Relato de Santiago Couso, (6º/84)
Yo solo puedo hablar de mi experiencia.
La primera toma de contacto ya acongojaba.
Llegamos muy adelantada la noche por el retraso del autobús que nos traía desde Andalucía.
Llegamos muy adelantada la noche por el retraso del autobús que nos traía desde Andalucía.
Recuerdo sobre todo que me impresionó el
escudo hecho con esquíes reales y las barbas de mis veteranos que nos esperaban
en la puerta dando voces que no distinguía: "coneejoooo".
¿Conejo?, ¿que será conejo?.
Nos metieron en la sala de vídeo e
íbamos pasando a la oficina, donde nos iban dando las mantas y nos tomaban
nombre. Mientras esperaba te llamaba la atención aquella fotografía
encima de la puerta, con la foto de cuatro chavales de la unidad muertos en acto
de servicio, las piernas me temblaban.
Aquellos veteranos que nos jaleaban
pareciera que nos llevaran 10 años.
Me tocó dormir en la segunda planta
donde dormían los acemileros, era un "handicap", ellos no corrían, no
hacían orden de combate, por lo que por las noches no andaba demasiado
cansados, consecuencia, nos ponían fuertes a base de flexiones.
Allí "juramos bandera", con
los "gayumbos" de un veterano.
Como hacía falta siempre conejos para la limpieza diaria, recuerdo que me quitaron una hombrera y claro, arresto por ir mal uniformado, y así una con otra, me llevé dos meses con la suma total de arrestos de dos días; me convertí en un profesional en la limpieza de los retretes.
Cuando terminaba siempre había un veterano que te daba las botas llena de barro y te obligaba a limpiarlas, o limpiar tiendas de campaña, o te hacían un favor contando las diez flexiones por "conejo rebotado", una, dos, tres, cuatro, cuatro, cuatro, cuatro..., cuatro..., (¿A este veterano se le ha olvidado que están también el cinco, seis etc?), que te imponían para "ponerte fuerte".
Fueron los peores tiempos, si encima le
sumamos las carreras eternas, la pista americana y el orden de combate, al que
aún no estabas hecho, te llega la prueba de la boina.
Recuerdo habernos tirado de un camión en marcha, preparar un conejo vivo, al
que teníamos que sacrificar y aprovecharlo al máximo; de la piel debíamos sacar
unos mocasines para los pies; de las tripas, una vez limpia, una sopa; y la
carne ahumarla para que aguantara más tiempo.
Aquello era una pesadilla, no sabíamos ni prepararnos la mochila, pocas iban
derechas.
Cuando llegábamos al campamento base, allá por el puerto de Erro, tras una
marcha en la que traíamos las botas llenas de barro, se oía la orden de "en
cinco minutos, todos en formación para revista en perfecto estado de
uniformidad y material".
Hala! eso es imposible..., aprendí que nada es imposible; “Ja ja ja ja ja".
Algunos de los veteranos de Santiago Couso, 2º/84 |
Pero lo peor estaba por llegar.
Una noche, sin aviso previo, y siempre con los gritos de rigor nos hicieron
quitarnos las botas, nos bajaron los pantalones hasta los tobillos, nos tiraron
al suelo y a continuación nos ataron los pies, de los pies a las manos pasando
por los dedos y de ahí al cuello, si te movías te ahorcabas; y después te
meneaban acusándote de que si tu eras quien pasabas la droga.
Al negarlo te meneaban mas. Era una
pesadilla, yo no entendía nada. La
prueba del prisionero; bueno, siempre había que negarlo todo; tiene
sentido, "ja ja ja ja".
Nos dejaron allí en el suelo atados, y la nueva orden es que debíamos
soltarnos, evitar las patrullas de veteranos, que tenían orden de hacer de
nosotros lo que quisieran si nos encontraban, y aparecer en el campamento base
al amanecer, sin ir por carretera y evitando poblaciones, ya que también estaba
alertada la guardia civil. No sé si eso era o no cierto.
Para soltarme de las ataduras tuvieron
que ayudarme. En cuanto me sentí liberado corrí con las botas en las manos como alma que
lleva el diablo. Me escondí entre la maleza, me puse las botas.
Hacía frío, mucho frío y empecé a caminar con paso firme; recuerdo que oí unas
voces, eran conejos como yo, me uní a ellos.
Decidimos escondernos y recuperar fuerzas. Pasado un tiempo prudencial comenzamos la marcha y nos topamos con un caserón.
Llamamos a la puerta y nos abrió una
señora, nos pasó dentro, era lo más parecido a un ángel que me he topado
en la vida. Nos dio de cenar un vaso de leche y dormimos.
Dormimos al
pie de una chimenea. Abajo de la casona estaban las vacas,
por la mañana bien temprano tomamos leche y llegamos al campamento base. Fin de
la prueba de la boina y como premio día de descanso.
Iba sobre el puteo y termino con nuestra
prueba de la boina. "Ja ja ja", la edad, que no perdona.
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