CAPÍTULO III
EL CAMPAMENTO
SENSACIONES
Tras varias horas de marcha sin novedad, llegamos a un descampado.
Se ordenó formar. Los responsables pasaron novedades al superior, en este caso el Capitán y mandó descanso.
Entonces tomó la palabra el Teniente Gil.
-Señores, pueden quitarse la mochila y déjenla delante. Deben vaciarla y volcar todo lo que se pueda comer dentro de una bolsa de plástico, tabaco y dinero incluido. Luego pondrán el nombre en una etiqueta para que se lo devuelvan. Espabilen, que no tenemos todo el día.
-¡JODER!- pensé. Y no fui el único, por el rictus que veía en el resto de la tropa.
-¿después de cargar por medio Pirineo una mochila hasta los cojones, nos van a quitar la comida?…¡¡CABRONES! -
Mientras, y seguro que debido a su popularidad, desplumaban a César el médico, de los primeros. Tenía una personalidad arrolladora, no pasaba desapercibido por su tamaño, y calidad humana. Imposible no quererle cuando le conocías. No es que fuera de los gallitos, pero era un líder natural y a los Mandos les parecía desafiante su actitud ante situaciones de ese tipo.
-¿Y qué es lo que voy a comer?, se lamentaba -¡Moriré de hambre!
-No te preocupes, en el monte tienes lo que necesitas, contestó el Teniente Gil, con esa sonrisa que helaba la sangre.
Vi a otros intentado ocultar tabletas de chocolate en los calzoncillos y latas en el saco de dormir.
-¡ROMANOS, no intentéis esconder cosas, vais a acabar en pelotas y se os requisará todo, y cuando he dicho todo quiero decir: ¡TODO!, sentenciaba el Teniente Gil.
Mandos subalternos comenzaron a volcar mochilas, mostrando una bolsa de plástico para que metiéramos la comida. Según acababan, entregaban un rotulador para nominarla.
Si no lo hacías delante de sus narices, hacían la vista gorda a los sospechosos bultos de nuestros calzoncillos, donde había aumentado la virilidad hasta tallas insospechadas.
Fue retirado todo, excepto el armamento y la munición real, saco de dormir, esterilla, la cantimplora con el recurrido cazo y mochila. Además se hicieron grupos de trabajo. Fuimos informados que cada pelotón debía de realizar una serie de tareas orientadas a sobrevivir.
También retiraron las tiendas de campaña, dejándonos sólo el sobre techo, lo que añadido al terrible clima, aumenta la incomodidad hasta límites insospechados. Cuando no puedes descansar bien, la noche es infinita, y el día siguiente un infierno.
Como Cabo era responsable de pelotón, con Rojo, Benja, Salas y Tajes. Otros Cabos eran Rekalde, "Markina" para nosotros, Montero, Motilva, y Martinez de Eulate. Como soldados estaban Koldo (de Lodio) y Aitor "Gilputxi", en el pelotón de Markina, el primero tuvo que marchar en unos días a consecuencia de la muerte de su abuelo. Y alguno más que no ubico ahora.
El Teniente Gil parecía disfrutar -no debo recordarles, ROMANOS, EL ENEMIGO NO DESCANSA, por lo que pueden ser víctimas de sorpresas inesperadas en cualquier momento, contra las que confío, sabrán responder como soldados que son.
-Encima sorpresitas- la idea cruzó mi mente. El enfado era crónico, casi desde que entré en el cuartel. Había perdido mi trabajo, y no estaba acostumbrado a semejante trato, aunque visto desde la distancia que te da el tiempo y la experiencia, igual era una forma de resiliencia buscada. Imagino que para la guerra no existe mejor preparación. En ello estaban. ¡Y a fe que lo bordaban!
Montamos el refugio e instalamos material en su interior. Cada tienda era hogar de dos, más las mochilas y demás. Los nuevos acamparon en inmediaciones, aunque sin mezclarlos con nosotros. Echamos un vistazo a los alrededores y sus posibilidades: era un claro del bosque, en la enmarañada y húmeda selva de Irati, el segundo hayedo más grande de Europa. A orilla de su rio, junto a un puente de piedra.
En otra coyuntura un paraíso…
Atravesándolo desaparecieron los Mandos en sus vehículos. Pernoctarían en una casona de piedra en cercanías. Estaríamos solos. Por la mañana retornarían encargando labores. Al día siguiente, verían lo que habíamos hecho.
Llenamos cantimploras y pudimos ver en el lecho del rio, varias truchas de nada despreciable tamaño, aunque el agua era de deshielo, y no había ser humano que metiera algo más que las manos. El puente cruzaba el rio y debajo quedada un nada despreciable ojo a cubierto, más tarde nos vendría de perlas.
Iniciamos la búsqueda de leña. Había toda la que quisiéramos, pero el entorno era hostil, y la madera estaba empapada. Intentaríamos secarla de alguna manera.
Conseguimos hacer fuego y nos acomodamos alrededor, cada pelotón en el suyo. Sacamos lo que habíamos conseguido sustraer a la codicia de nuestros Mandos y lo repartimos, intentando racionar para prolongar su duración.
Anochece. El frio y la humedad invitan a arrimarse al fuego. Estábamos agotados y sorprendidos, por lo que conseguimos dormir unas horas, despertándonos de vez en cuando, sin llegar a descansar demasiado.
UNA DE INDIOS.
Al amanecer desayunamos sobras del día anterior. Por supuesto, en frío, el fuego se había consumido debido a la humedad de la madera.
A eso de las ocho de la mañana vinieron los Mandos. Explicaron cómo hacer un horno cherokee. De manera básica se trata una estructura cónica de base triangular, con los palos atados en extremo superior, similar a un tipi, usado como vivienda por los indios de las praderas norteamericanas. Salvo que ellos las cubrían con cuero de animales y en esta ocasión estaban hechas de tepes de hierba. Se recortaban de la campa piezas del suelo y se iban ciñendo al entramado de ramas hasta quedar cubierto todo su perímetro.
La diferencia de manufactura era por servir para ahumar carnes o pescados. En su interior se encendía un fuego bajo. Cuando ardía intentabas que no lo hiciera de forma completa, para ello se alimentaba, de manera pobre y con algún material húmedo. En el medio, y por el que se accedía desde una pequeña ventanilla, se tejía una especie de trama con otras ramas, usado como parrilla. Ese trenzado, a modo de bandeja, debía ser denso, con la finalidad de que el fuego no llegara a avivarse y consumir la rejilla ni quemara el alimento a ahumar. La incompleta combustión garantizaba la producción de una gran humareda en el interior, que gracias al agujero dejado en la parte superior, hacía un efecto chimenea después de haber ahumado la comida. Era una antigua y efectiva tarea de conservación alimentaria. El humo en su trayecto por la chimenea, transporta ciertas sustancias que impiden la proliferación de bacterias culpables de la descomposición. La temperatura alcanzada produce un calor que favorece la evaporación del agua de los alimentos, facilitando mejor conservación.
-Tenéis que construir los hornos, uno cada pelotón. Y mañana cuando regresemos veremos cómo funcionan. El Teniente nos dio instrucciones. Tras recibir novedades de los Cabos, los superiores nos dejaron abandonando el lugar.
Por equipos, comenzamos a realizar la labor.
Palos adecuados para su uso, había de sobra. Colocamos el armazón y lo atamos con fibras vegetales. Luego, usando machetes, recortamos piezas del suelo de hierba y fuimos colocándolas apoyadas en las estacas. - Parece que va yendo- pensaba. Fue un trabajo sencillo en el que colaboramos el equipo completo
Antes del mediodía ya se levantaban varias estructuras que, con un poco de imaginación, podían asemejarse a lo que nos habían pedido.
En cuanto quedamos, más o menos, conformes, intentamos de nuevo encender el fuego. Hacía frío y empezaba a bajar la temperatura del cuerpo.
Sacamos algunas pequeñas ramas que habían compartido nuestro saco de dormir, con la esperanza de que estuvieran secas y poder iniciar la fogata. Así hacíamos semidesnudos, con la ropa mojada en el interior y al día siguiente aparecía seca por el calor humano desprendido.
En un breve espacio de tiempo se consumieron, cuando añadíamos palos más gruesos su grado de humedad no les permitía arder de manera limpia. Aunque las habíamos resguardado en el interior de los refugios, no se habían secado.
Era la hora de comer. Sacamos los restos y compartimos lo que pudimos.
“El libretas” y Tajes, dormían juntos. A ambos les unía una importante adicción al tabaco. Fumaban de manera insaciable y empezaban a escasearles los suministros. Eran dos compañeros singulares. Compartían su tremenda adicción con Rosiña.
Rosiña era gilputxi, de Donostia. Un chaval reservado, aunque buena persona. Algo tímido, lo que le valió alguna mofa por parte de alguno de los "machitos", pero se integraba y colaboraba. Luego, el hecho de que no le entrara en la cabeza el casco de escalada, vamos que no tenían de su talla, tampoco ayudaba mucho…
Fueron pasando las horas y no pudimos encontrar madera apropiada para encender una hoguera.
En la cena ya no quedaba nada que echarse a la boca. Otro trago de agua y a descansar en la tienda, aquí anochece rápido.
Esa noche comenzamos a no poder dormir por los quejidos de la barriga. Vuelta a un lado y a otro, embutidos en el saco hasta las orejas -a ver si amanece de una puta vez.
Al alba salimos de las tiendas como almas en pena, auténticos zombis.-me cagüen mi puta vida, y eso que acabamos de empezar- murmuraba cabreado.
Oímos los vehículos que regresaban. Formamos como cada día, y se dieron novedades.
-Señores, hoy tendrán algo que comer, comentó el Teniente Gil. Mientras veíamos como Jordi iba acercándonos dos conejos.
-Deberán matarlos y despellejarlos, luego pasaremos revista a lo encargado para hoy, se refería a los hornos.
-Si los han hecho bien los probaremos y procederán a ahumar la carne, -no sé si esperaremos…- reflexionaba.
-¿Alguno es cazador o tiene experiencia en estas lides?, preguntó el Teniente. Benjamín levantó la mano y le dieron el conejo.
-échame una mano, Salas, le dijo al Salas el "Depor", compañero de Santurce.
Antes de traspasarlo, Benja le arreó un golpe experto y seco en la nuca del animal. Se debatió unos segundos antes de quedarse quieto y morir. Luego lo pasó a Salas que agarró de las orejas para pelarlo. Cazador, acostumbrado a esa labor, lo peló con movimientos hábiles, de forma rápida y limpia.
Mientras otros encendían fuego en un horno, los Mandos se dieron cuenta que no teníamos combustible adecuado para prender la hoguera, por lo que cogieron un bote de gasolina de mechero que llevaban en el vehículo e impregnaron algunas ramas que comenzaron a arder, secando otras que añadimos.
El humo comenzó a salir por el agujero de la cumbre, y el conejo troceado por Benja fue colocado en la parrilla.
-Tápenlo, colocamos la cubierta de la entrada a la parrilla. -Ahora les toca esperar a que se seque. Así les durará sin estropearse unos días; no sé qué esperaba que hiciéramos con el puto conejo, pero en cuanto se diera la vuelta iba a desaparecer, y no en el fuego.
Trajeron dos animales, los suficientes para que repartiéramos entre todos y nos tocara algo, aunque con lo que fuimos agraciados era a todas luces insuficiente. Agonizábamos unos veinte soldados…una calculada miseria.
-Tengan en cuenta que no sabemos cuándo podrán tener algo más, yo guardaría algo para otro día, por si acaso. -¿Para otro día? ¿Pero qué cojones se piensa que va a sobrar?-
Tras inspeccionar los hornos de cada uno de los pelotones, dieron su visto bueno, implementando algún consejo al que lo necesitaba.
-Bueno, señores, ya hemos visto lo que han hecho. Marchamos, mañana volveremos, y no olviden: el enemigo no descansa.
Al Teniente Gil le gustaba esa expresión, y aprovechaba cualquier resquicio para colárnosla -siempre con la misma canción, ¿qué ostias querrá decir?
Todavía no será el momento, pero seguro que nos la prepara, más pronto que tarde la expresión nos estremecía, por haberlo comprobado en la prueba de la boina.
En cuanto atravesaron el puente comenzó el reparto de los trozos de roedor. Tocó una minúscula pieza a cada uno. Casi cruda, retirada de los hornos fuimos comiéndola, saboreando cada molécula de la carne.
La habíamos cortado a tiras, lo suficientemente estrechas y finas que casi se derretían en la boca. Así se hubieran ahumado, y aunque aceleramos el proceso, se podían comer casi crudas como estaban.
Una vez más compartimos las escasas viandas. Alguno acercó unas castañas y varios compañeros mostraron a setas y hongos que habían recolectado en los alrededores. El Sgto. Lara se las clasificó, enseñando cuales eran comestibles.
Rojo cocinó unos níscalos en la tapa de una lata de conserva usada como plancha, y no creo que pruebe mejores en la vida.
Poco a poco fuimos buscando refugio en los sacos de dormir, y esta vez lo que nos despertaba era el concierto digestivo del compañero de alcoba. El ruido era tal que no permitía dormir con provecho.
El día era largo, aunque anochecía rápido.
EL JABALÍ
Esa noche un animal se acercó a nuestro refugio y comenzó a revolver. Zarandeo la tienda y cuando casi se iba a meter por debajo cogí el arma de fuego y la monté. Eso hizo que cesara el ruido y al salir con claras intenciones de pegarle un tiro, el bicho, tan hambriento como los ocupantes, huyó previendo un incierto futuro.
No tuvimos tiempo a verlo, le iba la vida en ello y no se la jugó. Llegamos a la conclusión que era un jabalí y al día siguiente vimos las marcas de hozar en la tierra que había dejado.
Debíamos ir acostumbrándonos a este tipo de situaciones puesto que podían repetirse, como de hecho sucedió, aunque no logramos abatir a ninguno.
LA OVEJA Y EL HORNO.
El resplandor del amanecer clareaba, sin poder iluminar nuestra apesadumbrada moral. La temperatura no invitaba abandonar el saco de dormir, y para el desayuno que había…
Aguantamos un poco más, dormitando e intentando no gastar calorías de manera innecesaria.
Aparecieron como siempre, dentro del Land Rover conducido por Jordi. Nos hicieron formar y se pasaron novedades.
-Hoy se encargarán de fabricar un horno de pan. Aunque les servirá para asar cualquier cosa que consigan, comentó el Teniente Gil.
Señaló unas lajas de piedra que llevaban en el coche y nos dieron instrucciones de construcción. Bajo sus explicaciones, cavamos un hueco en un talud, retirando tierra. Luego, el vano (medio metro cuadrado a ojo) fue forrado con lastras de piedra, con el fin de concentrar el calor. Similar a un pequeño nicho. Hicimos una separación para poner el hogar bajo, y por la parte de atrás la chimenea. Todo ello lo cubrimos con tierra y barro para sellar las juntas. El fuego ardió durante un rato y selló las uniones, creando una cierta estanqueidad.
Usamos otra piedra a modo de puerta, que el calor cerraría con légamo. Las características de la arcilla eran las adecuadas, aunque improvisábamos.
La idea era cojonuda, y ya teníamos la cocina, aunque como siempre, los ingredientes escasos.
-Señores, ya tienen tarea para mañana. Cuando volvamos, inspeccionaremos sus trabajos y los que merezcan la pena, serán recompensados.
Teníamos el cuerpo para cachondeos, estábamos hambrientos y cansados. Quemados ante la imposibilidad de calentarnos, -no sé cómo quieren que hagamos fuego, a ver lo que traen mañana…-
Los Mandos se marcharon del desolado vivac.
Sin nada que comer, el cerebro empieza a responsabilizarse más de la supervivencia de sus órganos vitales, que malgastar energías necesarias para otros menesteres menos apremiantes. Además el tiempo empeoró. Comenzó a nevar, aunque sin llegar a cuajar.
La luz plomiza, acorde con la moral, incitaba a refugiarnos en los sacos; no teníamos fuerzas para llevarle la contraria.
-Hasta mañana, me despedí de mi vecino. El me susurró lo mismo.
Una niebla baja cubría al alba el campamento desolación, mientras jirones brumosos ceñían las tiendas.
Otros días se escuchaba a madrugadores levantarse, eso se pasó con el tiempo. Las expectativas no eran nada halagüeñas y la motivación inexistente.
Oímos un familiar ruido de motor y acudimos al lugar donde, de manera habitual, formábamos para pasar novedades.
Se bajaron del vehículo.
-Vamos a ver lo que hicieron ayer, comentó el Teniente Gil mientras nos preguntaba a cada uno de los responsables de pelotón por su horno.
Tras pasar el control de calidad parece que se dieron por satisfechos.
-Jordi, trae el regalo, espetó el Teniente Gil. Y el susodicho se acercó a la parte trasera del vehículo. Pateos y balidos se adelantaron a la presentación. Bajó tirando de la cuerda, y al otro extremo una nada colaboradora oveja. Nos quedamos mirando el animal que balaba con desesperación. Parecía haber intuido nuestras intenciones con seguridad, al escuchar el coro de tripas. No recuerdo quién fue el responsable de matar al animal, pero pienso que comentaron a César, el médico.
-¡Brujo, ahí tienes, para que comáis, éste palpándole el cuello, localizó la pulsante arteria.
-Ayúdame, le comentó a Benja, que la sujetó
-espera, necesitamos un cubo o una lata, algo para la sangre.
El Sargento Segura hizo un gesto al conductor que fue a recoger un cubo en la parte trasera del Land Rover.
El animal intentaba en vano deshacerse del mortal abrazo de Benja, mientras César sajaba su cuello. En segundos dejo de quejarse y comenzó a manar abundante sangre llenando el cubo. Dio sus últimos estertores mientras agonizaba y murió. La colgaron de un árbol para terminar de desangrarla y comenzaron a hacerle los cortes en las extremidades para quitarle la piel.
En primer lugar sacó las vísceras y demás -cojan esos intestinos y límpienlos bien.
-¿morcillas, vamos a hacer morcillas?, en pueblos de Gipuzkoa hay costumbre, de hacer morcillas de sangre de cordero con verduras, llamadas mondeju. No tienen más que un par de semanas al año, y son de verdad exquisitas.
Varios compañeros volvieron de limpiar las tripas en el rio.
-esto señores es para ustedes, alargó los intestinos hacia nosotros.
Después ordenó a Jordi con una seña, y este acercó una bolsa plástico donde metió el cuerpo y lo retiró al coche.
-Bueno, mañana volveremos a ver qué tal les ha sentado el banquete, y con esas montaron en el vehículo y se alejaron hacia su refugio.
En una pequeña fogata, con la última leña seca, comenzamos a hacer las tripas pinchadas en un palo. Después, se repartieron entre los responsables de pelotón y estos entre sus hombres. Hubo alguno que las rechazó, lo que otros aprovechamos.
Comenzó a caer esa agua nieve tan molesta. A la tarde no hubo mucho más porque el tiempo no acompañaba y nosotros tampoco.
-Hasta mañana, susurró mi compañero de alcoba.
El sol trata de abrirse paso entre las densas nubes, apenas lo consigue. Poco a poco vamos levantándonos. Olemos peor que mulas, pero meter las manos en el rio es una temeridad. El agua está demasiado fría.
Meadita de rigor y a abrigarse. Estamos bastante flojos y sólo esperamos que cada día sea el último en este infierno.
En el camino se escucha el ruido de un vehículo. Son ellos de nuevo.
Una vez finalizadas las formalidades de rigor, Jordi por orden del Teniente, empezó a repartir una lata a cada Cabo, -aquí tienen, esto es para encender fuego: cera. Ya vemos que no hay posibilidad de encontrar leña seca y no queremos que se nos congelen, esta vez parece que les queda algo de piedad, además la vamos a necesitar
.
En esto aparecieron los Sargentos Segura y Lara, y el Cabo 1º Cortés con unas bolsas de plástico. Llevaban piezas de carne que repartieron entre los pelotones, -deben probar los hornos que hicieron ayer. Tendrán que racionarla, no podemos saber cuándo podrán tener algo más, nos informó el Teniente Gil.
Con la cera que nos habían dado, impregnando ramas empezamos a hacer fuego en los hogares de los hornos. La cera servía para que la humedad de la madera no sofocara la hoguera. Luego, metimos la mitad de la pieza de carne que nos había tocado, cerramos con una losa el hueco y tapamos las juntas con barro.
Esperamos un rato largo, demasiado largo para nuestros estómagos que se lamentaban cada vez que detectaban el olor a carne asada.
Abrimos y extrajimos de su interior el ternasco. Como era de esperar quemaba y había mermado, pero daba gusto, no creo que coma algo más sabroso en mi vida. Estaba un poco correosa, hay que tener en cuenta que se trataba de una oveja, pero a nosotros nos supo a cordero lechal.
Los Mandos se despidieron de nosotros, pero por lo menos algo había cambiado. Cocinar en tu horno y comer tu propia comida guisada, en estas circunstancias, es algo especial. Me pareció retornar al principio de la civilización, algo difícil de explicar. Cuando tienes algo en la barriga las cosas se ven de otra manera.
Todavía nos quedaba otro pedazo para mañana, -debemos guardarlo, pero dentro de la tienda esta jodido. Con la cantidad de animales que hay por aquí, seguro que alguno entra en la tienda, elucubramos, -podemos subirlo a un árbol y no creo que lo pueda coger nadie
Y eso decidimos. Envolvimos el pedazo de carne en plástico de forma cuidadosa y lo subimos al árbol más cercano a la tienda, colgado de una cuerda. Cada uno intentó guardar el suyo de manera similar. Decidimos que era mejor repartirlo por binomios y así quedó.
Nos acostamos otro día más, pero un poco más optimistas, esperando que el siguiente fuera el último.
Por la mañana, despertamos con el ruido de una discusión:
-¡Ya te dije yo que no estaba bien ahí puesta, JODER!, decía “el Libretas”, -¿no la habréis cogido alguno?
La verdad es que no se nos ocurriría a ninguno en esta tesitura, aunque no se puede poner la mano en el fuego por nadie.
-No, nosotros no hemos cogido nada. ¡Estoy hasta la polla, de esta mierda!, se quejaba.
-¡Comiendo mierda, cuando la hay, y fumando otra puta mierda!.
La verdad es que Tajes y Diego fumaban de manera compulsiva, cuando disponían de tabaco. Imaginaos cuando no tuvieran. Recolectaron todas las colillas que pudieron encontrar en el campamento y se fumaron hasta las negras uñas. Eso les duró un par de días. Cuando no quedó nada más comenzaron a recolectar hojas y dejarlas secar en el interior de sus sacos mientras dormían, para al día siguiente liarlas entre sí y tener algo que fumar.
Llegamos a la conclusión de que el responsable de que desapareciera la carne fue Ory, el mastín del Pirineo. Puesto sobre sus patas traseras alcanzaba una altura considerable y era muy capaz de conseguirlo. Le llegamos a ver de pies en el suelo, apoyado en una rama intentando repetir la proeza.
Las otras mascotas de la Compañía, eran Tuca, Kisy y el macho cabrío Akerra, el cual por cierto no volvimos a ver en una larga temporada, y se rumoreaba que había caído en el puchero de alguno…
No obstante, como cabrón que era, apareció al tiempo.
...Continuara la próxima semana.
Un fuerte abrazo.
En Bilbao, a 25 de Abril de 2020
Kepa San Blas, veterano de la Cía. EE.EE 51/LI.
Abriendo Huella
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