20 oct 2016

CRÓNICA DEL TERCER ENCUENTRO.




Viernes, 23 de septiembre de 2016-10-16. 10:30, aproximadamente. Bilbao.

Suena mi teléfono— ¿Kepa?—

La voz me resulta conocida, sobre todo por las pistas que me proporciona su cerrado acento maño. 

Además ando en sobre aviso: hoy a la tarde saldremos hacia Asturias, donde nuestros compañeros han organizado la quedada anual de veteranos de la Compañía.

— ¿Sí, dígame?—recabo más información.
—Soy Antonio Pelegrín y te llamaba para pedirte un favor.
—Dime, si te puedo ayudar en algo?—
—Estoy en una gasolinera, he dejado atrás Vitoria, y estaré a unos 40 kms de Bilbao.
—¿…?
—He tenido una avería en la furgoneta. De camino he notado como la dirección se endurecía y cuando ya se volvía  preocupante, he salido de la autopista a una estación de servicio. Aquí he visto que había roto la correa de la dirección, y que debe de afectar a algún otro elemento, alternador o así. Quería preguntarte si conoces algún mecánico que pueda arreglarme esto.
—«Joder, esto tenía que pasar precisamente hoy»—mientras así pensaba, miro a mi derecha, a mi suegra que estaba sentada en el asiento del copiloto.

Ayer fuimos a buscarla a la estación de autobuses ya que retornaba después de un periodo de vacaciones en Benidorm. Al ir a recoger el equipaje, otra persona con una maleta similar a la suya la retiró y dejó la propia. Hicimos la pertinente reclamación y hoy temprano han avisado que estaba en la consigna de la estación de autobuses. En este preciso instante nos dirigíamos a deshacer el cambiazo.

Pienso rápido, analizo las posibilidades, más o menos como aprendimos en la Compañía, y llego a la conclusión de que la ayuda a Antonio, y familia, tiene que ser rápida si no quieren faltar a nuestra cita en Arenas de Cabrales; encima siendo viernes…

Al principio iba a venir él sólo, pero al final se apuntaron todos—« ¡menuda papeleta con la familia al completo, tirados en la carretera!».

— ¿Necesitas grúa? Me imagino que podrás llamar a la que tienes contratada en el seguro del vehículo. Será lo más barato y mejor.
—Puedo conducir, pero lo que necesito es la pieza y que alguien con  herramienta me lo arregle. ¿Sabes de algún mecánico de confianza?
—Llamaré al que me repara habitualmente el mío y le pregunto. Mientras tanto vete viniendo hacia aquí, como puedas.

Según conversación telefónica con el profesional, quedo con Antonio a la entrada de Bilbao, para que pueda ir hasta el taller, donde quería echar un vistazo.

Los encuentro donde habíamos quedado y guío hacia la “solución”. Se queda Antonio en el garaje a ver lo que le depara la revisión, mientras pongo en contacto a su mujer e hijas con mi pareja, para que no estén solas en una ciudad desconocida para ellas. Todavía les dio tiempo a visitar alguna tienda, no perdieron el tiempo…

Miro a mi derecha y allí está la «pobre» de mi suegra que había escuchado toda la conversación, presentado a Antonio y familia, así como Elías, mi «mecánico de cabecera»

A su mirada suplicante—no te preocupes, en breve iremos a por la maleta.

A los diez minutos me llama Antonio— ¡Hola! Ya ha comprobado la avería y dice que no hay problema, que me lo repara para esta tarde— ¿Cómo que esta tarde?—meto presión—Dile que se ponga.

Elías me conoce. Sabe que si no fuera algo necesario no le metería prisa— ¿Qué dices?

—Necesitamos la furgoneta para viajar hoy ¿cuál es el problema, te falta la pieza?
—Eso es, la tienda de recambios no los suministra al instante, y ya es casi mediodía, de... viernes. 

No puedo arreglarlo sin material.

Nada puede parar a un esquiador, aunque sea veterano, en ayuda de su compañero. — ¿Y si vamos a buscarla nosotros, se lo podrías hacer?

—Creo que sí, si me la traéis me pongo y lo intento—es un profesional de los de siempre, de los de palabra y sé que lo hará.

Voy a buscar a Antonio al taller, recojo la referencia de la pieza y vamos a la tienda de recambios. Y mientras en el asiento del copiloto, mi suegra, suplicante, comunicándome por telepatía«¡¡NO CORRAS!!»

El almacén de recambios estaba a un cuarto de hora en coche, en un pueblo cercano llamado Basauri. 

Recogemos el encargo y retornamos tras jurarle a mi suegra que no correré…

¡Menos mal que hizo buenas migas con Antonio!

En esas estábamos cuando dejo a mi compañero con Elías e intento una vez más solucionarle el entuerto a la madre de mi mujer.

Retiramos de consigna el equipaje y me llama Antonio —¡¡Ya está!!— le comento la posibilidad de ir a comer a un restaurante cercano que tiene buenos menús y precios (por supuesto al que invitaríamos a mi suegra, que se lo había ganado la señora) ya que es hora y luego pueden proseguir el viaje con nosotros también.

Habla con su familia y dicen, que lo que quieren de una vez es acabar el viaje, que llevan más de dos horas,  les queda otro tanto y que ya comerán algo de camino.

Bueno, pues los pongo de camino de nuevo, tras despedirse de mi señora suegra y del mecánico, en la autopista hacia Santander.

En estas estábamos, cuando recibo otra llamada— ¿Kepa?

—« ¡Qué miedo…»Dime David.
—Mira, que al final puedo estar con vosotros unas horas y que voy hacia Bilbao. Podemos quedar para ir juntos a Asturias.
— ¡Perfecto! me parece bien.

Le di la dirección de un hotel cercano a mi casa, aunque debido al caótico tráfico de la ciudad se lo pasó, y tuve que ir a buscarlo un poco más lejos…

Salimos juntos sobre las tres de la tarde.

A falta de unos treinta Km. suena otra vez el teléfono— ¿Kepa?

—Sí, dime Fran. Ya nos falta poco.
—Vale, para que no hubiera problemas de aparcamiento, al venir varios coches y para que lo encontréis bien hemos quedado a las afueras de Poó de Cabrales, en un mirador del Urriellu con parking.
—Perfecto, en breve llegaremos.

Un cuarto de hora después vemos el lugar señalado y entramos.

— ¿Qué tal, chavales?—veo a Rubén, Iñaki , siempre inquieto,y  Fran. Frente a un panel informativo sobre las vistas Encarna y Antonio H. miran el horizonte, junto con Luis y Mari Mar, señalando el «Picu»

Como anfitrión, Pachu. Besos , abrazos y estrechar de manos.





Tras hacernos unas cuantas fotos en el mirador vamos hacia el pueblo más grande de la zona: Arenas de Cabrales.  Allí comenzamos a practicar con el escanciador automático de sidra, algo de obligado cumplimiento si no eres astur, y quieres beber algo…

David aprovechó el momento y compró un «bastón de peregrino»,  para caminar.
Mientras, estuvimos esperando largo rato  a que apareciera Jose Ángel, uno de los organizadores, encargado de alojamientos, reservas de restaurante, y planificador de actividades, junto a Vicente que además ejerció de tesorero.

En estas llegó Ricardo y su mujer Laura.

Por fin aparecieron los organizadores, volvimos a Poó de Cabrales y nos distribuyeron en tres preciosas casitas con todas las comodidades necesarias y alguna más. En una de ellas incluso había jacuzzi.

En una se alojaron «los singles», los que habían venido solos. En otra, las parejas sin hijos, y en la última las familias completas, en este caso la de Pelegrin y la mía.

Metemos las maletas y tomamos posesión de nuestras habitaciones.

Pascual, Gustavo, Miguel e Ignacio aparecieron.

La casita nuestra era la que tenía un patio más grande, con una mesa y bancos corridos para poder comer. Allí pusimos otra mesa más e improvisamos la cena, compartiendo entre todos la comida que habíamos traído, tal y como habíamos quedado.

Tortillas, embutido, empanadas…de todo un poco. Y para beber sidra de la tierra y vino, aparte refrescos para los niños.

—Debemos estar a las siete en la cueva del queso para que nos enseñen el método de fabricación, y luego iremos a un lagar a celebrar una «espicha», una degustación de sidra acompañada de productos típicos de la zona. Por eso debemos madrugar. Habrá que ponerse a andar temprano para que nos dé tiempo a todo—nos informa José Ángel.
— ¿Y a qué hora más o menos debemos levantarnos?
—A las siete arriba, creo, porque habrá que asearse y desayunar. A las ocho se sale hacia el lugar de partida de la ruta.
—Bueno, pues habrá que acostarse pronto—comento repartiendo orujo entre los presentes.

Antonio distribuye, un año más, las camisetas conmemorativas del evento entre los presentes, patrocinadas por Color Plus, Orvigule y Calefast, empresas colaboradoras;  y alguna que otra gorra y bolsa publicitaria de su empresa. Algunos hemos engordado desde anteriores citas, con lo que la talla no se adecúa con la que llevábamos el antaño.

Entre una cosa y otra, nos «empiltramos a las dos de la madrugada.


Sábado, 24 de septiembre, 07:00. Poó de Cabrales, Picos de Europa, Asturias.

Suena el despertador.—«Buufff, tampoco bebimos tanto…»—el cuerpo se incomoda, pide más descanso. Pero no es el momento.

Me doy una ducha y desayuno. Después preparo unas tortillas francesas para los bocadillos que comeremos hoy. Antonio H. ha ido a comprar el pan a Arenas de Cabrales.

En ello estoy cuando aparece por allí un compañero—¡¡HA EXPLOTADO LA CAFETERA!!

— ¿Hay alguien herido?—atónito pregunto, mientras me dirijo a la casa de los «solteros»
—Fran se ha debido quemar e Iñaki no sé si tiene algo.

Compruebo que Fran se ha quemado levemente el párpado—¡¡Joder si nos pilla!! ¡¡Ha arrancado hasta los tirafondos de la balda!!— Iñaki no tiene nada.

Al parecer la cafetera de aluminio tenía la válvula de seguridad obstruida y cuando ha hervido ha empezado a coger presión, hasta que ha reventado. Si  el proyectil, llega a encontrar en su camino a alguno, podíamos haber hablado de lesiones graves…

El techo y las paredes son testigos de la explosión, pudiendo verse restos de café adheridos por toda la cocina.



Fue en ese  momento, cuando tuvimos por primera vez constancia de la omnipresencia del manto protector de la Virgen de las Nieves, nuestra mayor benefactora, e inquilina en la cima del Urriellu.

Tras limpiar el desaguisado, con un mínimo retraso, nos repartimos por los vehículos y salimos hacia el punto de salida de nuestra excursión.

En unos veinte minutos llegamos al lugar en el que José Ángel nos recomienda aparcar los coches—podéis dejarlos aquí, más arriba el camino empeora y no sé si habrá sitio.

Vicente y Fran, que tienen coches mejor adaptados a ese tipo de caminos, nos acercan en dos viajes a todos. Y comenzamos la marcha. Delante como siempre van los más rápidos, un pequeño grupo en el medio y detrás los más rellenitos…pero como nada se deja al azar y esto está organizado como Dios manda, se reparten cuatro radio comunicadores por si hubiera algún problema.

En el poste informativo pone una hora y cuarto hasta el refugio, pero como esperábamos se prolongó otra hora más casi, dado que subimos despacio, respetando el ritmo de los más lentos.



Un rato después llegamos a una zona representativa, un peñasco desde donde se acostumbran a hacer fotos ya que tiene una magnífica vista del macizo. Nos agrupamos todos y fotografiamos el momento.






Continuamos hacia arriba poco a poco, y en una zona cercana, Laura la mujer de Ricardo empieza a no sentirse bien. Es por lo que su marido la acompaña hacia atrás a un cercano refugio donde existe la posibilidad de tomar algo.

Continuamos y al rato vemos a Ricardo que venía corriendo con la mochila. Nos da alcance

—¡¡Joder, no me había dado cuenta y llevo parte de la comida de Luis!
—Vale, trae y la repartiremos. Se la entregaremos arriba. ¿Qué tal Laura?
—Bien, ya está un poco mejor, debe haber sido la altura. Nos quedaremos en el refugio hasta que volváis.
—Ok. Continuamos, hasta luego.










La pendiente se hace un poco más dura y desaparecen los pocos vestigios vegetales que nos acompañaban hasta aquí. Pedreras y canchales grises que hacen monótona la subida.
Aunque parezca mentira,  es un lugar adecuado para que un pequeño rebaño de cabras trisquen lo raído que sean capaces de arrebatar a las comisuras de las rocas, zonas umbrías y estériles pero a las que estos animales sacan partido como nadie.




Comemos algo de embutido y unos frutos secos,  para coger fuerzas antes del último tercio del camino. Parece que están acostumbradas al trato con los excursionistas y se arriman, intentan sacar algo de provecho. Fotografiamos el momento, e incluso algunos parecen haber intimado con ellas.

La pendiente se va haciendo más dura y la mole granitica del  Urrellu , omnipresente domina el horizonte. Seguimos sin ver el refugio, para nuestro desasosiego.

Una piedra en el camino sirvió a Iñaki para explicarnos su infalible método para secar la sudada camiseta por la espalda—Mirad, la roca está  ya caliente al llevar unas horas al sol y cuando te tumbas encima sirve de secador—bueno, parece que funciona, y algunos le hacemos caso, sin que sirva de precedente…

Un poco más arriba, nos felicitamos: se ve el refugio, el final de nuestro camino.



El viento hace bajar la temperatura de manera rápida y sobre todo al dejar de caminar. 

Luego nos ponemos los forros polares que compramos los veteranos de la Compañía. 

Antes nos hacemos unas fotos con las camisetas de nuestros patrocinadores, que para eso nos las han regalado.

— ¡Mirad, ese es Alex Hubert!—nos miramos entre nosotros con cara de—«¿pero quién coño es ese??

José Ángel se niega a que no sepamos quién es— ¿No le conocéis? es como Messi pero en la pared— si él lo dice…


Y tenemos que confirmar que es un tío majo. Cuando le proponemos hacerse una foto con nosotros y el banderín de la Compañía, acepta rápido y de buen grado, como queda constancia gráfica.  Algo ayudaría el que conociera a José Ángel de esas labores…




Además cuando la semana anterior escalaron Ricardo y él el Urriellu, como inicio formal de los actos del  tercer encuentro,  casi coinciden en la cima, ya que el extraordinario escalador «liberó» como dicen los entendidos,  una vía de un grado tal que no había sido escalada hasta entonces.

Poco después entramos en el refugio. Tomamos posesión de dos mesas corridas en el interior y sacamos los bocadillos y demás viandas para reponer fuerzas.



Mientras,  el Sr. Hubert repasa un cuaderno de apuntes sobre vías del Urriellu, como podemos ver al estar sentado en la mesa de al lado, e intercambiando impresiones con otro experimentado escalador, Fabián Bhul, tras  haber subido la vía «sueños de invierno».

Charlamos alegres por haber completado la marcha y nos calentamos con unos humeantes cafés del local.

—Tenemos que espabilar, si no se nos echará el tiempo encima para ver las otras cosas, y hemos quedado a las siete para ver la cueva del queso—nos apremia el anfitrión.






Así que vamos saliendo, con pereza pero sabiendo que debemos hacerlo, aunque completamos nuestro álbum fotográfico con las últimas instantáneas.

Iniciamos el descenso; es bastante más cómodo y rápido. Conocemos lo que nos queda y resulta ameno comparado con la dura subida.

Vamos llegando al refugio donde se quedaron Ricardo y Laura, completamente recuperada. Una cerveza fría bien merecida nos recibe, mientras todo el grupo va llegando.

Los vehículos están cerca. Huele a fin de la marcha…

Se hizo un poco larga, aunque merece la pena, disfrutamos de unos paisajes de verdad impresionantes. Ahora debemos dar la razón a nuestros compañeros astures cuando nos lo propusieron.

Todos montados en los coches,  recorremos el camino andado hasta el lugar de aparcamiento.

Cogemos los nuestros y volvemos al campamento base, Poó de Cabrales, para asearnos antes de ir a la cueva del «quesu».

Como podéis imaginar  para cuando estábamos todos preparados, el tiempo había corrido a toda velocidad y ya llegábamos tarde a nuestra cita.

Algunos compañeros, dado que no beben alcohol, se prestaron con amabilidad a llevar a los demás. Y como no era suficiente,  contratamos una furgoneta taxi  llevada por  el marido de la señora que nos alquilaba las casas. De esta forma no habría desagradables sorpresas…

El pueblo de Siego era el lugar destinado para hacer las visitas guiadas que nos quedaban.
Tras la prolongada marcha nuestros cuerpos estaban agotados, bueno los de unos más que los de otros. En el único bar del pueblo encontramos a  la chica que nos llevará a la cueva

Por eso, cuando la guía nos llevaba hacia el lugar y comenzamos saliendo de la diminuta aldea, subiendo una pequeña pendiente, pero que a estas alturas nos parecía más el Aneto que un repecho, nos mirábamos entre nosotros esperando que fuera una broma.



Anochece. Debemos encender las linternas de los móviles y cuando llegamos al final de la cuesta, la guía no para y sigue bajando, internándose en un cerrado y antiguo bosque de robles. Ahí en la ladera del monte, se encontraba la cavidad desde la que empezaba a salir el anterior grupo de visitantes

Bajamos unos peldaños y entramos. Nos vamos sentando en el suelo. El habitáculo carece de cualquier comodidad. Incluso de luz. Un paisano, encargado de contarnos el proceso del queso de Cabrales, alumbra con una linterna.

Enfrente se puede observar una ventanuca por la que se ven los quesos almacenados a una temperatura y humedad constante; adecuadas, son las que le proporcionan las deliciosas características que hacen de él un manjar. Una auténtica bodega natural cerrada a cal y canto.

En una media hora nos pone al día del método ancestral de producción que han intentado mantener a pesar de la presión de los grandes productores  y de las limitaciones higiénico sanitarias de obligado cumplimiento.

Nos puso los dientes largos…pero no lo catamos, al menos ahí.

Tras un breve periodo de preguntas contestadas por el aldeano, salimos a la noche y continuamos hacia el lagar de sidra.

Allí, somos acomodados en una larga mesa, en compañía de la otra cuadrilla que nos había precedido en la cueva. El mismo paisano que nos acompañó nos inicia en los secretos de la producción del caldo de manzana.

El local disponía de una particularidad en la distribución de los toneles de los que nos debíamos servir:  era que se encontraban en el piso de arriba y desde el techo, un grifo hacía que se dosificara por gravedad. Bueno, acostumbrado a la forma de servicio en otros lares pensaba que nos íbamos a llenar nosotros los vasos, como las sidrerías del País Vasco. Pues no, el anfitrión del lagar junto a su hermano iban a ser los que cada vez que lo solicitáramos nos llenaran los vasos. Y doy fe que  teníamos sed…y no les faltó trabajo

Explicaron lo que era una “espicha” una degustación de sidra, donde es la reina y señora de los productos que se consuman.  Siempre acompañada por productos de la tierra, proporcionando un maridaje envidiable.




Continuara...

¡¡EL SUSTO!!


Disfrutábamos de unos momentos agradables, en los que no faltaba ni comida ni bebida, y de la Compañía que os voy a contar…

Así  estábamos cuando de repente...

—¡¡VENID, Mari Mar se ha caído y no contesta!!—del susto ni me acuerdo, la mujer que al ir al baño, dio la voz de alarma.

Salimos a toda velocidad a los servicios, que se encontraban en el exterior del local, y pudimos ver lo que nos había advertido.

—«¡¡Dios mío…!! Espero que no sea grave…»

Estaba tumbada, apoyada sobre el lado derecho, en estado de semi inconsciencia. Luis, su marido se inclinó a su vera.

— ¿Respira?»
—Sí, aunque de manera débil.

Entonces me agaché y vi que tenía la zona de la sien manchada de sangre—«Joderrr…»
En ese momento, Mari Mar comenzó a recobrar la consciencia, de forma  leve, casi imperceptible. Conforme iba sintiéndose mejor, intentaba moverse, e incluso incorporarse. 

—Estate quieta, no te muevas—La inmovilizamos en el suelo con unas toallas para que no pudiera mover la cabeza. Ella se había girado, por lo que aprovechamos, tras agarrarla para que no siguiera moviéndose, a levantarle un poco las piernas, para que así fuera recobrando el sentido. Mientras Miguel se encargaba de sujetarle las piernas en alto, llamé desde mi teléfono a emergencias. Le conté al operador la situación. —Enseguida le enviamos una ambulancia, ahora le paso con el médico de emergencias

—Sí, dígame lo que le ha pasado. 
—Una chica ha salido al baño y se la ha encontrado en esa situación.
— ¿Ha bebido?
— ¡Qué va, si no bebe!—le explico lo que hemos hecho y dice que es lo correcto para que la sangre vaya retornando al cerebro y poco a poco vaya recuperándose. —En breve estará allí un  médico de urgencia.
—Ok. Gracias, seguimos esperando.

Los comensales en el exterior arropamos a la pareja. En un intento de apoyo, de solidaridad.

A todo esto, la niebla nocturna comenzó a enseñorearse del lugar, dando un  tenebroso tono al ambiente. Y comenzó a llover un poco, muy poco.

La tapamos con unas mantas y esperamos, como sucede en esas situaciones,  una eternidad.

Aparece la médico y la pongo en antecedentes. Comienza a reconocerla. Hace las comprobaciones para ver que no padece lesiones graves internas y la pide que se gire un poco.

—¿Qué te ha pasado, recuerdas? 
—No… no sé. Estaba en el baño y no me encontraba muy bien, algo mareada. Entonces quité el pestillo de la puerta, me apoyé y no recuerdo nada más.
—Has debido de resbalar y caerte. Te has llevado un buen golpe y hay que mirarlo. Límpiale un poco la sangre—comenta a la enfermera. Tras pasarle unas gasas por la zona ensangrentada.
—Ha tenido suerte. La herida parece haberse producido por la rotura de las gafas, en concreto la montura, que se le ha clavado en la piel—«Menos mal»

En esto una arcada la supera y comienza a vomitar—Ponla en posición lateral de seguridad. Vamos a trasladarla al hospital de Arriondas para hacerle las pruebas pertinentes, más que nada para descartar lesiones internas. Es posible que tenga alguna fractura en la zona del pómulo y necesitamos comprobarlo. 

—Llamaremos a una ambulancia para que la trasladen. ¿Alguien irá con ella?—Luis con la mano señala su pecho—soy su marido, la acompañaré. 
— ¿Tienes batería en el móvil, dinero, monedas… no sé…algo que necesites?
—Necesito un cargador para llevar al hospital. Estoy casi a cero. 
Alguien le acercó uno—no te preocupes, lo primero es lo primero. Mañana ya hablaremos y si hace falta ir a buscaros, vamos.
—Gracias, compañeros. 

Se van en la ambulancia y nosotros nos quedamos un poco vacíos…

Cuando marcharon estuvimos analizando la situación, y a la espera de acontecimientos se quedó en que con el bote que quedaba le pagaríamos el taxi de vuelta a Poó, o les iríamos a recoger.

Volvemos a Poó de Cabrales asustados y esperando buenas noticias. 

Entristecidos, unos cuantos tomamos un chupito en común, en nuestra casa. Si el estado de Mari Mar nos lo permite, y tenemos ganas, quedamos en ir a Cangas de Onís ya que muchos no lo conocen y si se puede a Covadonga para completar el tour turístico, aprovechando el día.

Aunque siempre a la espera de noticias.

Nos acostamos, no estaba la cosa como para fiestas.

Dejo toda la noche el móvil pegado a mi oreja, en la mesilla. Apenas puedo pegar ojo. 

—Espero no despertarte, ¿sabes algo?
—Nada, la han llevado a hacer unas pruebas. Sigo esperando en la sala.
—Vale, cuando sepas algo, nos dices, da igual la hora. La gente anda preocupada. No te molesto más. 
—Ok, ya os llamaré. 

Me tumbo en la cama y hacia las cinco de la mañana oigo el teléfono. Ha entrado un «wassap».

Lo miro, es Luis—le han hecho un montón de pruebas, y han detectado un par de fracturas. 

—¡Ostias..! Entonces ¿qué van  a hacer? 
—Los médicos comentan que estará en observación, en un «box» durante unas horas, y dependiendo de la evolución tomarán la decisión adecuada a las circunstancias, aunque es posible que deban operarla.
—Vale. Les digo a los compañeros. Con lo que sea nos comentas. Si necesitas algo…
Envío un  mensaje a varios para que cuando despierten estén al corriente del tema.


Domingo 25 de Septiembre. Poó de Cabrales 8h aprox.

Amanece. Vamos levantándonos— ¿Sabe alguien algo más?

—No…

Mientras desayunamos suena mí teléfono—le van a dar el alta. Nos dicen que deberán operarla de esas fracturas, pero que puede hacerse en Madrid cuando volvamos. 

—¡VAYA, por fin alguna buena noticia!—así le contesto, aunque las dudas se agolpan en mi—«¿con dos fracturas hasta Madrid…un montón de horas de viaje? Bufff…»
Hablando con los demás confiesan tener las mismas incertidumbres— ¿entonces, cómo vienen?¿Les vamos a buscar?

Al final Vicente queda con ellos y los recoge, aunque dado que el hospital se encuentra de camino a Cangas quedamos con ellos allí. 

Era día de mercado, lo que significa, como en cualquier otro sitio, que el aparcamiento es escaso y difícil de encontrar—vamos a un parking grande que hay a las afueras. Seguidme.

—Todos circulamos tras Pachu. Recuerdo que había una asociación de personas disminuidas psíquicas que se encargaba de cobrar y repartir los tickets de aparcamiento.

Una vez allí llegan con la herida. Se la ve algo decaída por la medicación y el porrazo que se dio. Pero va andando con nosotros hacia el centro del pueblo.

La ruta turística pasa por la estatua de Don Pelayo y el puente de la Reconquista, con su cruz colgando. Muchas fotografías, incluso Mari Mar demostrando una entereza y valentía asombrosa, posó con Luis en algunas. Eso, más que cualquier otra cosa nos reconfortó.

De camino, algunos aprovechan a hacer compras, Pelegrín acabó cediendo a los encantos de el escanciador automático de sidra y compró uno. Otros productos típicos, sidra, «quesu», etc…

José Ángel propone quedarnos a comer en un bar cercano— ¿Tú crees que habrá sitio para diecisiete?— Nos parece bien, aunque encontrar sitio para tantos, no iba a ser fácil. 
Otra vez pudimos comprobar, que cuando se ponen las ganas y el grupo es «potente» no hay nada que se resista. 

—Hay sitio para todos. Además he comido aquí en varias ocasiones y muy bien—nos miramos entre nosotros no dando crédito a nuestra suerte.

Tomamos algo en un bar cercano y entramos en el comedor. Nos sentamos. Los chavales en otra mesa y los mayores todos juntos. Excepto Ricardo, Laura y Lourdes que tuvieron que comer en la mesa de al lado.  Aitor é Iñigo, mis hijos, así como las hijas de Pelegrín no se cortaron un pelo. Al menos los míos tenían ganas de probar algo— ¿Aita, podemos pedir «cachopo»?—No se cortaron ni media. Y acabaron el que habían pedido para repartir entre dos, aunque Iñigo prefirió algo a lo que estuviera más  acostumbrado.

Acabamos de comer y tras una breve sobremesa, debemos despedir a algunos compañeros que han hecho un montón de kilómetros sólo para estar juntos.

—Bueno, ¡que tengáis buen viaje!—Tomás ha venido desde Madrid, como Luis y Mari Mar; Gustavo desde Galicia, y así varios más. Excusadme si mi memoria omite alguno, no es mi intención excluir a nadie. Ya me lo recordareis…

Al final quedamos la familia Pelegrin, y la mía para ir a ver Covadonga con los naturales. 
Visitamos el santuario, bajamos por las escaleras y los más jóvenes probaron suerte lanzando las monedas, al lago bajo la cueva.

Sacamos las últimas fotos y nos despedimos de nuestros compañeros, Pachu, Jose Angel, Noé y Vicente.   

No sin conjurarnos una vez más, ante Don Pelayo.

La Compañía SIEMPRE unida, SIEMPRE adelante.





Agradecemos a todos nuestros compañeros astures, incluida Noé, una más entre nosotros, por esos momentos que vivimos. Por la organización, difícil, prolongada e incomprendida a veces.

Por ser capaces de guiar un grupo tan numeroso por tan dispares lugares, diferentes actividades, distintas propuestas y sin que nadie abandonara. 

Mención aparte merecen las casitas en las que estuvimos alojados: relación calidad precio extraordinaria. De verdad. También debo agradecer a nuestros patrocinadores el detalle de la camiseta con el que nos obsequiaron.

No hubo un extraño. No puedo dejar de mencionar a todos los compañeros que nos acompañaron, que compartieron esos días haciendo largos trayectos, solos, con familiares, con amigos, viajando desde muy temprano, o hasta muy tarde, para estar algo de su tiempo con nosotros.

En especial quiero dar un fuerte abrazo a Mari Mar y a Luis por lo que pasaron, por cómo se portaron y  la lección de entereza y valentía que nos dieron en esos momentos tan delicados.

Debo recordar que durante un año José Ángel y Ricardo estuvieron preparándose para escalar el Urriellu. Fue el primer acontecimiento programado del tercer encuentro. Lo lograron sin percance alguno,  y allí arriba estuvieron con la Virgen de las Nieves, a la que a tenor de los hechos acontecidos, y el resultado de los inconvenientes e imprevistos, todos superados, debieron ganar para nuestra causa. Démosle las gracias y dejemos descansar, a Nuestra Señora, hasta el año que viene…

Cuando escribía esto, podía sentir las dificultades a las que estuvimos expuestos, las pruebas que nos surgieron en la senda y no puedo más que recordar lo que hace muchos, muchos, pero que muchos años pasamos. Nos preparó, nos hizo si no más fuertes más resistentes, tercos y sobre todo más compañeros, más humanos.

Nota: 

Y por supuesto, ni se me ocurre obviarla, como no podía ser de otra manera, un afectuoso abrazo a mi suegra, que compartió algunos trepidantes momentos con nosotros y no se quejó en ningún momento. 

En Bilbao a 20 de Octubre de 2016




Autor: Kepa San Blas, Veterano de la Compañía de Esquiadores Escaladores 51/LI

«Abriendo huella















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