo por haber sido capaces de superar semejante desafío, bajo las riendas de unos Mandos preparados que nos adiestraron como se lo habían hecho a ellos.

Tiempo después, hablando con el Sgto. Segura, explicaba que para que funcionara la tortura psicológica, (“puteo psicológico” lo llamaba) la víctima debía de estar destrozada físicamente.
Y así fue. A nuestro lema habría que añadirle algo más:

“En el límite entre la tierra y el cielo…y la cordura” dado que progresamos atravesando las tres fronteras.

Una vez finalizado el servicio militar, retorné a la vida civil. Siempre había hecho deporte. Jugaba al fútbol federado y me gustaba, así que continué.

El primer día, al escuchar el insistente pitido del árbitro señalando alguna infracción, algo prendió mi subconsciente. Ni siquiera se dirigía a mí, pero diseccionó mi cerebro como un rayo. Levanté la cabeza,  y fijé mi objetivo con mirada  intimidatoria.

Inspiré de manera profunda varias veces.

El colegiado ni siquiera debió de advertir lo que se le venía encima.

Un aporte extra de oxígeno, me hizo descartar los negros nubarrones que oscurecían el sentido común. Descarté la víctima, y el árbitro conservó su cabeza sobre los hombros sin saber que había rozado el desastre.

Desde entonces, tuve que acostumbrarme de nuevo al estridente ruido, y desasociarlo de aviesas  intenciones a las que me empujaba, el animal irracional que trataba de imponerse.

El ritmo de abastecimiento, hizo que en ningún momento olvidáramos porqué estábamos allí, y que como le gustaba decir al Teniente Gil.: "cualquier situación es susceptible de empeorar". Se mantuvo un estricto y minúsculo aporte calórico calculado para aumentar el sufrimiento. 

Dicen que las lágrimas en los entrenamientos evitan la sangre en la realidad. Nada más cierto.

Aquellas maniobras marcaron la vida de todos las que las vivimos y sufrimos, con nuestros “queridos” Mandos empeñados en mostrarnos la realidad de un conflicto bélico.

Uno es la suma de las experiencias vividas, y en aquella ocasión adquirimos un bagaje más que importante.

De aquello renacimos preparados para una vida civil más dura que la disciplina militar.

¿Y porqué recordamos aquello con temor?.

Si habéis llegado hasta aquí,  ya  sabéis el porqué.

Sólo he intentado trasladar lo que de alguna manera percibimos entonces, y si he conseguido que alguien se reconozca en el acre olor del uniforme mimetizado tras quince días de maniobras, en el aroma a ahumado de la hoguera,  o en la frescura de la escarcha helada en las ramas de las hayas y robles al alba, me sentiré honrado.

Agradecer a todos los que compartieron aquellos momentos, de una forma u otra.

No puedo acabar esto sin referirme a estos duros días de confinamiento.  Fue uno de los motivos que me empujó a emplear parte de mi tiempo en escribir algo que, durante su lectura, fuera capaz de hacer olvidar la triste situación en la que nos encontramos.

Dar las gracias a  todos por su lucha en primera linea contra el maldito virus, a los que se han quedado en casa, a los que han colaborado haciendo de este mundo un lugar mejor,  y sobre todo recordar a los que se han ido sin poder despedirnos. Nunca los olvidemos.

Descansen en paz.


Y os dejo que debo salir al balcón a aplaudir.

Un fuerte abrazo.

En Bilbao, a 25 de Abril de 2020

Kepa San Blas,  veterano de la Cía. EE.EE 51/LI.

“Abriendo huella”






2 comentarios:

eusebiorubio dijo...

Me ha gustado mucho, enhorabuena. Y sí, dar ejemplo es mano de santo en todas partes. Me has hecho recordar el silencio de la fatiga, cuando estás tan cansado que no tienes fuerzas, ni ánimo, para hablar.

Kepa dijo...

Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo

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