CAPITULO IV
LA FUGA
La situación era terrible, e iba
empeorando.
En esas estábamos cuando Tajes
empezó a desesperar -¡me piro, me piro de aquí,
que aguante su puta madre!- de una forma u otra, entre varios logramos
que no se marchara.
Hablando entre nosotros se ofreció a marchar a ver si
encontraba algo en un pueblo que estaba a 15 o 20 kms de allí, y traer lo que
pudiera. Diego, como buscavidas, dijo que le acompañaba. Esperaríamos a que
vinieran los Mandos. Después de que nos inspeccionaran, partirían. Prepararon
mochilas, metiendo lo indispensable:
mapa, brújula y cantimplora llena.
El dinero lo adelantó Rojo que lo
había ocultado cuando nos quitaron todo... ¿Dónde? bueno dejemos que imagineis
el perfumado lugar...
Si querían que no se percataran
de su falta, deberían volver antes del alba. Y con premura, se fueron
atravesando la fronda.
Aquí empieza su historia.
Marcharon guiados por la pista,
hacia el pueblo. Bordeando la senda, con los cinco sentidos alerta, prestos a
desaparecer en la espesura. Tras unas horas localizaron algo. Una tienda de
campaña. Estaba oculta bajo la espesura de un haya centenaria de bajo y denso
ramaje. El familiar tejido de camuflaje la disimulaba. Ojos normales lo
hubieran tenido difícil para localizarla, pero el hambre y el estado de vigilia
con el que transitaban por la foresta, los había transformado en depredadores.
Sin ruido, Tajes la señaló. Se
encamaron en unos jaros, a la espera. En silencio, aguantaron vigilándola
durante un tiempo prudencial.
Intercambiaron gestos, y decidieron
aproximarse cuando tuvieron la certeza de que no había nadie. Tajes se acercó
con precaución. Cuando quería era un felino, tanto por su habilidad para
escalar (como había quedado comprobado en el Carrascal, en el curso de
escalada) como para acercarse sin ser advertido.
En el monte los candados no
sirven de mucho y se encontraba cerrada con cremallera. Tiró de ella y accedió
al interior. No había grandes cosas, y el propietario parece que había salido
hacía rato. El calor humano del que carecía el habitáculo así lo adelantaba.
Agarró un tesoro: tabaco. También una bolsa con restos de comida, algo de
chorizo y pan duro.
Se dio prisa, con seguridad el
dueño volvería a su hogar provisional en breve, la luz perdía fuerza y rondar
el bosque por la noche no es prudente.
Tiempo después, nos enteraríamos
que era de un Alférez. Se ejercitaba en
maniobras similares a las nuestras, y pagó el error.
Continuaron su periplo y oyeron
una furgoneta a la que pararon. El conductor se ofreció a llevarlos a
Orbaizeta. En esta zona los lugareños conocen de las maniobras que se cuecen y
compadecen al quinto.
Una vez allí, no querían ser
vistos. Bajaron del vehículo antes de la entrada al casco urbano y entraron en
la primera tienda que vieron. Compraron varios quesos, sartas de chorizo y
botellas de vino. Y por supuesto algo imprescindible para ellos: tabaco.
El dependiente, un hombre de edad
no hizo preguntas, no hacían falta
Tras llenar las mochilas a tope,
retornaron.
De vuelta, como buenos esquiatas,
se buscaron la vida, parando otro transporte que desvió su trayectoria y les
acercó al campamento.
Para cuando llegaron, ya
estábamos dormidos y no nos dimos cuenta de su regreso.
Amanece y como siempre aguantamos
un poco más en nuestros sacos. La desgana, provocada por la falta de calorías y
expectativas no ayuda demasiado.
Oímos el sonido del todo terreno
y nos levantamos.
Dan un breve tiempo para formar.
Las ordenanzas establecen que las novedades deben darse en correcta y
silenciosa formación. Como Cabo, encabezaba la mía.
Presuponiendo que se iba a hacer
todo de manera correcta, como siempre, vi a mis compañeros en su lugar, aunque
faltaban los fugados. Miré en dirección a la tienda que ocupaban, y vi que
salían sin demasiada prisa. Podía considerarse una falta de respeto, hacia los
superiores y hacia sus compañeros. Les eché una mirada de esas que activan y se
pusieron en su lugar. Entonces me llevé la mano a la boina en posición de
saludo frente al Sargento Segura y vi que este miraba hacia detrás mío, sin
hacerme caso.
Entonces me giré y vi a Tajes
descojonándose. Aguantando a duras penas en la posición, arrascándose los
huevos; y a su compañero de aventuras conteniendo la risa.
No me lo podía
creer: ¡estaba borracho! Al parecer habían tenido éxito en su devenir y habían
encontrado algo más que comida.
Analicé la situación en
nanosegundos -"este cabronazo ha conseguido pillar, y está poniendo en
riesgo todo que ha traído, nos va a joder. Si sospechan lo que han hecho, nos
lo quitarán".
No me dio tiempo a pensarlo: me
giré completamente y di los dos pasos que me distanciaban de él. Me miró,
continuaba con su sonrisa balbuceante, contorsionándose en el lugar para evitar
caerse.
Lo mismo que, de manera
acostumbrada, la mano recta con todos sus dedos juntos, había subido como un
cohete a la boina para saludar al Sargento, salió disparada hacia la cara de
Tajes. Le metí un bofetón que se cayó al suelo y no sé si rebotó, pero antes de
que me hubiera dado la vuelta para continuar con el protocolo militar
establecido, estaba en su lugar, bordando la posición de firmes y desaparecida
la risa.
Ni hay que decir que al “Libretas”
no hubo que recordarle nada.
Esa vez sí, la jerarquía militar siguió su cauce y el
Sargento recogió mis novedades sin un mal gesto, de la misma forma, y tras
comprobar que no había nada anormal en la formación, se las pasó al Teniente
Gil.
Después continuaron dando vueltas
por el campamento observando por si hubiera algo fuera de la rutina.
Cogimos del brazo a Tajes y a
Diego entre el Cabo Montero y yo y los apartamos tras unos árboles.
-¿Qué cojones hacéis?- les dije.
¿Dónde tenéis lo que habéis traído?
-En la tienda- dijo Diego
-¿En la puta tienda? ¿Pero no os
dais cuenta que será el primer sitio donde buscarán? Además con el espectáculo
que habéis dado... Vamos a repartirlo y que cada uno guarde lo suyo.
Distribuimos a partes iguales la
comida, y, por supuesto, la cuenta la pagamos más tarde a Rojo y a alguno más
que pudo adelantar lo que pudo hurtar a las aviesas intenciones superiores.
Cada cual ocultó lo que le tocó
(un pedazo pan y chocolate, queso y chorizo, además de unas galletas) donde lo consideró
oportuno, intentando sustraerlo de las garras insaciables de nuestros jefes.
El vino, del que poco había
quedado, se lo dejamos a ellos, y gran parte del tabaco. Fueron los que lo
consiguieron y lo merecían.
Durante la noche, después de
haber llegado, lo habían estado celebrando, y en esos estómagos vacíos, sin
ingesta de nada sólido en días, una botella por barba, tuvo efectos
devastadores.
Muchas veces he intentado
plantearme la reacción que tuve. Si fue adecuada o quizás desproporcionada. En
ocasiones, juzgamos las situaciones desde puntos de vista privilegiados fuera
de las circunstancias que influyen en esa decisión. A día de hoy, reconozco
que, aunque me da cierta vergüenza haberlo hecho, creo que fue una decisión
acertada.
Tajes era una persona especial,
llevaba mal la disciplina militar y pensábamos que no estaba muy bien de la
cabeza. Los Mandos, de manera consciente,
lo situaban en mi pelotón o el de Rekalde, el otro Cabo vasco. Solo se
encontraba a gusto con nosotros. Desde el principio y hasta el final, estuvimos
juntos y eso hacía que tampoco frecuentara otros fuegos. Por otra parte, debo
decir que era un buen chaval, un poco raro, pero para comprenderlo había que
tener una dosis extrema de paciencia. Como quedó demostrado a lo largo del
tiempo, donde pudimos ver que tampoco fue su único incidente, ni el último.
Jamás me reprochó nada, ni mucho
menos nadie. Ello me lleva a pensar que quizás, con la intención de
salvaguardar el interés de todos, hice lo correcto.
El día continuó sin mayores
sobresaltos, ya había habido suficientes. Oscureció y volvimos a los sacos,
esta vez, con algo reconocible en el estómago, y animados por la evolución de
los acontecimientos. Hoy no habría "concierto" de tripas. Pero antes
fumamos un cigarrito, por supuesto a la
salud del incauto Alférez.
Esa noche, no creo que se atreviera a acercarse
ningún animal, por hambriento que estuviera.
Amedrentadores ronquidos ahuyentarían a cualquier bicho...
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!- ¿Pero qué cojones es eso?
-¡OSTIA, es el toque de
alarma- decía Rojo echado junto a mí.
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!
-¡ROMANOS, EL ENEMIGO NO
DESCANSA!!- ¡Cómo disfrutaba el Teniente Gil! -¡VENGA, ESPABILEN, COÑO, QUE NO SE
ESPERA A NADIE!!
Y entre toque y toque de silbato
nos arengaba para que saliéramos nosotros también "pitando".
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!-¡¡ A LA PUTA CARRERA!!- Acompañaba el Sargento Callado con otro
chiflo de "destrucción masiva".
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!
Desde el principio, cuando
adelantó el Teniente Gil que podríamos encontrarnos en similar tesitura,
dormimos vestidos, con calcetines incluidos. Sólo quitamos las botas y las
dejamos "adheridas" a nosotros, como nuestra novia, el CETME.
-¡No olvides el
"chopo"!- agarramos las mochilas de combate
-¡COGE EL SACO!- tenía
razón Rojo, con estos sabes cuando sales, pero es imposible saber si volverás
ni cuándo.
Nos fundimos en la negra espesura
y activamos el modo "hay una ostia volando, a ver a quien le cae".
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!-" Joder, no se cansa".
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!
-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII,
PPPIIIII!!!- "¡Ostia puta!"
Pasamos media hora en silencio,
congelados, (casi de manera literal) como se nos había enseñado. ¡Más nos valía
que no nos localizaran...! Vimos luces de linternas, bueno, los intuimos
entrando en las tiendas y sacando cosas.
Al poco rato, los Sargentos nos
llamaron a formar, al parecer el ejercicio había finalizado. El Teniente nos
informó:
-Todo lo que dejéis en la tienda
podrá ser usado contra vosotros, y se os retirará; sea lo que sea.- Miramos a
nuestro alrededor y aún no éramos conscientes de lo olvidado. Aunque alguno ya
se lamentaba gritando en silencio -¡me caguen la .....!
Los Sargentos Segura y Callado, y
el Cabo 1º Cortés, como los hombres del saco portaban a la espalda
varias bolsas de plástico negras con al parecer, nuestros yerros.
Esa noche alguno de los nuevos
durmió sin saco, a una temperatura estimada de unos cuatro o cinco grados en el
interior del sobre techo de la tienda . A otros les desapareció el chaquetón tres cuartos, alguna mochila con lo de emergencia y cantimplora, el
anhelado tabaco. Los restos de comida que quedaban y parecían haber brotado
colgados de las ramas fuera del alcance de los animales, fueron
recolectados No puedo comprender como
sale uno corriendo sin las botas, ahora me rio, pero aquel pobre debió de andar
al día siguiente en calcetines... ¡por el barro! Incluso se comentaba que un conejazo (no se le puede llamar de otra manera) había salido
zumbando y no se acordó del armamento. Ese pecado mortal no puede ser concebido
por un esquiador.
Imagino el tamaño de la piedra
que le invitó a llevar al incauto, nuestro Teniente. Estoy seguro
que ninguno de ellos volvió a olvidar nada relevante cuando escapó. Los Mandos
eran capaces de abrirte la mente y como te descuidaras alguna otra cosa...
Esa alarma, no sabremos nunca si
había estado programada, aunque SIEMPRE estuviera PREVISTA para el día, y ellos
lo sabían, que alguno de nosotros volara hacia el pueblo a traer algo.
Así era la Compañía.
DESESPERANZA.
El tiempo empeoró los días
sucesivos. El agua nieve y la quietud, se adueñaron del campamento. El frio
hacía que la actividad fuera casi inexistente.
Sólo Ory, Tuca y Kisy, los mastines, deambulaban perezosos. Se habían
acabado las provisiones, y sólo salíamos
a intentar encender fuego bajo el puente. Allí nos juntábamos los que todavía
teníamos fuerzas para maldecir a los Mandos.
De manera inusual, una tarde se
acercaron. Comunicaron a Koldo que había fallecido su Aitite (Abuelo). Recogió
sus cosas y lo sacaron del lugar. Fue a despedirle a su pueblo.
Otro día acercaron un par de
gallinas. Tuvimos que sacrificarlas y las asamos en la hoguera.
Ese goteo de alimentos era algo
premeditado. Cuando no tienes nada que llevarte a la boca, el cuerpo acaba
acostumbrándose.
El primer día tienes hambre. El
segundo la empiezas a padecer. El tercero la sufres. Luego ya, el estómago al
ver que sus reclamos no surten efecto deja de pedir y se pone en estado de bajo consumo de energía.
No es que no tengas hambre, se te va un
poco la cabeza, pero empieza a ser algo llevadero.
Si en ese momento le proporcionas
una ínfima esperanza, en forma de un minúsculo trozo de pollo, o carne o
cualquier alimento, eclosionas la bestia y comienza a exigir su ración.
La tortura renace y el dolor se
convierte en algo continuo.
Otro condicionante más que añadir
al cúmulo de, llamémoslo, incomodidades. Un terrible cálculo.
Sólo se aproximaban para recibir
novedades a primera hora de la mañana, y por supuesto no volvieron a traernos
vianda alguna.
Empezaba la verdadera
supervivencia.
Alrededor de un bidón con brasas
en su interior, anhelábamos nuestras mesas. El desdichado que haya vivido una situación parecida puede
coincidir hasta en los sueños, porque a nosotros
nos pasaba. Soñábamos con comida, sobre todo con alimentos de fuerte sabor, y
elevado aporte energético, como el chocolate, los pasteles, las patatas fritas
y los huevos. Son algo instintivo, como sueños que son, y muestran al
subconsciente intentando comunicarse y transmitir apremiantes necesidades.
Parecía que estuviéramos sintonizados.
El cerebro es el órgano que más
energía consume y empezamos a relativizar las cosas, a pensar de manera más
lenta de lo normal. Así, las decisiones no son todo lo correctas ni adecuadas
que podrían ser. Los que sufren esa falta de calorías comienzan a embrutecerse
y primar los intereses no particulares, sino básicos.
Los días eran oscuros y apenas
vimos el sol. Algunos enfermamos. La bajada de defensas por el régimen severo y
el clima aberrante provocaron que me doliera, de manera atroz, la garganta. Me
costaba respirar, y apenas podía tragar.
Menos mal que teníamos al Druida
con nosotros. A él acudí tras no poder descansar esa noche y sufrirla
enfebrecido.
-¿Qué tal estás?- dijo César nada
más verme.
-Jodido, me duele la garganta y
no puedo dormir.
-¿Fiebre? Ven y abre la boca-esto
bajo el puente, nuestro “esterilizado” dispensario médico. Los dos llenos de
mierda, porque él compartió como uno más, el lamentable estado que padecíamos,
aunque con diferente uniforme, al no tener mimetizado de su talla.
-Tienes placas en la garganta, es
normal- me recetó unas pastillas. Tomé varias, aunque hubiera preferido el
remedio que impartía en el botiquín del cuartel, y con el que obsequiaba a sus
compañeros de reemplazo nada más llegar: dulce caldo navarro.
-Bien nos tomaríamos un
pacharancito de esos que tenías en Pamplona...
-Calla, calla. A veces me viene a
la boca, y me doy cuenta que estoy traspuesto. Bueno, tómate una cada ocho
horas y ya me dirás como te va.
-Gracias, César- siempre con
mirada traviesa, ojos de un azul inmenso, te despedía con un gesto, una palmada
en la espalda, un pellizco en la oreja, un pescozón... Creo que era alguien
para quien tenía gran importancia el contacto. Siendo médico, y uno de los de
mayor edad, asumía su rol, y se preocupaba de nosotros en cuerpo y alma. Y eso
que los esquiatas, aún expuestos a mayores riesgos que otros, no frecuentábamos
el médico. Procurábamos no hacerlo, porque podía costarnos pasar el fin de
semana sin permiso.
Grandísima persona, tanto en su talla física,
como moral. Con su más de metro noventa y cien kgrs pasaditos, casi era el
doble que cualquiera de nosotros.
Descansa en paz, Compañero, entre la Tierra y el Cielo.
Me aparecieron manchas oscuras en
el dorso de las manos y parte del cuerpo. La cabeza también empezaba a irse, a
causa de la fiebre y la deficiente alimentación.
Esa noche tampoco pude descansar.
Al día siguiente nadie acudió al
campamento. Se ahorraron la penosa imagen de una formación con la mitad de
efectivos, por un profundo hastío. Hubo algunos que no se llegaron a levantar.
No era un conato de sedición, pero esos soldados no tenían fuerzas ni ganas
para seguir el "juego". De haber venido, las represalias pudieron
haber sido diferentes.
Otra vez, pasé consulta bajo el
puente.
-Mira- le enseñé a César las
manchas. Se puso serio al verlas-es una reacción alérgica. Espera que te voy a
poner una inyección.
Me pincho. Fue hacerlo y empezar
a sudar a mares.
Antes incluso de que oscureciera,
me fui exhausto a dormir.
¡ENEMIGO!
La penumbra atenazó tenue el
vivac. Transcurrieron quedas horas, tentando a arroparse en la yacija.
La medicación hizo reaccionar mi cuerpo que se
activó y comenzó a combatir la enfermedad.
Atravesé sueños turbios y
extenuantes.
Al pronto, en duermevela, escuché
ruido. Ni siquiera le di importancia, hasta que me taladró los tímpanos:
-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII,
PPIIIIII!- Estridentes pitidos advertían de la presencia enemiga en la zona.
-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII,
PPIIIIII!- Debíamos abandonar a toda velocidad el campamento, primer objetivo
de nuestros rivales. No era la primera vez que nos lo hacían, pero nunca te
acostumbras.
-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII,
PPIIIIII!
Saltamos de los sacos de dormir
como impulsados por un resorte, calzamos las botas Kamet. Armamento, munición y mochila conteniendo como siempre para
emergencias la cantimplora, recipientes estancos para cerillas (en mi caso,
usaba pequeños botes de plástico para guardar carretes de fotos), un poco de
cuerda, alguna pastilla potabilizadora, y el poncho. Todo preparado y en orden.
Cargamos con el saco y nos echamos al monte.
Sí, nos echamos al monte. Raudos
y en la mayor oscuridad nos perdimos entre la penumbra y la foresta. Encamados
y a distancia segura, aguardamos acontecimientos.
-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII,
PPIIIIII!-
Las últimas veces que habíamos
estado sometidos a ese estado, había finalizado cuando los Mandos, encabezados
por el Teniente Gil lo dieron por hecho. Pero esta vez se escuchaba el
estridente vozarrón del Teniente Ortiz.
-¡¡¡RÁPIDOS, AL MONTE, ESCONDEOS,
AL QUE LE PILLE, SE LAS VERÁ CONMIGO!! ¡¡ME LA PELA Y ME FUMO UN
PURO!!!¡¡¡VEENGAA, OSTIA!!- enarbolando su moderado acento maño.
Según fuimos desapareciendo del
lugar de acampada, un perímetro compuesto por los Sargentos y Cabos 1º nos
guiaban hacia una claro donde fuimos rehaciéndonos.
-Id mirando a ver quiénes faltan.
Y cuando acabéis os vais poniendo en condiciones de pasar revista- comentaban el
Sargento Segura y Callado.
¿"pasar revista? ¿Pero…qué
mierda es esto? ¿Cómo cojones quieren que estemos?"-pensaba cabreado.
Una vez en formación, el Teniente
Gil habló.-Señores, ahora vuelvan al campamento y recojan lo que les
quede. Pero antes se les hará entrega a
cada Cabo de un mapa y una brújula. Se facilitarán coordenadas de un punto de
reunión donde, es posible que sean recogidos o abastecidos; si llegan a tiempo,
y el enemigo lo permite.
Los Sargentos repartieron lo
dicho y nos conminaron a seguir las instrucciones.
-¿Dónde vamos?- preguntó Rosiña.
-Nos han dado unas coordenadas.
Parece que vamos hacia la ermita de la Virgen de las Nieves.
Recogimos la
cubierta de la tienda y comenzamos a andar. Estuvimos toda la noche sin apenas
parar y alerta.
...Continuara la próxima semana.
Un fuerte abrazo.
En Bilbao, a 25 de Abril de 2020
Kepa San Blas, veterano de la Cía. EE.EE 51/LI.
Abriendo Huella
2 comentarios:
Al cine ya!.
Seguramente lo has leido, pero por si acaso te recomiendo este libro:
Endurance. La prisión blanca. Alfred Lansing. Capitan Swing.
Trata de la aventura de Ernest Shackleton
Sí, lo conozco. Tengo varios libros ese protagonista. Uno es "atrapado en el hielo", en el que me llamó la atención que estuviera uno de los pioneros de la fotografía, lo que me impresiono también fue ver las instantáneas que hizo. Tiene documental en youtube.
Otro que también tengo es "Lecciones de liderazgo" estrategias de Ernest Schakelton para afrontar las brutales dificultades que superaron, más enfocado al mundo práctico.
Desde que estuve en la Compañía me han llamado la atención las situaciones límite a los que se enfrentan las personas,
Muchas gracias por tu comentario, me siento muy honrado.
Un fuerte abrazo.
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