Una historia de sacrificio y superación en un breve, pero intenso periodo de tiempo.
Finales de Junio de mil novecientos ochenta y siete. Lunes por la mañana. Temprano, muy temprano, como acostumbramos a levantarnos cuando hay algo importante.
Después de desayunar, cargamos los equipos en camiones y partimos hacia nuestra siguiente maniobra.
Vamos toda la Compañía, las tres Secciones al mando del Capitán Javier Solabre Goñi.
Atravesamos ciudades, que pronto se transforman en pueblos y, poco a poco, en aldeas y caseríos dispersos en las alturas .
El paisaje se torna agreste. De las suaves colinas y arbolado discontinuo que abundan en la cercanía de las grandes urbes, pasamos a carreteras, casi pistas, rodeados de una naturaleza exuberante.
Los vehículos reducen el paso. Comienza el traqueteo que denota el uso de la reductora para poder continuar la marcha. Parecería que se pudiera disfrutar del paisaje a esa velocidad. Nada más lejos de la realidad. Efectivamente, la velocidad es mucho menor, pero se impone un brusco balanceo del camión . Exige agarrarnos a la estructura metálica de la caja del transporte.
El riesgo de caída es algo más que probable y fuerza a asir los soportes metálicos con pasión.
Desde el rectángulo abierto en la lona, por la parte de atrás, vemos unos montes, cada vez más altos, cada vez más grandes. Hasta que llega un momento , en el que abandonan los límites de nuestro campo de visión, para imponernos la dictadura de lo enorme.
Bosques sin fin, y de una espesura desconocida en otras latitudes. Hayas, robles ,encinas, castaños, multitud de especies vegetales dominan el entorno ocultando quién sabe qué, mediante una densidad sobrecogedora.
Y barrancos. Al principio veíamos hasta el fondo. Más adelante, se transformaron en precipicios insondables, de un estremecedor y dudoso final.
Los “Uros” siguen su camino, aunque el trayecto se va haciendo más difícil. Estrecho y empinado.
El material tampoco quiere quedarse quieto tras ser invitado al compulsivo baile. No nos queda más remedio que aguantarlo con la mano libre. Más tarde supimos que las mascotas de la Cía, los tres mastines del Pirineo, Ory, Tuca y Kisy, además del macho cabrío Akerra ( cabrón en euskera ), tampoco disfrutaron del viaje. Hubo que atar los enrevesados cuernos del cabrón a los barrotes para que no saliera pitando por la cartola. Los perros casi se dejan las uñas para agarrarse también.
A través de un denso bosque de hayas, y arbolado de altura, enfilamos una pista que nos llevará a nuestro destino.
Paran los camiones. Bajamos a formar. Novedades. Órdenes rápidas, precisas y suficientes para, en breves instantes, materializar un campamento militar de altura. Cocina y hogar incluidos. Como mandan los cánones.
Pasamos el resto de la mañana intentando mejorar las condiciones de habitabilidad del enclave.
Comemos. Por la tarde, recibimos clases teórico prácticas de diferentes materias.
Repasamos los nudos que nos habían hecho repetir hasta la saciedad. As de guía (“sale la serpiente por el lago, rodea la palmera y se sumerge de nuevo en el lago”), nudo plano ( el “ata botas” de los cuerpos especiales”), tejedor (el amigo de los montañeros, por su sencillez y versatilidad para sacarte de apuros ), ballestrinque, Prusik, etc.
Por delante, por detrás, con los ojos abiertos, cerrados, con un cabo, con dos.
Técnicas escalada, de aseguramiento y progresión en paredes.
Preparación de la mochila. Distribución del material. Uso de piolets.
Colocación de crampones, de gran utilidad como pudimos comprobar en breve.
Orientación, evolución en circunstancias de extrema crudeza y alguna materia más que no recuerdo
Nada queda a la improvisación. En esta Compañía no hay lugar para la sorpresa; Bueno, a veces…
Hay un dicho en las Unidades de élite: “lo urgente está ya hecho, lo imposible, estamos en ello.”
Pues eso.
Cenamos, y en breve espacio de tiempo, advertidos de la paliza que nos esperaba en días venideros, nos "empiltramos".
Dentro de la tienda, el ambiente es acogedor.Todo lo que puede ser un austero y minúsculo reducto. A ella volvemos a descansar, recuperarnos, o lo que se tercie.
Será nuestro hogar en innumerables ocasiones.
Entro en el saco.
-” ¡Qué bien , calentito, que gusto..!. Pero ...eh?, ehhhh???. ¿Qué diablos es esto?”.
Noto multitud de ataques, picotazos, mordiscos, yo que sé..., dentro del saco y en diferentes y apreciadas partes de mi querida anatomía…
Abandono como un resorte el saco y salgo fuera de la tienda a sacudirlo. Le doy la vuelta.
-”Joder, a quién se le ocurre…?.”
- Ahora caigo..., si es que estos de Plana Mayor...
Comparto tienda con Jordi, un catalán de Manresa, destinado como conductor . Somos muy amigos. Una amistad forjada en vivencias comunes y en su segunda taquilla llena de productos de bollería. Siempre repleta de dulces tentadores y apetitosos. Su padre fue el primer tendero que viajaba por las playas de la costa Dorada montado en el negocio.
Consiguió comprar, decía él, en el extranjero, un camión-tienda, completamente hecho de aluminio . Cada vez que llegaba a la costa, desplegaba las patas y extendía los mostradores, que con suerte, volverían vacíos. Fiándome de su buena voluntad, he dejado que montara la tienda él.
Yo no he podido. Estaba ocupado realizando infinidad de tareas encomendadas y por encomendar.
Le ha parecido adecuado colocar la tienda en la orilla de un río.
-” Ya sabes, agua corriente fresquita, y wc. cerca”.
-”Y una mier…..!!!”.
Humedad y miríadas de insectos, seres invertebrados que, no se como, han acabado en el interior de mi saco, y alguno todavía más adentro, en mis calzoncillos para desasosiego.
Saciando sus instintos animales en mi cuerpo. Desconozco el tipo de bicho que era, pulga, mosquito, yo que sé, pero lo que tengo claro, es su cantidad y eficiencia, vamos, lo más parecido a la “marabunta”, y en ayunas...
Mientras agito el saco, me voy rascando..., y tengo un momento de iluminación:
-” Jordi no se ha acostado todavía. Ya lo siento, pero prefiero perder un amigo , antes que los huevos”.
Así que cojo su saco y tras enrollar el mío e introducirlo en la funda de mi compañero, duermo el sueño de los justos.
Dentro del saco de Jordi, claro está!.
Siento, de algún modo, traicionar a mi amigo, pero existen prioridades en las que coincidiréis conmigo...
Todavía no ha amanecido y toca diana.
A desayunar y preparar la impedimenta para llevar. En el desayuno nos han dado un pequeño bocadillo de fiambre.
- “Es para comerlo en la cumbre”. Nos han dicho.
-” Bueno, pues lo llevaremos”.
Sin luz natural todavía, iniciamos la marcha hasta nuestra primera cima, el Batua, de 3088 mts. de altura sobre el nivel del mar.
Cada responsable de Sección elige la ruta de ascenso.
Cada una de las Secciones será autónoma y responsable en todos sus devenires, esto es , en caso de necesidad, cualquiera de los otros dos grupos podrían ayudarles, aunque debería de ser algo tan grave, como para renunciar al propio orgullo y ponerse en manos de los demás compañeros.
Con todo lo que eso supone....
El camino se empina y nos pone en fila de a uno.
Comienza a amanecer.
- “!Qué bonito!”.
La velocidad media calculada para un soldado de montaña en su ascensión es de unos cuatrocientos metros de desnivel por hora aproximadamente.
Empieza a cambiar el paisaje. Desaparecen los árboles. Continuamos por inmensas praderas, de un verdor intenso. Provocan una sensación de estar en un lugar reconocido, acogedor, último hito agradable en nuestra ruta.
Más adelante, afloran ralos y fibrosos arbustos, característicos por su dureza y aguante en estas condiciones extremas.
Poco a poco, van faltando los representantes del reino vegetal.
Ahora, domina la roca. Canchales infinitos marcan nuestro camino hacia la cima. Si miras a un lado o a otro ves lo mismo, piedras y más piedras. Peladas y erosionadas, redondeadas por las condiciones climáticas.
El progreso hacia la cumbre, nos coloca en nuestro sitio. Nos hace más sufridos, más solidarios, más pequeños, en definitiva, más humanos en comparación con el sobrecogedor paisaje.
Koldo, un compañero de mi Sección, empieza a manifestar los síntomas del “mal de altura”. Ahogo, mareos, tentativa de vómito… Al parecer, este síndrome se ceba en las personas con problemas de tensión.
Los Mandos le indican que descienda de altitud y se siente más abajo hasta que remitan. Luego , que aguarde a nuestro regreso, si no puede continuar subiendo.
-” No te pares”, le digo al de delante. Me golpeo con la cabeza en su mochila, y el de detrás en la mía, y así sucesivamente…
Se oyen juramentos.
-” Joder...Dios…!”
Aprovechamos la existencia de nieve en un nevero, para ponernos los crampones y avanzar.
A la vez que ascendemos, las condiciones empeoran. El tiempo se convierte en problema, cuando se deteriora de manera rápida.
Llegamos a un lugar, en el que necesitamos utilizar además de los crampones, el piolet.
Este es atado a la cintura de su usuario mediante un cordino, dejando cuerda suficiente para poder utilizar la herramienta.
La tormenta, hace aún más, si cabe, penosa nuestra marcha.
Ya sabes :
-“si quieres llegar como un joven a la cumbre, sube como un viejo “. Pues al pie de la letra.
-“Sería el primero que viera correr con crampones y piolet en estas circunstancias”.
Lo que se han olvidado de cumplir es lo de :
- “ niebla en la montaña, montañero a la cabaña, niebla en el valle, montañero a la calle”.
Comenzamos a subir verticalmente utilizando los medios de los que disponemos: clavamos el piolet en la nieve dura o el hielo y luego subimos los pies . Uno a uno, horadando la pared con las puntas de nuestros crampones. Es un ascenso lento y penoso, sólo motivado por la imperiosa necesidad de llegar a la cumbre.
-” Joder con el montecito, y eso que es el más bajo de los tres que vamos a subir!”
-” Ya no falta nada”, dicen los Mandos.
- " Tú les creerías?...”
.
Llega un momento en el que atravesamos la ventisca. Nos encontramos ya por encima del mar de nubes, vamos, por encima del mal y del bien.
Nunca lograré acostumbrarme al paisaje.
Cuando vuelvo a ver el inmenso “campo de algodón” que cubre la superficie de la tierra, hasta el horizonte, me doy cuenta de mi insignificancia, de mi verdadero lugar en este mundo.
Pero algo hay. Algo que me ha hecho llegar hasta aquí, y no me dejará hasta que cumpla mi misión. Todos tenemos un destello, una chispa vital, de la que desconocíamos su existencia hasta que la necesidad la ha obligado a manifestarse.
Y os aseguro que lo conseguiré !.
Ahora podemos ver la cima. Se ve limpia, aunque seguro que no será un lugar acogedor.
Poco a poco nos vamos acomodando en el vértice de la montaña. Un pequeño espacio , ocupado rápidamente por los soldados. Según van llegando, siguen un ancestral ritual: depositan la pesada mochila en el suelo, encima de las piedras, y sacan el “tres cuartos” para no perder el calor que aún conservan. Luego trago de agua, de la reglamentaria cantimplora, y apertura del bocadillo.
Hace mucho viento, como es normal en estas alturas, aunque no recordabas el azote en el rostro y su helado aliento.
Se me acerca el Sgto. Segura y por lo “bajines” me pregunta:
-”¿A qué es chulo, a qué merece la pena?”.
-” SÍ, sí, ya lo creo mi Sgto”.
Aunque en mi fuero interno me debatía por decir otras lindezas:
-” No quiero ni pensarlo, si este es el monte más bajo de los tres que íbamos a subir,
¿cómo serán los otros?, qué nos esperará?... Joder…”.
Las palabrotas no brotaron de mis labios, aunque su digestión fue dura.
Acurrucados unos junto a otros, devoramos con fruición las viandas.
Cuando se comprueba que no falta nadie, los Sgtos., creo que en esta ocasión fue el Sgto. Segura, nos pone en antecedentes de otra costumbre: el bautizo de los Tres Miles.
Varios de los Mandos, han portado en su mochila, esto es, a sus espaldas, botellas de champán. Según dicen,cuando se logra subir al primer “Tres Mil”, se recibe el “bautismo“.
Varias botellas rulan entre la tropa y lo bebemos con deleite. La temperatura del cava, es casi la ideal, dadas las condiciones atmosféricas reinantes. Nuestro cansancio, lo hace subir de calidad aún más. Brindamos por nuestra suerte.
Un compañero saca la cámara de fotos e inmortaliza el logro.
En la montaña, uno no se puede dormir. Un exceso de confianza puede pagarse muy caro, con la vida. Por eso, no perdemos el tiempo, e iniciamos el descenso.
La mayoría de los accidentes se producen bajando. Eso nos hace ser prudentes, precavidos; aunque, a veces, el cansancio toma el mando y nos crea situaciones cuando menos complicadas.
Hoy practicaremos una técnica de descenso por la nieve. Sin otros deslizadores que la suela de nuestras amadas botas “Kamet”, bajamos por un nevero. Al principio, la normal prudencia, obliga a exigirnos un cierto dominio en la técnica. Despacio, despacio, más despacio.
Para controlar la velocidad, utilizábamos el piolet rozando su base puntiaguda, en la nieve.
Conforme aumentaba la velocidad, más lo clavábamos, llegando casi a parar. Una vez perdido el control, se gira sobre uno mismo, de cara a la pendiente y, agarrándose con todas sus fuerzas al piolet, asiendo la cruz del mismo, hundes la punta dentada bajo la superficie de la nieve. Lo que ocurre , es que cuando posas tus suelas en algún trozo de hielo, invisible hasta que lo pisas, te lanzas en caída libre hacia el fondo del precipicio. La esperanza de frenar antes de dejar tu vida en manos del previsible accidente, con resultados más que inciertos, es cuando menos inquietante...
Conforme aumentaba la velocidad, más lo clavábamos, llegando casi a parar. Una vez perdido el control, se gira sobre uno mismo, de cara a la pendiente y, agarrándose con todas sus fuerzas al piolet, asiendo la cruz del mismo, hundes la punta dentada bajo la superficie de la nieve. Lo que ocurre , es que cuando posas tus suelas en algún trozo de hielo, invisible hasta que lo pisas, te lanzas en caída libre hacia el fondo del precipicio. La esperanza de frenar antes de dejar tu vida en manos del previsible accidente, con resultados más que inciertos, es cuando menos inquietante...
Salvo en circunstancias imprevistas.
Como la que iba a suceder…
Según vamos bajando, nos reunimos en un llano, hasta que se acerca el Sgto.Callado con un compañero. Iba sujetándole el brazo dcho, y cuando le mirabas al soldado parecía que había algo fuera de lo normal. Su cara expresaba dolor contenido. Al cambiar el punto donde mirabas te dabas cuenta de lo que había sucedido. Nadie, ni él mismo sabía como había sucedido, pero al bajar deslizándose, perdió el control e intentó frenar como nos habían instruido. Con tal mala suerte que el afilado pico dentado del piolet se clavó, pero no en el lugar previsto, si no entre el cúbito y el radio de su brazo derecho. Casi no sangraba, pero la suposición del brazo atravesado por la herramienta, su punta de sierra ensangrentada, dentro de la carne…
Más tarde, y hablando con él, me comentó que antes que él, habían bajado varios, sin ningún problema. Luego le tocó el turno a Cesar, el médico. Con sus casi dos metros de altura, y sus ciento y pico kgrs. de peso, la nieve quedó compactada. Todo lo lisa y resbaladiza que podía hacer la presión del “druida”, y era mucha…Vamos hielo de la mejor calidad, como para hacer gin tonics.
Luego le tocó a él y ocurrió lo que tenía que suceder: resbaló y a gran velocidad se precipitó en dirección a una gran roca situada en su peligrosa trayectoria. En palabras suyas:
-”Al no agarrar el piolet en la ladera, se encogió el cielo, y enfilé la pendiente de cabeza. Sólo podía ver lo que tenía delante. Alrededor, veía borroso, unos segundos que parecieron una eternidad.
Varios compañeros se lanzaron con la intención de frenarme. Vano esfuerzo. Cuando levanté la cabeza, para que no golpeara en la piedra, y pegar con el pecho, perdí el conocimiento. Desperté con Moreno, el veterano, al lado. Él había evitado mi desgracia. Me había parado con su pierna, y se llevó un fuerte golpe, del que seguramente, todavía se acordará”.
-“Al poco tiempo, César , el médico , me hacía las primeras curas , aunque no quería adelantar diagnóstico hasta llegar al campamento y poder evaluarme mejor.
Me contaron que al precipitarme contra la roca, al contrario de lo que yo pretendía, di un giro mortal, y me golpee en la espalda. Suerte que llevaba la mochila, con el material reglamentario, y entre otras cosas, el saco de dormir, que algo ayudaría a amortiguar el impacto.
Acompañado por César y el Sargento Callado, llegamos al campamento.
Tenía un desgarro en la parte superior, producido por el piolet y otra herida en la parte opuesta, de ahí la primera impresión de atravesamiento.
Esperamos a toda la expedición . Después de la comida y de hablar el Capitán con el resto de mandos, fuimos a Plan, el pueblo más cercano. Necesitaba puntos “carhu”, para que me cosieran por dentro.
Por cierto, Plan, aquel pueblo que se había hecho famoso por su caravana de mujeres”.
“Y efectivamente, podemos corroborar que aquí no hay ni una mujer ni media”.
El susto, y los nervios, igual me jugaron una mala pasada, aunque hubiera jurado...
Con el tiempo se reincorporó a la Sección, siendo uno más .No apreciamos secuela ninguna, al menos nosotros no notamos nada. En su antebrazo lucía un auténtico “tatuaje “ de “esquiata”. La cicatriz con sus puntitos.
Una vez en el campamento, todo siguió la rutina de siempre.
Nos aseamos en el rio, y cojimos la costumbre de descalzarnos , meter los pies en el agua de deshielo del torrente y caminar así por la hierba virgen que había en las inmediaciones.
Luego la cena.
Rápido oscurece. Eso sí, comentamos entre nosotros, la mala suerte de Josean al bajar. Y luego, cuando nos acostamos tras la cena, pensamos en lo sucedido, y rogamos, a quién fuera, que no nos pasara nada a ninguno más, y cuando menos, que le sucediera a otro.
Diana y todavía no ha amanecido. Empezaba el segundo día de igual manera que el precedente: desayuno, y sin todavía tiempo para recibir los primeros rayos de luz, nos encaminamos hacia la segunda cima, de nombre Bachimala, y su altura 3177 mts.
Volvemos a repetir todas y cada una de las acciones que nos llevaron a la consecución de la primera cima.
Cansinas hileras enfilan hacia lo alto. Hoy las sensaciones son ya reconocibles.
Aprendemos a dosificar esfuerzos y a afrontar con otra actitud el desafío.
Mientras subimos, vemos por otro camino, paralelo, a la Primera Sección. Nuestros veteranos. Caminan en una sucesión continua de unidades, a través de campos de nieve.
Algo nos llama la atención: en la desenfilada, destacando sobre el horizonte, cambia la regularidad en la separación de los elementos que componen la agrupación.
Algo nos llama la atención: en la desenfilada, destacando sobre el horizonte, cambia la regularidad en la separación de los elementos que componen la agrupación.
Hay un espacio vacío en el que faltan soldados. Parece que, al menos, varios de ellos se encuentran en dificultades.
Mirando más atentamente, se pueden observar a algunos agarrando una cuerda.Tirando de un compañero atado. Ralentiza la marcha.Su estado parece motivar la ayuda prestada.
Otro soldado, empuja desde atrás al baldado.
Remedo "cañí" del alzamiento de la bandera de EE.UU. en Iwo-Jima. Diferentes circunstancias, pero el mismo empeño y compañerismo.
La misma solución: hombres unidos con un fin común.
Nos miramos entre nosotros, y aunque no decimos nada , compartimos consuelo en que no nos ha tocado, y un recuerdo: admiración hacia nuestros veteranos.
Nadie queda atrás.
Finalmente, llegamos a la cumbre. Esta vez, no tiene tanto glamour, y después de abrigarnos comemos el tentempié.
Un poco más tarde aparece la Primera Sección. Parece que faltan unos cuantos.
No, era un error de apreciación. A esta distancia…
Ahí llegan los que quedaban. Una hilera con tres compañeros tirando de otro agotado, y un par de ellos más, empujándolo.
.
Nadie queda abandonado. Hasta el fin .
Una vez llegada arriba la cordada solidaria, en la que por otro lado, participó la Sección completa, se sentaron y recuperaron fuerzas.
Creo que el trago de agua, el bocadillo, el descanso, pero sobre todo el saberse partícipe de algo, de un grupo de hombres que JAMÁS te abandonarán, ni en la más terrible de las circunstancias, inyecta fuerzas, valor y orgullo a los componentes del equipo.
Y eso se contagia ,sobre todo a los exhaustos como el que tuvieron que remolcar.
Estas circunstancias y otras similares, son las que forjan la camaradería. Luego convertida en perenne amistad, hasta más allá del Servicio Militar.
.
Tras un prudencial espacio de tiempo comenzamos a bajar. Esta vez sin tener que cargar, ni tirar de nadie. El descenso fue de la misma manera: deslizándonos sobre la superficie de la nieve con las botas y aferrados al piolet.
En términos generales esta ascensión resultó más fácil que la primera .
No volvió a haber contratiempos. De una forma u otra se pasó por encima de los riesgos y penurias de la marcha.
Llegamos al campamento. Una vez más toca relajarse hasta la cena.
Alguno, como yo, tras meter los pies desnudos en la torrentera, y caminar descalzo sobre la mullida y reconfortante hierba, seguimos río arriba. Su nombre Cinqueta, afluente del Cinca. Más adelante hay una cascada; tiene una altura de unos cuatro o cinco mts. aprox, y un pequeño remanso, antes y después de la caída.
La temperatura del agua de deshielo, aleja de forma radical, cualquier intención de bañarse, no obstante, es un rincón que llama al recogimiento, a la introspección. Estás cerca del campamento, pero dentro de una soledad y un silencio, sólo rotos por el estruendo de la catarata.
A pesar de todo , algunos veteranos se metieron en el agua. ¡Están como una cabra!. Bueno, mejor dicho como unos PINGÜINOS...
Hoy han repartido el correo. Hasta aquí, he traído la carta . La he recibido de mi novia.
Por supuesto, antes de llegar, la he leído y releído. Pero en este lugar, con este paisaje y en esta intimidad, es otra cosa. Parece acercarte, conectarte.
Alguna vez he comparado la sensación de estar en aquel lugar, u otro similar, con la de entrar en una catedral, o una mezquita. Los argumentos externos, te superan e invitan al subconsciente a aflorar, a pensar y ser conocedor de cosas que normalmente ignoras.
Cenamos . En breve nos acostamos con la esperanza de recuperar fuerzas.
Porque si es con la cena que nos han dado:
Un huevo duro, en un compartimento de la bandeja de acero inoxidable que utilizamos en los desplazamientos.
En otro hueco, varios trozos de cebolla y pimiento verde picados , en un amago de... ¿ensalada?
Un huevo duro, en un compartimento de la bandeja de acero inoxidable que utilizamos en los desplazamientos.
En otro hueco, varios trozos de cebolla y pimiento verde picados , en un amago de... ¿ensalada?
Un día más, Jordi vuelve tarde. No le oigo, ni a él, ni a los “inquilinos” de su saco.
Buena señal.
El descanso es profundo.
Del tercer día, no recuerdo nada en particular. Salvo la duración de la marcha. Fue la más larga.
La subida resultó larga, muy larga. Otra cosa que todavía mantengo en mi memoria son las praderas . Gigantescas, enormes y verdes. Las mayores. Preciosas y de algún modo reconfortantes.
Llegamos a un cruce de caminos. Nuestra senda va hacia la derecha. Hacia la izquierda otra vía enfila al Orhi (Ory).
Los Mandos nos recuerdan que en una marcha similar, cuatro compañeros de la misma Cía. fallecieron en acto de servicio.
Una infernal ventisca les obligó a buscar refugio en una cabaña, en altura. Las informaciones , hablan de vientos de más de cien kmts. por hora en la zona. Las extremas condiciones hicieron que el grupo fuera desperdigándose .
Algunos de ellos llegaron, pero no todos. Entonces, los más fuertes, iniciaron la búsqueda . Trajeron al refugio a unos cuantos, y volvieron.
Y lo hicieron porque tenían que hacerlo.
Cuatro, un Cabo y tres Soldados encontraron su destino y escribieron una de las más dolorosas páginas de nuestra Compañía.
Todavía hoy en día existe el monolito. En Aizoain. Cada aniversario, son recordados en un sentido homenaje por parte de sus compañeros.
Una vez en la cima, podemos comprobar que subir esta ha sido más fácil .
Igual la experiencia acumulada te hace ser más conservador. Reservas energías para imprevistos y eso te hace más fuerte, y prudente.
En la bajada no fue necesario utilizar ninguna técnica de deslizamiento. Descendimos sin nieve apenas, y llegamos sin ningún contratiempo. Eso sí, algo más tarde .
Al día siguiente, y tras recoger el campamento, iniciamos el regreso.
Más cansados, pero mucho más fuertes física y sobre todo, psicológicamente .
Habíamos logrado conquistar tres cumbres de los Pirineos ,de más de tres mil metros. Y todo ello, en tres días consecutivos. Un éxito al alcance de muy pocos.
Pero no nos confundamos. Habíamos respetado la montaña, y ella había correspondido a nuestra prudencia. Nunca la habíamos vencido.
Y por ello , nos considerábamos unos afortunados.
.
Epilogo:
Una vez más apelo a vuestra paciencia para entender que este relato refleja las impresiones por mí mantenidas a lo largo de estos años. He intentado incluir algunas anécdotas y datos desconocidos para el escribiente. Puede ser que no se ciña a la realidad, aunque he procurado hablar con los afectados para hacerlo de la mejor manera posible.
Por otro lado, todo lo demás fue vivido por mí, y está basado en las experiencias reales de mi reemplazo. Me encomiendo a vosotros con la esperanza de que me rectifiquéis y podamos cambiar lo inexacto.
Por otro lado, todo lo demás fue vivido por mí, y está basado en las experiencias reales de mi reemplazo. Me encomiendo a vosotros con la esperanza de que me rectifiquéis y podamos cambiar lo inexacto.
Un saludo a todos los que, de alguna forma, se ven retratados en el escrito. A mis veteranos, Pachu, Vicente, Dario, etc, que atados a la cuerda, llevaron a su compañero a la cumbre, a todos los Mandos, Sgtos. Callado, Lara , Segura, Zappa incluido. A mi compañero Josean, herido entonces y reciéntemente reencontrado, y a su Ángel de la Guarda, Moreno. Y sobre todo, a Jordi, que, si algún día llega a leer esto, me perdone.
Sirva el presente como obsequio en el día de Reyes Magos para todos los que compartimos un destino. Un abrazo.
Fdo. Kepa San Blas.
En Bilbao a seis de Enero de 2014, día de Reyes Magos.
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