16 may 2020

Supervivencia en la Selva de Irati - IV



CAPITULO IV

LA FUGA

La situación era terrible, e iba empeorando.

En esas estábamos cuando Tajes empezó a desesperar -¡me piro, me piro de aquí,  que aguante su puta madre!- de una forma u otra, entre varios logramos que no se marchara.

Hablando entre nosotros se ofreció a marchar a ver si encontraba algo en un pueblo que estaba a 15 o 20 kms de allí, y traer lo que pudiera. Diego, como buscavidas, dijo que le acompañaba. Esperaríamos a que vinieran los Mandos. Después de que nos inspeccionaran, partirían. Prepararon mochilas, metiendo  lo indispensable: mapa, brújula y cantimplora llena.

El dinero lo adelantó Rojo que lo había ocultado cuando nos quitaron todo... ¿Dónde? bueno dejemos que imagineis el perfumado lugar...

Si querían que no se percataran de su falta, deberían volver antes del alba. Y con premura, se fueron atravesando la fronda.

Aquí empieza su historia.

Marcharon guiados por la pista, hacia el pueblo. Bordeando la senda, con los cinco sentidos alerta, prestos a desaparecer en la espesura. Tras unas horas localizaron algo. Una tienda de campaña. Estaba oculta bajo la espesura de un haya centenaria de bajo y denso ramaje. El familiar tejido de camuflaje la disimulaba. Ojos normales lo hubieran tenido difícil para localizarla, pero el hambre y el estado de vigilia con el que transitaban por la foresta, los había transformado en depredadores.

Sin ruido, Tajes la señaló. Se encamaron en unos jaros, a la espera. En silencio, aguantaron vigilándola durante un tiempo prudencial.

Intercambiaron gestos, y decidieron aproximarse cuando tuvieron la certeza de que no había nadie. Tajes se acercó con precaución. Cuando quería era un felino, tanto por su habilidad para escalar (como había quedado comprobado en el Carrascal, en el curso de escalada) como para acercarse sin ser advertido.

En el monte los candados no sirven de mucho y se encontraba cerrada con cremallera. Tiró de ella y accedió al interior. No había grandes cosas, y el propietario parece que había salido hacía rato. El calor humano del que carecía el habitáculo así lo adelantaba. Agarró un tesoro: tabaco. También una bolsa con restos de comida, algo de chorizo y pan duro.

Se dio prisa, con seguridad el dueño volvería a su hogar provisional en breve, la luz perdía fuerza y rondar el bosque por la noche no es prudente.

Tiempo después, nos enteraríamos que era de un Alférez.  Se ejercitaba en maniobras similares a las nuestras, y pagó el error.

Continuaron su periplo y oyeron una furgoneta a la que pararon. El conductor se ofreció a llevarlos a Orbaizeta. En esta zona los lugareños conocen de las maniobras que se cuecen y compadecen al quinto.

Una vez allí, no querían ser vistos. Bajaron del vehículo antes de la entrada al casco urbano y entraron en la primera tienda que vieron. Compraron varios quesos, sartas de chorizo y botellas de vino. Y por supuesto algo imprescindible para ellos: tabaco.

El dependiente, un hombre de edad no hizo preguntas, no hacían falta

Tras llenar las mochilas a tope, retornaron.

De vuelta, como buenos esquiatas, se buscaron la vida, parando otro transporte que desvió su trayectoria y les acercó al campamento.

Para cuando llegaron, ya estábamos dormidos y no nos dimos cuenta de su regreso.


Amanece y como siempre aguantamos un poco más en nuestros sacos. La desgana, provocada por la falta de calorías y expectativas no ayuda demasiado.

Oímos el sonido del todo terreno y nos levantamos.

Dan un breve tiempo para formar. Las ordenanzas establecen que las novedades deben darse en correcta y silenciosa formación. Como Cabo, encabezaba la mía.

Presuponiendo que se iba a hacer todo de manera correcta, como siempre, vi a mis compañeros en su lugar, aunque faltaban los fugados. Miré en dirección a la tienda que ocupaban, y vi que salían sin demasiada prisa. Podía considerarse una falta de respeto, hacia los superiores y hacia sus compañeros. Les eché una mirada de esas que activan y se pusieron en su lugar. Entonces me llevé la mano a la boina en posición de saludo frente al Sargento Segura y vi que este miraba hacia detrás mío, sin hacerme caso.

Entonces me giré y vi a Tajes descojonándose. Aguantando a duras penas en la posición, arrascándose los huevos; y a su compañero de aventuras conteniendo la risa.

No me lo podía creer: ¡estaba borracho! Al parecer habían tenido éxito en su devenir y habían encontrado algo más que comida.

Analicé la situación en nanosegundos -"este cabronazo ha conseguido pillar, y está poniendo en riesgo todo que ha traído, nos va a joder. Si sospechan lo que han hecho, nos lo quitarán".

No me dio tiempo a pensarlo: me giré completamente y di los dos pasos que me distanciaban de él. Me miró, continuaba con su sonrisa balbuceante, contorsionándose en el lugar para evitar caerse.

Lo mismo que, de manera acostumbrada, la mano recta con todos sus dedos juntos, había subido como un cohete a la boina para saludar al Sargento, salió disparada hacia la cara de Tajes. Le metí un bofetón que se cayó al suelo y no sé si rebotó, pero antes de que me hubiera dado la vuelta para continuar con el protocolo militar establecido, estaba en su lugar, bordando la posición de firmes y desaparecida la risa.

Ni hay que decir que al “Libretas” no hubo que recordarle nada.

Esa vez sí,  la jerarquía militar siguió su cauce y el Sargento recogió mis novedades sin un mal gesto, de la misma forma, y tras comprobar que no había nada anormal en la formación, se las pasó al Teniente Gil.

Después continuaron dando vueltas por el campamento observando por si hubiera algo fuera de la rutina.

Cogimos del brazo a Tajes y a Diego entre el Cabo Montero y yo y los apartamos tras unos árboles.

-¿Qué cojones hacéis?- les dije. ¿Dónde tenéis lo que habéis traído?

-En la tienda- dijo Diego

-¿En la puta tienda? ¿Pero no os dais cuenta que será el primer sitio donde buscarán? Además con el espectáculo que habéis dado... Vamos a repartirlo y que cada uno guarde lo suyo.

Distribuimos a partes iguales la comida, y, por supuesto, la cuenta la pagamos más tarde a Rojo y a alguno más que pudo adelantar lo que pudo hurtar a las aviesas intenciones superiores.

Cada cual ocultó lo que le tocó (un pedazo pan y chocolate, queso y chorizo, además de unas galletas) donde lo consideró oportuno, intentando sustraerlo de las garras insaciables de nuestros jefes.

El vino, del que poco había quedado, se lo dejamos a ellos, y gran parte del tabaco. Fueron los que lo consiguieron y lo merecían.

Durante la noche, después de haber llegado, lo habían estado celebrando, y en esos estómagos vacíos, sin ingesta de nada sólido en días, una botella por barba, tuvo efectos devastadores.

Muchas veces he intentado plantearme la reacción que tuve. Si fue adecuada o quizás desproporcionada. En ocasiones, juzgamos las situaciones desde puntos de vista privilegiados fuera de las circunstancias que influyen en esa decisión. A día de hoy, reconozco que, aunque me da cierta vergüenza haberlo hecho, creo que fue una decisión acertada.

Tajes era una persona especial, llevaba mal la disciplina militar y pensábamos que no estaba muy bien de la cabeza. Los Mandos, de manera consciente,  lo situaban en mi pelotón o el de Rekalde, el otro Cabo vasco. Solo se encontraba a gusto con nosotros. Desde el principio y hasta el final, estuvimos juntos y eso hacía que tampoco frecuentara otros fuegos. Por otra parte, debo decir que era un buen chaval, un poco raro, pero para comprenderlo había que tener una dosis extrema de paciencia. Como quedó demostrado a lo largo del tiempo, donde pudimos ver que tampoco fue su único incidente, ni el último.

Jamás me reprochó nada, ni mucho menos nadie. Ello me lleva a pensar que quizás, con la intención de salvaguardar el interés de todos, hice lo correcto.

El día continuó sin mayores sobresaltos, ya había habido suficientes. Oscureció y volvimos a los sacos, esta vez, con algo reconocible en el estómago, y animados por la evolución de los acontecimientos. Hoy no habría "concierto" de tripas. Pero antes fumamos  un cigarrito, por supuesto a la salud del incauto Alférez.

Esa  noche, no creo que se atreviera a acercarse ningún animal, por hambriento que estuviera.  Amedrentadores ronquidos ahuyentarían a cualquier bicho...



 ¡ALARMA!

 Pero no pensábamos en otro tipo de "bichos".

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!- ¿Pero qué cojones es eso?

-¡OSTIA, es el toque de alarma- decía Rojo echado junto a mí.

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!

-¡ROMANOS, EL ENEMIGO NO DESCANSA!!- ¡Cómo disfrutaba el Teniente Gil! -¡VENGA, ESPABILEN, COÑO, QUE NO SE ESPERA A NADIE!!

Y entre toque y toque de silbato nos arengaba para que saliéramos nosotros también "pitando".

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!-¡¡ A LA PUTA CARRERA!!- Acompañaba el Sargento Callado con otro chiflo de "destrucción masiva".

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!

Desde el principio, cuando adelantó el Teniente Gil que podríamos encontrarnos en similar tesitura, dormimos vestidos, con calcetines incluidos. Sólo quitamos las botas y las dejamos "adheridas" a nosotros, como nuestra novia, el CETME.

-¡No olvides el "chopo"!- agarramos las mochilas de combate

-¡COGE EL SACO!- tenía razón Rojo, con estos sabes cuando sales, pero es imposible saber si volverás ni cuándo.

Nos fundimos en la negra espesura y activamos el modo "hay una ostia volando, a ver a quien le cae".

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!-" Joder, no se cansa".

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!

-¡¡¡PPPIIIIIII, PPPIIIIIII, PPPIIIII!!!- "¡Ostia puta!"

Pasamos media hora en silencio, congelados, (casi de manera literal) como se nos había enseñado. ¡Más nos valía que no nos localizaran...! Vimos luces de linternas, bueno, los intuimos entrando en las tiendas y sacando cosas.

Al poco rato, los Sargentos nos llamaron a formar, al parecer el ejercicio había finalizado. El Teniente nos informó:

-Todo lo que dejéis en la tienda podrá ser usado contra vosotros, y se os retirará; sea lo que sea.- Miramos a nuestro alrededor y aún no éramos conscientes de lo olvidado. Aunque alguno ya se lamentaba gritando en silencio -¡me caguen la .....!

Los Sargentos Segura y Callado, y el Cabo 1º Cortés, como los hombres del saco portaban a la espalda varias bolsas de plástico negras con al parecer, nuestros yerros.

Esa noche alguno de los nuevos durmió sin saco, a una temperatura estimada de unos cuatro o cinco grados en el interior del sobre techo de la tienda . A otros les desapareció el chaquetón tres cuartos, alguna mochila con lo de emergencia y cantimplora, el anhelado tabaco. Los restos de comida que quedaban y parecían haber brotado colgados de las ramas fuera del alcance de los animales, fueron recolectados  No puedo comprender como sale uno corriendo sin las botas, ahora me rio, pero aquel pobre debió de andar al día siguiente en calcetines... ¡por el barro! Incluso se comentaba que un conejazo (no se le puede llamar de otra manera) había salido zumbando y no se acordó del armamento. Ese pecado mortal no puede ser concebido por un esquiador.

Imagino el tamaño de la piedra que le invitó a llevar al incauto, nuestro Teniente. Estoy seguro que ninguno de ellos volvió a olvidar nada relevante cuando escapó. Los Mandos eran capaces de abrirte la mente y como te descuidaras alguna otra cosa...

Esa alarma, no sabremos nunca si había estado programada, aunque SIEMPRE estuviera PREVISTA para el día, y ellos lo sabían, que alguno de nosotros volara hacia el pueblo a traer algo.

Así era la Compañía.




DESESPERANZA.

El tiempo empeoró los días sucesivos. El agua nieve y la quietud, se adueñaron del campamento. El frio hacía que la actividad fuera casi inexistente.  Sólo Ory, Tuca y Kisy, los mastines, deambulaban perezosos. Se habían acabado las provisiones,  y sólo salíamos a intentar encender fuego bajo el puente. Allí nos juntábamos los que todavía teníamos fuerzas para maldecir a los Mandos.

De manera inusual, una tarde se acercaron. Comunicaron a Koldo que había fallecido su Aitite (Abuelo). Recogió sus cosas y lo sacaron del lugar. Fue a despedirle a su pueblo.

Otro día acercaron un par de gallinas. Tuvimos que sacrificarlas y las asamos en la hoguera.
Ese goteo de alimentos era algo premeditado. Cuando no tienes nada que llevarte a la boca, el cuerpo acaba acostumbrándose.

El primer día tienes hambre. El segundo la empiezas a padecer. El tercero la sufres. Luego ya, el estómago al ver que sus reclamos no surten efecto deja de pedir y  se pone en estado de bajo consumo de energía. No es que no tengas hambre, se te va un  poco la cabeza, pero empieza a ser algo llevadero.

Si en ese momento le proporcionas una ínfima esperanza, en forma de un minúsculo trozo de pollo, o carne o cualquier alimento, eclosionas la bestia y comienza a exigir su ración.
La tortura renace y el dolor se convierte en algo continuo.

Otro condicionante más que añadir al cúmulo de, llamémoslo, incomodidades. Un terrible cálculo.

Sólo se aproximaban para recibir novedades a primera hora de la mañana, y por supuesto no volvieron a traernos vianda alguna.

Empezaba la verdadera supervivencia.


Alrededor de un bidón con brasas en su interior, anhelábamos nuestras mesas. El desdichado que  haya vivido una situación parecida puede coincidir hasta en los sueños, porque a  nosotros nos pasaba. Soñábamos con comida, sobre todo con alimentos de fuerte sabor, y elevado aporte energético, como el chocolate, los pasteles, las patatas fritas y los huevos. Son algo instintivo, como sueños que son, y muestran al subconsciente intentando comunicarse y transmitir apremiantes necesidades. Parecía que estuviéramos sintonizados.

El cerebro es el órgano que más energía consume y empezamos a relativizar las cosas, a pensar de manera más lenta de lo normal. Así, las decisiones no son todo lo correctas ni adecuadas que podrían ser. Los que sufren esa falta de calorías comienzan a embrutecerse y primar los intereses no particulares, sino básicos.

Los días eran oscuros y apenas vimos el sol. Algunos enfermamos. La bajada de defensas por el régimen severo y el clima aberrante provocaron que me doliera, de manera atroz, la garganta. Me costaba respirar, y apenas podía tragar.

Menos mal que teníamos al Druida con nosotros. A él acudí tras no poder descansar esa noche y sufrirla enfebrecido.

-¿Qué tal estás?- dijo César nada más verme.

-Jodido, me duele la garganta y no puedo dormir.

-¿Fiebre? Ven y abre la boca-esto bajo el puente, nuestro “esterilizado” dispensario médico. Los dos llenos de mierda, porque él compartió como uno más, el lamentable estado que padecíamos, aunque con diferente uniforme, al no tener mimetizado de su talla.

-Tienes placas en la garganta, es normal- me recetó unas pastillas. Tomé varias, aunque hubiera preferido el remedio que impartía en el botiquín del cuartel, y con el que obsequiaba a sus compañeros de reemplazo nada más llegar: dulce caldo navarro.

-Bien nos tomaríamos un pacharancito de esos que tenías en Pamplona...

-Calla, calla. A veces me viene a la boca, y me doy cuenta que estoy traspuesto. Bueno, tómate una cada ocho horas y ya me dirás como te va.

-Gracias, César- siempre con mirada traviesa, ojos de un azul inmenso, te despedía con un gesto, una palmada en la espalda, un pellizco en la oreja, un pescozón... Creo que era alguien para quien tenía gran importancia el contacto. Siendo médico, y uno de los de mayor edad, asumía su rol, y se preocupaba de nosotros en cuerpo y alma. Y eso que los esquiatas, aún expuestos a mayores riesgos que otros, no frecuentábamos el médico. Procurábamos no hacerlo, porque podía costarnos pasar el fin de semana sin permiso.

Grandísima persona, tanto en su talla física, como moral. Con su más de metro noventa y cien kgrs pasaditos, casi era el doble que cualquiera de nosotros.

Descansa en paz, Compañero, entre la Tierra y el Cielo.

Me aparecieron manchas oscuras en el dorso de las manos y parte del cuerpo. La cabeza también empezaba a irse, a causa de la fiebre y la deficiente alimentación.

Esa noche tampoco pude descansar.

Al día siguiente nadie acudió al campamento. Se ahorraron la penosa imagen de una formación con la mitad de efectivos, por un profundo hastío. Hubo algunos que no se llegaron a levantar. No era un conato de sedición, pero esos soldados no tenían fuerzas ni ganas para seguir el "juego". De haber venido, las represalias pudieron haber sido diferentes.

Otra vez, pasé consulta bajo el puente.

-Mira- le enseñé a César las manchas. Se puso serio al verlas-es una reacción alérgica. Espera que te voy a poner una inyección.

Me pincho. Fue hacerlo y empezar a sudar a mares.

Antes incluso de que oscureciera, me fui exhausto a dormir.

 


¡ENEMIGO!

La penumbra atenazó tenue el vivac. Transcurrieron quedas horas, tentando a arroparse en la yacija.

 La medicación hizo reaccionar mi cuerpo que se activó y comenzó a combatir la enfermedad.
Atravesé sueños turbios y extenuantes.

Al pronto, en duermevela, escuché ruido. Ni siquiera le di importancia, hasta que me taladró los tímpanos:

-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII, PPIIIIII!- Estridentes pitidos advertían de la presencia enemiga en la zona.

-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII, PPIIIIII!- Debíamos abandonar a toda velocidad el campamento, primer objetivo de nuestros rivales. No era la primera vez que nos lo hacían, pero nunca te acostumbras.

-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII, PPIIIIII!

Saltamos de los sacos de dormir como impulsados por un resorte, calzamos las botas Kamet.  Armamento, munición y  mochila conteniendo como siempre para emergencias la cantimplora, recipientes estancos para cerillas (en mi caso, usaba pequeños botes de plástico para guardar carretes de fotos), un poco de cuerda, alguna pastilla potabilizadora, y el poncho. Todo preparado y en orden. Cargamos con el saco y nos echamos al monte.

Sí, nos echamos al monte. Raudos y en la mayor oscuridad nos perdimos entre la penumbra y la foresta. Encamados y a distancia segura, aguardamos acontecimientos.

-¡¡¡PPPIIIIIIIII, PIIIIIIII, PPIIIIII!-

Las últimas veces que habíamos estado sometidos a ese estado, había finalizado cuando los Mandos, encabezados por el Teniente Gil lo dieron por hecho. Pero esta vez se escuchaba el estridente vozarrón del Teniente Ortiz.

-¡¡¡RÁPIDOS, AL MONTE, ESCONDEOS, AL QUE LE PILLE, SE LAS VERÁ CONMIGO!! ¡¡ME LA PELA Y ME FUMO UN PURO!!!¡¡¡VEENGAA, OSTIA!!- enarbolando su moderado acento maño.

Según fuimos desapareciendo del lugar de acampada, un perímetro compuesto por los Sargentos y Cabos 1º nos guiaban hacia una claro donde fuimos rehaciéndonos.

-Id mirando a ver quiénes faltan. Y cuando acabéis os vais poniendo en condiciones de pasar revista- comentaban el Sargento Segura y Callado.

¿"pasar revista? ¿Pero…qué mierda es esto? ¿Cómo cojones quieren que estemos?"-pensaba cabreado.

Una vez en formación, el Teniente Gil habló.-Señores, ahora vuelvan al campamento y recojan lo que les quede.  Pero antes se les hará entrega a cada Cabo de un mapa y una brújula. Se facilitarán coordenadas de un punto de reunión donde, es posible que sean recogidos o abastecidos; si llegan a tiempo, y el enemigo lo permite.

Los Sargentos repartieron lo dicho y nos conminaron a seguir las instrucciones.

-¿Dónde vamos?- preguntó Rosiña.

-Nos han dado unas coordenadas. Parece que vamos hacia la ermita de la Virgen de las Nieves.

Recogimos la cubierta de la tienda y comenzamos a andar. Estuvimos toda la noche sin apenas parar y alerta.

...Continuara la próxima semana.



Un fuerte abrazo.

En Bilbao, a 25 de Abril de 2020

Kepa San Blas,  veterano de la Cía. EE.EE 51/LI.


Abriendo Huella








2 comentarios:

eusebiorubio dijo...

Al cine ya!.

Seguramente lo has leido, pero por si acaso te recomiendo este libro:

Endurance. La prisión blanca. Alfred Lansing. Capitan Swing.
Trata de la aventura de Ernest Shackleton

Kepa dijo...

Sí, lo conozco. Tengo varios libros ese protagonista. Uno es "atrapado en el hielo", en el que me llamó la atención que estuviera uno de los pioneros de la fotografía, lo que me impresiono también fue ver las instantáneas que hizo. Tiene documental en youtube.
Otro que también tengo es "Lecciones de liderazgo" estrategias de Ernest Schakelton para afrontar las brutales dificultades que superaron, más enfocado al mundo práctico.
Desde que estuve en la Compañía me han llamado la atención las situaciones límite a los que se enfrentan las personas,
Muchas gracias por tu comentario, me siento muy honrado.
Un fuerte abrazo.

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